Nélida Piñon - Desde la otra orilla del Atlántico

La fuerza del destino

A veces, los personajes de un libro buscan imponerse al autor. Nélida Piñon cuenta como, por ello, se introdujo en uno de sus libros para conocer esa sensación desde dentro

Títeres en el «Auto de la creación del mundo»

NÉLIDA PIÑON

Durante muchos años he sido dueña de personajes . Y aunque les atribuyese nombres y sentimientos, y hubiesen nacido de mi arbitrio y mi invención, he guardado razonables distancias con ellos. Temía enamorarme, desviarme de mi proyecto narrativo , abrasarme con un cuerpo cuya existencia pudiese alejarme de otros cuerpos compatibles con mi deseo.

El hecho es que, aunque fuesen sabidamente una pieza de ficción y me sintiera protegida por una existencia sin potestad para entrañar peligro, me mantenía precavida. Prevalecía en mí la convicción de ser yo la que mandaba; era la dueña de la máquina del mundo . Así podía, a placer, acortarles la vida con un accidente o con un gesto que les confiriese una aureola romántica, como el del personaje Werther cuyo suicidio, considerado un acto trascendente, arrebató los jóvenes corazones europeos hasta el punto de que muchos siguieran su acción.

Pero aunque no les concediese esa condición heroica, podría echar mano al recurso de hacerlos meros figurantes de la narrativa, privándolos de protagonismo con el que aparecer en las escenas principales. Con todo, borrarlos, acortarles la presencia novelesca siempre me ha desagradado . Sería tratarlos como siervos de la misma gleba ficcional.

Imitar a los hombres

Refugiada así en los libros, pero revestida del papel de creadora, luchaba por eximirme de las emociones propias de los personajes y no de mi persona . Es decir, las emociones que aunque engendrase para ellos se habían originado de mi experiencia. Aun así, a pesar de esa demarcación artificial, los seres de ficción arrancados de mi autoría insistían en imitar el cuerpo y el corazón de los hombres que representaban . Querían ser modelados a la fuerza por el mismo barro con el que Dios hizo a sus criaturas. Y era tal su ansia de humanidad que, al menos así me lo parecía, balbuceaban palabras, fruncían el ceño, presentándose como víctimas del mismo desorden que turbaba los sentimientos humanos.

Así, en cada libro he luchado por darles autonomía aunque yo misma me sometiese al misterio que rige nuestra respectiva génesis. Al hecho, en fin, de que vinieran al mundo paridos por mi precaria imaginación. Los sentía de verdad como hijos esquivos luchando contra árboles y nubes, contra molinos de viento , siempre que los contrariaba. Entonces, tenía que dar cuerda al reloj de sus corazones y ofrecerles aventuras exuberantes, tramas llenas de ardides, desenlaces fatales, para narrar juntos historias de densidad real.

Con todo, esos personajes reaccionaban a mis designios. Insatisfechos, se cobraran de la autora, en voz alta, cambios en el rumbo de la narrativa . Exigían una vida plena de peripecias, de deliciosas fruiciones. No querían sumergirse en lo banal de lo cotidiano.

Gracias a esta cronista Nélida, he llorado cuando debería sonreír. Casi pierdo la imparcialidad narrativa

Un día, despojándome del traje exclusivo de escritora, me convertí en personaje de libro de mi cosecha , llamado « La fuerza del destino ». Cuando, al transitar por el libro, asumí un doble desempeño. Esto es, pasé a ser la autora encargada de registrar cada palabra, y la cronista Nélida, cuya carcasa de personaje también respondía a la marcha de la historia.

Esa multiplicidad de funciones me permitió participar de cerca de lo ridículo humano del que formaba parte. Y me facultó visitar la esfera de ilusión de los personajes e inaugurar tramas que siempre quise vivir personalmente . Destapar sentimientos que durante muchos años estuvieron guardados en el cajón de mi armario.

Circunscrita a esta situación novelesca, abordé al garboso Álvaro, oficial español, y a Leonora, inquieta doncella de una Sevilla del siglo XVIII , para avisarles de que estaba lista para entrar en escena y participar en las intimidades de la pareja.

Voracidad narrativa

Aquella noche, Álvaro planeaba huir con Leonora, cuyo padre, el marqués de Calatrava, se oponía al enlace. Conocedor de mis intenciones, Álvaro reaccionó vehemente ante la mirada de su novia . ¿Con qué derecho la cronista Nélida, vil carioca de Río de Janeiro, los expondría al oprobio narrativo, los seguiría hasta el lecho, y todo con la excusa de la literatura?

Fui contundente. Convenía que la pareja de amantes cediese a mi voracidad narrativa en caso de que soñase con la gloria . Sólo ingresarían en la lengua portuguesa a través de mis manos. Si no colaboraban, convocaría a otros personajes para sustituirlos.

La amenaza surtió efecto. Temerosos de perder la inmortalidad, acataron el pacto mediante el cual me hacía socia de su lujuria, de sus abluciones, de sus dramas . Qué desmedida ambición la de aquellos jóvenes que consentían que recorriese las sendas de sus corazones y sus gozos. Que auscultase la fiebre con la que ambos confundían los síntomas de la vida con la atracción por la muerte.

Borrar a mis personajes, acortarles la presencia novelesca, siempre me ha desagradado. Sería tratarlos como siervos

Gracias a esta cronista Nélida, he conocido estados inusitados. He llorado, cuando debería sonreír. Casi pierdo la imparcialidad narrativa. Por poco impedí el fin de Leonora, desde el principio predestinada a morir –como en la ópera de Verdi , según del libro del duque de Rivas – a manos de su hermano Carlos, ansioso por vengar la muerte del padre que, según los rumores que circulaban por Italia, donde estaba, se atribuía a los dos amantes. Una muerte que me dolía, pero que no tenía cómo evitar.

El hecho de haber vivido junto a Álvaro y Leonora esa aventura paródica propició que palpase sus vidas sin escrúpulos, como si probase por primera vez una especie de orgía carnal que involucraba a los personajes Leonora, Álvaro y la cronista Nélida. Y que me llevó a tomar la fiebre a mi pasión narrativa para saber si valía la pena , de hecho, cumplir el imperecedero destino de contar historias y sufrir con ellas.

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