LIBROS

Galder Reguera: «Haber sido padre me ha obligado a repensar mis orígenes»

La repentina muerte de su padre biológico y su relación con su madre centran «Libro de familia», novela del escritor bilbaíno presidida por elementos autobiográficos

El escritor bilbaíno Galder Reguera
Carmen R. Santos

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Galder Reguera nació en Bilbao en 1975. Se licenció en Filosofía en la Universidad de Deusto y durante un tiempo impartió clases de esta disciplina y fue crítico de arte en algunos medios de comunicación, pues sus padres, ambos artistas, le transmitieron la pasión por el arte. Pero luego sus pasos se encaminaron hacia la gestión cultural y a otras dos pasiones más: el fútbol, y la literatura. Hoy es el responsable de las actividades de la Fundación Athletic Club. Ha escrito los ensayos La cara oculta de la luna. En torno a la «obra velada»: idea y ocultación en la práctica artística e Hijos de fútbol , en cuyo prólogo apunta Ignacio Martínez de Pisón: «Resulta muy difícil escribir sobre fútbol sin caer en tópicos. Este libro lo consigue». Asimismo ha dado a la imprenta Quedará la ilusión: Una correspondencia durante el Mundial de Rusia , en colaboración con Carlos Marañón Cana, y la novela juvenil La vida en fuera de juegos. Libro de familia (Seix Barral) es su primera incursión en la narrativa para adultos, muy bien recibida por crítica y lectores.

¿Calificaría su novela de autoficción?

Sería más adecuado hablar de una novela de no ficción. Mi propósito era hacer literatura a partir de hechos que sucedieron. El relato tiene su propia lógica y ésta es la misma si los hechos narrados acontecieron o no. Nietzsche escribió que no hay hechos, sino metáforas, interpretaciones. A mí me sorprende la tozudez de algunos críticos contra la literatura de no ficción. Estos fundamentalistas de la ficción son como el reverso de esas personas incapaces de dejarse llevar por la ficción, esos que no pueden leer una novela porque no comprenden que puede haber una verdad, incluso una verdad casi universal, en una historia inventada. Ambos extremos funcionan con prejuicios parecidos. Yo estudié filosofía, varios años de epistemología y teoría del conocimiento y hermenéutica, y heredé una idea más compleja de la verdad, en la que la correspondencia con los hechos es solo una parte.

¿A qué atribuye el interés de escritores y lectores por estas fórmulas?

En mi opinión se debe a que estamos dejando atrás una suerte de moralidad burguesa por la cual no es de recibo contar lo que nos ha sucedido, hablar en público de nuestras dudas y miedos. De alguna manera, estamos saliendo del armario de la ficción. Cuando apareció el libro, releí El primer hombre y pensaba que si Camus estaba contando su historia, ¿por qué camuflarla en clave de ficción?

También tiene que ver con la metaliteratura, en la que el escritor y su circunstancia emergen como parte fundamental de lo narrado. En mi caso, no quería ocultar los hechos detrás de una supuesta ficción porque quería mostrar que el relato es parte de la investigación y la investigación (y, por lo tanto, el relato) afectan a la vida. Eso me interesaba mucho, la tensión entre obra y vida. Creo que tiene que ver también con la idea de la verdad que le comentaba antes. A mí el ensayo puro, sin presencia del yo, me resulta impostado. En su libro En la belleza ajena , Adam Zagajewski cuenta que para él fue una revelación escuchar al filósofo epistemólogo Roman Ingarden justificar una idea poco acertada en un texto suyo con la excusa de que esa mañana probablemente había tomado poco café. Se pregunta: ¿depende la filosofía, el conocimiento, del café de esa mañana? En literatura sucede lo mismo. Yo, por ejemplo, tengo tendencia a escribir con capítulos breves que son casi como textos sueltos. Pero no es una elección puramente literaria. Resulta que tengo un trabajo de ocho horas y dos hijos, y escribo de noche. Creo que incluir la circunstancia del narrador en el texto lo puede enriquecer y dar claves de comprensión de este. Eso lo aprendí con Carrère.  

¿Qué desencadenó su deseo de escribir «Libro de familia»?

