LIBROS
Frente a las calumnias asumidas contra España
Tras el éxito de «Imperiofobia», María Elvira Roca Barea analiza en su beligerante «Fracasología» -Premio Espasa de Ensayo 2019- cómo las élites españolas han interiorizado la Leyenda Negra
La propia María Elvira Roca Barea recuerda que el título de su ensayo: «Fracasología» lo toma de un artículo de Manuel Lucena Giraldo, publicado en « Revista de Occidente »: «1808, doctrina contra fracasólogos», donde avisa que el colapso que vivió entonces España formaba parte de un ciclo occidental y nunca había de verse como un cataclismo predeterminado por un carácter fatal de lo español. Es frecuente encontrar hoy día, en el ámbito anglosajón, tratados sobre «fracasología» en las investigaciones científicas y económicas, donde un fracaso, por ejemplo, un fármaco creado con un objetivo, se transforma en un gran acierto para sanar otra dolencia imprevista, o donde el análisis del hundimiento de una empresa permite reencauzarla hacia el éxito. También la actual «fracasología» se ocupa de aquellas personas que se autocastigan mediante adicciones autodestructivas, como la droga, el alcohol o el juego, entre las más clásicas pero no únicas. Y en este ámbito se instala el nuevo libro de la autora de «Imperiofobia» , aplicándola a una nación como la española que sustituye la autocrítica por la descalificación permanente de sí misma, un extraño fenómeno que constatamos en los más diversos terrenos y que se prolonga a través de los siglos.
No hay nadie más despiadado contra España que el propio español, y no deja de ser significativo que el autorrechazo y vilipendio de su propio país posea exactamente el mismo argumentario que el de las más diversas «leyendas negras» históricas. Jamás un artista español expresó con mayor virulencia y concisión ese autodesprecio de sí mismo que el Max Estrella de Valle-Inclán -olvidado por Roca Barea- cuando exclama en «Luces de bohemia»: «España es una deformación grotesca de la civilización europea».
El daño «fracasológico» lo utilizan, aquí y ahora, los nacionalismos periféricos con el fin de desmembrar España
Una aseveración tan unánimente aclamada indica que en algún momento, España bebió ese brebaje ponzoñoso de la Leyenda Negra haciéndola autodestructivamente propia. Interiorizó esas fábulas injuriosas como si fueran la verdad última de una nación imaginariamente anómala y condenada desde sus orígenes al fracaso.
Secreta admiración
Roca Barea plantea que esa fracasología la absorben, por primera vez, las élites españolas afrancesadas con el cambio de dinastía de los Habsburgo a los Borbones. Complementa esa hipótesis señalando que la intoxicación no llegó al cuerpo social popular español, sino que se transmitió a las élites posteriores a través de los siglos hasta alcanzar a los noventayochistas y a Ortega y Gasset. Un daño «fracasológico» que abarca todo el orbe hispánico y que a su vez utilizan, aquí y ahora, los nacionalismos periféricos con el fin de desmembrar España.
Las élites afrancesadas españolas tomaron como verdad absoluta el brutal descrédito de lo español realizado por los enciclopedistas ilustrados franceses. Las leyendas negras anteriores a la ilustración fueron propaganda de guerra, divulgada en panfletos con argumentaciones demoníacas o teológicas, desde numerosos países que temían, admiraban en secreto y soñaban con desbancar la Monarquía Hispánica. Ahora las fábulas denigratorias de Voltaire o Montesquieu usan argumentos racionalistas que sustentan la naciente opinión pública europea. En ella queda consagrada una hispanofobia donde lo español es de forma intrínseca atrasado, abúlico, enemigo de la ciencia y el progreso, fanático, genocida, una chusma ingobernable y orgullosa condenada al fracaso. Los afrancesados no repiten esas enciclopédicas calumnias. Su falta consiste más bien en un pecado de omisión: no rebaten estos mitos nefastos por no enemistarse con la nueva Corte borbónica. Y quien calla, otorga.
