ARTE
«¿Fundación Carmen Calvo? ¿Pero tú has visto cómo están las de los grandes?»
Madrid, y quizás España, le debía a Carmen Calvo, Premio Nacional 2013, una exposición como la que ahora celebra la Sala Alcalá 31. En ella, la creadora se reivindica como pintora, como artista mujer, como soñadora. Y como una creadora rotunda
Hay «viejóvenes» y hay gente muy vital que ya peina canas. En este segundo grupo está Carmen Calvo (Valencia, 1952). Paseamos por su cita en Alcalá 31 mientras nos confiesa entre risas estar nerviosa. Alfonso de la Torre, el comisario, recorre aquí sus obsesiones, que no se presentan en sentido estricto de manera cronológica, porque a la artista no le gusta el pasado. Prefiere el presente. Que todo fluya. Como esta charla al calor de « Todo procede de la sinrazón », su muestra más completa.
–«Nunca me planteé ser pintora», ha declarado. ¿Qué quería ser de niña?
–Siempre he pensado en pintar. Lo que ocurre es que el concepto «ser pintora» es posterior, cuando te planteas tu voz. A los doce años ya iba a Artes y Oficios. Luego llegó todo lo demás.
–¿Y qué es ahora Carmen Calvo?
–¡Pues a ver! Me da la sensación de que el proceso, si no continúa emocionando, no tiene sentido. Estoy a punto de alcanzar la jubilación, en febrero. Pero para qué engañarte: yo no me jubilaría nunca. Sería un suicidio rápido. Continuaremos hasta que el cuerpo aguante.
–Incido en lo de pintora. Dice que lo es, a pesar de la gran presencia del objeto en su obra, de la foto, del vídeo... ¿Puede definir su concepto de esta?
–Vengo de una escuela de tradición, que sigo ejerciendo. Aunque lo mío sea tridimiensional y gire en torno al objeto, es pintura por pintura, es Historia. Sigo mirando con ojos de pintor. Mis géneros son los tradicionales de la técnica: paisajes, retratos, bodegones...
–«Todo procede de la sinrazón». ¿Eso es una amenaza o una disculpa?
–Me gusta leer. No soy una teórica, pero a través de la lectura encuentro las ideas que me cuesta expresar. Y creo que sí, que todo procede de la sinrazón. Y luego están los objetos, que ya estaban en el Surrealismo. En realidad, no los tomo con mirada preciosista o de antigüedad, sino teniendo en cuenta su potencia, cómo pueden encajar y desarrollarse en un proyecto. Por eso me interesa la idea de Cirlot de que la elección de un objeto ya equivale a una creación. Algo que dejó claro Duchamp.
–La muestra arranca con un hito: su participación en la cita que en 1980 introdujo el arte contemporáneo español en el Guggenheim de Nueva York. ¿Qué efecto tuvo esa muestra?
–Ni yo era consciente de lo que estaba pasando. Era muy joven, pero salir fuera, conocer la mirada que otros tenían de ti, fue importante. Fue además una exposición polémica, como todas las diseñadas por un comisario. Éramos los teloneros de Chillida, yo me sentía así. Porque ahí había gente muy grande: Darío Villalba, Zush, Miquel Navarro, Muntadas... Contamos con un buen galerista y motor, Vijande , al que aún no se le ha dado la importancia que merece. Qué duda cabe de que hace falta incluso hoy que sigan ocurriendo cosas así. Parece que sólo las ferias cubren esa necesidad. Pero también creo que nunca me he tomado las cosas demasiado en serio. Tampoco esa exposición.
–¿Hay obsesiones que le hayan acompañado siempre?
–Los sueños y sus interpretaciones, por ejemplo. Yo hablo mucho de la infancia, y la gente cree que es porque la mía fue dura. En absoluto. Lo que ocurre es que incluso hoy sigue siendo un tema candente. Tengo enfrente la estantería de la Fundación Suñol y me acuerdo de Morandi, de Oteiza... Creo que en mi guión, en mi narrativa, está muy presente hablar sobre los oficios. Por eso he querido traer aquí una pieza nueva construida entre muchos profesionales.
–El suyo no ha sido un «objet trouvé». Más bien ha optado por el «objet cherché».
–El proyecto es siempre anterior al objeto. De ahí la existencia de tantos dibujos y bocetos. La fotografía es también otro tipo de dibujo. A partir de eso, se trata de ir a la búsqueda. Actúo igual que el pintor que sale con su caballete a pintar del exterior.
–Esa pasión por el objeto nos recuerda a Brossa, con el que representó a España en Venecia en 1997. Algunas de sus instalaciones se recuperan aquí.
–Ocupé una parte del pabellón, Brossa otra, y aquello funcionó. Y más tarde yo le he realizado muchos homenajes. He capturado algunos de sus elementos.
–No nos equivocamos si decimos que su trabajo ha reverenciado la Historia del Arte.
–Es así. Pero no me puedo despegar de eso. Todo creador se nutre de sus congéneres. De lo que se trata es de dar lectura actual a soluciones pretéritas. No me gusta hablar del pasado.
–¿Y la obsesión por la acumulación, por la fragmentación?
–Mencionábamos antes los bodegones. La acumulación es algo que ya estaba presente en ellos. Yo aquí tengo una pieza con cuchillos, que tan bien pintó Sanchez Cotán. Y la estantería de la Suñol es una acumulación de sueños, formas, colores... Incluso en el aparente desorden hay un orden preciso. Y en otras obras, los objetos provocan un claroscuro propio de la pintura.
–En el catálogo se visita en imágenes su estudio en Valencia, plagado de obras, de objetos, de elementos... ¿Es la gran obra total de Carmen Calvo?
–Desde luego. Y cualquier día lo expongo como tal. No estaría mal. Cuando vienen a rodar, la pregunta recurrente es: «Pero usted, ¿dónde trabaja?». «En cualquier rincón», respondo. Siempre remito a los grandes, rodeados de papeles, de materiales, y no es que me compare, pero es que creo que los espacios no son tan importantes. Aquí hay obras monumentales que he creado en espacios minúsculos. Porque todo está aquí [se señala a la cabeza], y aquí [la libreta entre las manos].
–Reconoce que todo lo que tiene en el estudio está allí porque va a necesitarlo, no acumula por acumular.
–Eso es. De hecho, voy a hacer cambios en casa, y quiero que fluyan las cosas, las obras. Me gusta regalar, intercambiar... No soy coleccionista de nada. Es un error. Ni siquiera de mi obra.
–Creo que no conozco artista más generosa. Y que quede escrito que me ha confesado el nombre de museos a los que donará obra que expone aquí.
–Tiene que ser así. Párate a pensar en el perfil actual de las fundaciones. En España estas cuestiones están muy verdes, y yo no quiero dejar problemas a mis familiares. Vivo sola. Prefiero las obras donde se las quiere.
–Eso significa que no va a haber Fundación Carmen Calvo...
–En absoluto. ¡Menuda tontería! Fíjate en los grandes. ¿Cómo están en la Tàpies? ¡En la Chillida! Mejor no. Estoy sonando un poco a fanfarria valenciana...
–Entre los últimos reconocimientos, el Premio Nacional de Artes Plásticas, en 2013. ¿Para qué sirve ese galardón?
–A mí me ayudó a sobrevivir un año más, que ya es. Fue además un reconocimiento. Lo importante es que se lo daban a una mujer, que hay muy pocas así reconocidas. De vez en cuando me gusta ponerme chula, porque las mujeres tenemos que repetir mucho las cosas para que se nos haga caso. Vengo de una generación dura en la que aún hay representantes a las que hay que reconocer.