En perspectiva, haber sido padre me ha obligado a repensar mis orígenes, porque los niños comienzan a hacerte preguntas del tipo de por qué no se apellidan igual que sus primas paternas. Pero lo que precipitó el texto definitivamente fue que un primo mío se puso en contacto conmigo y me di cuenta de que cuando me hablaba de mi padre, a quien conoció, yo no le escuchaba. Lo cuento en la novela: aquella noche mi hijo pequeño se desveló y me sentí horriblemente mal, pensando que si ahora moría, todo lo que le llegaría de mí sería a través del relato de terceras personas y qué triste sería que le dieran la espalda por circunstancias que nada tienen que ver conmigo. 

«No quería dar a entender al comienzo del texto que la mía es la historia de un huérfano, porque no es así»

Los míos tomándolos como tales, como recuerdos, y contrastándolos con los testimonios de quienes vivieron aquellos años. Hay un par de momentos en la novela en los que reflexiono sobre la validez de lo que recordamos. Los testimonios de los demás los ofrezco como tales. Un testimonio tiene doble validez: por lo que dice sobre los hechos y por lo que dice de quién los narra. Hablando de mi padre con sus amigos y hermanos y con mamá, me he dado cuenta de que lo que decimos de alguien también nos retrata a nosotros. 

¿Homenaje a su padre, pero quizá más a su madre?

Sí, totalmente. Cuando empecé a escribir tenía muy claro que no quería hacer trampas. No quería dar a entender al comienzo del texto que la mía es la historia de un huérfano, porque no es así. Entonces tuve que incluir muy pronto a mi padrastro y mostrar que yo nunca tuve ausencia de padre. Con él, con Javi, también tuve que hablar de mi madre en cuanto madre, no solo en cuanto viuda temprana. Al final, ella ha sido la protagonista de la novela. 

Ella ha sido siempre el centro en torno al cual ha gravitado mi familia. Su historia, además, es de alguna manera la historia de toda mujer de su generación, que tuvieron que luchar el doble por todo, incluso porque se reconocieran sus derechos fundamentales como persona. Personalmente, el haber pasado tantas tardes con ella hablando del pasado y nuestra familia ha sido un regalo que guardo para toda la vida. Un amigo escritor me decía que leyéndome se lamentaba de no haber hablado más con su madre, que falleció, de esos momentos en los que una familia se forma.

Sin olvidar a Javi, su padre no biológico: «Si pudiera viajar al pasado y detener el tiempo en un momento de mi vida, elegiría esos en los que, abrazado por Javi, cerraba los ojos y dejaba que el sol calentara mi rostro». 

¡Sí! Al escribir la historia de mi familia había algo que quería mostrar: el contraste entre el dolor y la lucha de mis padres con cómo vivimos nosotros, sus hijos, aquellos momentos. La mía fue una familia muy feliz gracias a que mis padres no dejaron de luchar por ello un solo día. En estos tiempos en los que se ha puesto de moda una literatura y un ensayo, por decirlo de algún modo, del reproche, en los que padres y madres escriben textos en los que maldicen el impacto que han tenido sus hijos en su vida, en los que hijos escriben recriminaciones al mundo que han heredado de sus progenitores, a mí me apetecía reivindicar y homenajear a mis padres, que nos hicieron muy felices.

Antes hablábamos de la verdad. Cuando di clases de filosofía, explicaba a mis alumnos que la verdad no siempre es deseable ni buena, recordándoles la escena de la película La vida es bella , de Benigni, en la que el protagonista traduce las instrucciones en alemán que da el capo del campo de concentración a su hijo como si fueran las de un juego. En puridad, el protagonista miente a su hijo (por cierto, esta frase se corresponde con los hechos, pero es profundamente mentirosa). En esa escena hay una metáfora de la paternidad: traducir el mundo en un lugar amable. ¡Cuántas veces he pensado estas semanas que el gran objetivo de estos meses es que mis hijos no tengan un recuerdo traumático de estos tiempos del coronavirus!

«Sueño con que seamos muy conscientes de que solo con responsabilidad y solidaridad podremos vencer a la crisis, sacar esto adelante»

¿Su madre es una superviviente? ¿Demuestra que incluso en las peores situaciones hay salida?

Mi madre es una luchadora, como tantas madres y tantas mujeres. Tiene un sentido enorme de la responsabilidad y siempre nos transmitió que cualquiera que sea la circunstancia que nos toque, hay que afrontarla. Estas semanas he hablado mucho con ella y le tengo que decir que envidio mucho su fuerza. Ojalá la hubiera heredado. Pienso que, en general, tenemos mucho que aprender de las mujeres de las anteriores generaciones, que tuvieron que pelear por sus derechos más fundamentales. Mi madre es una representante de esas generaciones. 

