LIBROS
Los frutos salvajes: herederos de Thoreau
El ejemplo de Thoreau y su «Walden» ha fructificado en la «nature writing». A ella pertenecen autores como Gary Snyder, Sue Hubbell, Dan O’Brien, Mike Wilson, Lars Mytting y Annie Dillard. Son la punta de lanza de una nueva/vieja literatura
![Ilustración de A. Dan para «Thoreau. La vida sublime», de M. Le Roy (Impedimenta)](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2017/02/06/foto%20thoreau-klt--620x349@abc.jpg)
El 4 de julio de 1845 el escritor Henry David Thoreau (1817-1862) se lanzó a los bosques a vivir en una cabaña que él mismo construyó a orillas de la laguna de Walden, en Concord, Massachusetts. Durante dos años, dos meses y dos días vivió allí solo, «a una milla de distancia de cualquier vecino», ganándose la vida con sus manos. Aquella experiencia la contaría más tarde en « Walden » (1854; Errata Naturae, 2013), un libro autobiográfico que relata sus días en el bosque intentando aprender todo lo que la vida tenía que enseñarle para así no tener que esperar al momento de su muerte y «descubrir que no había vivido».
En las páginas de «Walden», Thoreau confiesa que durante el primer verano no leyó ningún libro. Se dedicó a plantar judías o, simplemente, a sentarse en el umbral soleado desde el amanecer hasta el mediodía, entre los árboles, absorto en una ensoñación y en una soledad y calma perfectas hasta que el sonido del carro de algún viajero le traían de nuevo al presente. Thoreau reivindica en su libro la necesidad de enfrentarse «solo a los hechos esenciales de la vida» y la vocación de contarlo en primera persona.
Tierra lejana
Thoreau aspira así a que todo escritor haga un relato sincero y sencillo de su vida, «un relato como el que enviaría a sus parientes desde una tierra lejana, porque, desde mi punto de vista, si un hombre ha vivido sinceramente tiene que haberlo hecho en una tierra lejana para mí». Desde que Thoreau hiciera esta llamada en «Walden», han sido muchos los escritores que le han seguido, lanzándose así a la vida salvaje y escribiendo con nobleza el relato de sus vidas.
Hasta hace apenas tres años, eran pocos los libros que se publicaban aquí bajo el epígrafe de «nature writing» , por eso decidieron en Errata Naturae crear la colección «Libros salvajes » -«que hablan sobre la naturaleza y lo indómito, ecología, conciencia social, activismo y cambios en nuestra manera de vivir», dice su editor, Rubén Hernández . A medio camino entre la crónica, la prosa poética, el ensayo autobiográfico y el libro de viajes, esta literatura viene a reflejar dos cuestiones que preocupan al ser humano desde hace siglos: por un lado, la necesidad de calmar una insatisfacción profunda con la vida que se tiene y, por otro, el deseo de una relación más intensa con la naturaleza , de acercarse a lo salvaje y preservarlo.
Al llegar el momento de su muerte, Thoreau no quería descubrir que no había vivido
En «La práctica de lo salvaje» (Verasek, 2016), Gary Snyder (1930) reflexiona acerca de la concepción que las sociedades civilizadas tienen del término «salvaje», asociado con desorden, desobediencia y violencia. Si Thoreau dice «dadme una naturaleza salvaje que ninguna civilización pueda soportar», Snyder responde que es «más difícil imaginar una civilización que lo salvaje pueda soportar, aunque esto sea, justamente, nuestra obligación». La «nature writing» tiene una vocación militante que Snyder resalta: «Necesitamos una civilización que pueda convivir entera y creativamente con lo salvaje».
Algo así fue lo que llevó en 1973 a la bibliotecaria y escritora Sue Hubbell (1935) a cambiar de vida dejando su trabajo en la universidad y marchándose junto a su marido a las Montañas Ozarks, Misuri, para dedicarse a la apicultura. En « Un año en los bosques » (Errata Naturae, 2016), cuenta cómo la naturaleza salvaje la ayudó a entender «que el amor puede convertirse en tristeza y que hay más preguntas que respuestas». Cuando su marido la abandonó en mitad de la nada tras treinta años juntos, todo se desmoronó. El viaje de Hubbell fue doble : de la ciudad a los bosques y de la intimidad del matrimonio a la soledad de las montañas.
Estos libros mezclan la crónica, la prosa poética, el ensayo autobiográfico y los viajes
Con una delicadeza asombrosa, la autora describe cómo durante mucho tiempo su cabeza dejó de funcionar , no podía dormir ni comer y llegó a tomar decisiones «estúpidas» sobre su negocio que la llevaron a tener una vida de «mierda». La sensatez le llegó cuando se adentró en la botánica, estudió las plantas de su colina y aprendió a llamarlas por sus nombres latinos. Quizá en aquellos momentos difíciles, Hubbell tuviera en la cabeza uno de los preceptos de Emerson (1803-1882): que la paciencia era el secreto para adoptar el ritmo de la naturaleza.
Un árbol caído
Thoreau creía que el ser humano se ve obligado a vivir siempre negando la posibilidad de todo cambio, como si solo hubiera un único camino posible, aunque en realidad haya «tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro» . En « Los búfalos de Broken Heart. La aventura de recobrar una vida noble y salvaje » (Errata Naturae, 2016), Dan O’Brien (1947) cuenta cómo siendo un niño vio a través de la ventanilla trasera de un Chrevolet la inmensidad de las Grandes Llanuras y supo que ahí era justo donde quería vivir. Pasarían treinta años hasta que O’Brien, profesor de literatura, biólogo y cetrero, lo abandonara todo para plantarse en Dakota del Sur con cientos de libros y un halcón . Un día, cuando iba conduciendo y pensando en las maneras de ganarse la vida, fue a parar a una remota carretera y estuvo a punto de estrellarse contra un enorme búfalo. Mientras intentaba dar marcha atrás, el búfalo lo miró a los ojos y él se quedó helado: «pasamos un minuto mirándonos fijamente, y durante ese tiempo todas mis preocupaciones económicas empequeñecieron ante esa imponente dosis de realidad tumbada en la carretera ». Fue como una señal que se negaba a ver, ¿qué extraño vínculo iba a existir entre un viejo búfalo cubierto de polvo y él? De aquel choque fortuito nacería su deseo de recuperar el entorno original de aquella tierra, trayendo de vuelta a los búfalos.
La escritora Annie Dillard (1945) quiso desafiar el estereotipo masculino del hombre que lo abandona todo y emprende una relación con la naturaleza salvaje y escribió « Una temporada en Tinker Creek » (1974), título que Errata Naturae publica dentro de su colección «salvaje». Dillard sintió la llamada de Thoreau y del escritor y medioambientalista Aldo Leopold (1887-1948) y se lanzó a contar la belleza y el dolor de la naturaleza en un ensayo autobiográfico con el que ganó el Pulitzer. Dillard se describe a sí misma como un bebé que acaba de aprender a mantener erguida la cabeza y posee una manera franca de mirar a su alrededor con perplejidad. «Cuando veo de este modo», escribe, «veo de verdad. Como dice Thoreau, regreso a mis sentidos». Con una mirada así de limpia y noble, Dillard tira del hilo que une todas las cosas y apela a las enseñanzas de Leopold: «solo podemos ser éticos en relación con algo que podamos sentir , comprender, amar o en lo que podamos, de alguna manera, depositar nuestra fe».