¿Esa es la característica básica de su madre que ha querido destacar en su novela?

Fundamentalmente quería retratarla como una persona que ha peleado siempre por su derecho a ser feliz y hacernos felices también a quienes hemos estado a su alrededor. Cuando quedó viuda, luchó porque esto no se convirtiera en su identidad para el resto de su vida, como parece que querían algunos de quienes tenía cerca. 

¿Ha leído su madre «Libro de familia»? ¿Qué opina?

Sí, claro. Fue la primera persona que leyó el manuscrito. Le di un bolígrafo rojo y le pedí que quitara lo que quisiera. Me dijo que lloró mucho leyendo la novela y que fue muy curioso ver su vida narrada como una historia, verse como un personaje de novela. También que le sirvió para darse cuenta de las razones de su comportamiento en algunos episodios de su vida. Me dice que está muy feliz con el texto y con las reacciones que ha provocado en los lectores. 

¿Y Javi, su padre no biológico?

Sí, también le pasé el texto, igualmente con un bolígrafo rojo. Fue muy divertido, porque cuando le di la novela habíamos quedado para comer, pero yo me había retrasado en el gimnasio y se la dejé para que hiciera tiempo mientras me duchaba. Cuando salí del gimnasio quince minutos después, me lo encontré llorando a mares en mitad de la calle. ¡Yo no puedo leer esto!, gritó. Pero después me dijo que le había gustado mucho. Uno de sus hermanos, un poco celoso, me comentó que le había retratado como a un héroe. Pero describo a mi padre desde la perspectiva que tenía de él cuando era niño y, sí, para mí era un héroe. 

«Tenemos mucho que aprender de las mujeres de las anteriores generaciones, que tuvieron que pelear por sus derechos más fundamentales»

¿Le ha servido «Libro de familia» de catarsis?

Mucho, sí. Me ha reconciliado con la figura de mi padre biológico, que no es poco. Además, tengo la sensación de haberle rescatado del olvido. Es como salvar a alguien de la marea del tiempo.

La cita «El azar desordena la vida y ordena las ficciones», de Miqui Otero, encabeza su novela. ¿Sería su «lema» como escritor?

Le leí la frase a Miqui, que es un buen amigo y a quien admiro mucho, en una de sus columnas y pensé que era perfecta para encabezar la novela. Mientras escribía, pensaba que los vaivenes del azar en nuestra vida, contados con perspectiva, parecían obra de un guionista. Pero voy más allá. Fíjese: cuando empecé a escribir comprobé que tenía mucho riesgo comenzar con la muerte de mi padre el día en que mamá supo que estaba embarazada de mí, porque era una bomba en la primera frase y que después podía decaer la narración. Pensé mucho cómo mantener la tensión del texto. Le di muchas vueltas. Pues he aquí que cuando quedé con uno de los hermanos de mi padre y le pregunté por qué nunca habíamos tenido contacto, me soltó de pronto que mi madre había tenido un tercer matrimonio, entre mi padre biológico y Javi y que ese hombre nos pegaba y él no podía ver aquello. Yo ya conocía ese dato, claro, pero dudaba si incluirlo en el texto. Al escucharle, me sonreí pensando que contándome aquello mi tío me estaba solucionando parte de la novela. He ahí un ejemplo de la validez de la frase de Miqui: aquella conversación pudo desordenar mi vida, pero me ordenó la novela.  

¿Cuándo nace su pasión por el fútbol?

Me viene de mi abuelo materno, que tiene mucho protagonismo también en la novela. Para mí él es la imagen de todo lo bueno que tiene este mundo. Le adoraba. Él me llevaba a San Mamés y ahí nació mi pasión. En cierto modo, lo mío con el fútbol es una historia de amor a mi abuelo. A veces digo de broma que si alguien me hubiera llevado al cine, en lugar de al fútbol, habría escrito algo parecido a Cinema Paradiso

¿Cómo lleva el confinamiento? 

Pues bastante mal. No por mí, que estoy bien y tengo a toda la familia con salud, sino por las noticias que vienen de fuera. Me da mucho miedo que todo esto derive en una crisis que acabe con el estado del bienestar por el que lucharon nuestros padres y abuelos y que el mundo que viene, en el que crecerán mis hijos, sea peor que el que yo he disfrutado gracias a la lucha de nuestras generaciones anteriores. Sueño con que seamos muy conscientes de que solo con responsabilidad y solidaridad podremos vencer a la crisis, sacar esto adelante.  

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