Resulta un escrito profiláctico, saludable, que abre un campo de investigación fértil, pues deja grandes lagunas de exploración
Otro tanto sucede en el ámbito hispanoamericano, donde se padece la misma intoxicación etílica de leyendas negras que causan idéntico complejo de inferioridad. Sin una severa desintoxicación de esa droga ideológica, el pesimismo y la visión autoinculpatoria nunca permitirán realizar proyectos saludables a ambos lados del Atlántico. «Fracasología» resulta, pues, un escrito profiláctico, saludable, muy beligerante, que abre un campo de investigación fértil en el análisis de cómo se configura entre nosotros un continuo autofustigamiento y complejo de inferioridad, en un «delirium tremens» inducido por la ingesta de leyendas negras. Aún así deja un amplio campo con grandes lagunas de exploración y con ataques poco sólidos, como el que atribuye a Ortega ser una especie de afrancesado que cambia el país galo por la cultura germana. Pero no había en el autor de «Meditaciones del Quijote» ni un ápice de autonegación similar a los humillantes estereotipos contra España creados por los enciclopedistas franceses.
El ámbito de investigación abierto aquí por Roca Barea queda muy lejos, pues, de agotarse en este libro recién galardonado con el Premio Espasa de Ensayo. Su formulación suscita abundantes incógnitas e invita a inquirir hasta dónde alcanza la interiorización de ese imaginario fracaso perpetuo inherente a lo hispano, cuando los hechos en sí mismos demuestran, con extraordinaria frecuencia, todo lo contrario. Este primer libro sobre una cuestión con tantísimas ramificaciones y profundas raíces, no puede agotarla de una sola vez. Por ejemplo, antes que las élites afrancesadas, ¿no pudo construirse una visión «fracasológica» a través de la perspectiva demoledora de los pícaros españoles , de tan formidable éxito europeo como el «Guzmán de Alfarache» o el «Marcos Obregón»?
Incluye ataques poco sólidos, como el que atribuye a Ortega ser una especie de afrancesado que cambia el país galo por la cultura germana
Más aún si los comparamos con sus imitaciones británicas como el «Roderick Random», de Tobias Smollett, quien concede a la figura del pícaro una nueva dignidad ante el infortunio que lo convertirá en un modelo de comportamiento para ese pícaro moralmente ennoblecido que es el «David Copperfield» de Dickens , ya en un país durísimo pero autoconsiderado por sí mismo exitoso. A su vez, ¿no crea ya el concepto de «honor» de nuestro barroco, con su imperiosa necesidad de reconocimiento por los otros, una profunda dependencia de la opinión ajena? ¿No ofrece Quevedo una inexorable apariencia grotesca de su nación? ¿No pudieron estas actitudes culturales quizá, al menos, predisponer cierta propensión para dar crédito a la brutal avalancha de descalificaciones que venían de fuera?
Leyendas rojas interiores
El ensayo de Roca Barea da, también, un enorme salto que va desde los orígenes del liberalismo español en las Cortes de Cádiz hasta el regeneracionismo de Costa y el noventayochismo de Unamuno, una cabriola que deja sin examen casi todo el siglo XIX. Un periodo demasiado amplio sin valorar. Justo aquel en el que las leyendas negras exteriores se convierten en lo que nos atreveríamos a denominar provisionalmente como leyendas rojas interiores. En sustancia, la operación que llevan a cabo movimientos revolucionarios anarquistas, republicanos o socialistas , es apropiarse de los mitos descalificadores de lo español, para achacárselos primero a las élites del país, y a continuación a todos los creyentes católicos. En vez de una crítica racional, nos encontramos con la ciega creencia de leyendas viscerales utilizadas ahora de forma partidista. Sobre la España no revolucionaria recayeron así los previsibles prejuicios formulados fuera: medieval, genocida, gobernada por los frailes, indolente, idólatra, intransigente, anticientífica y un largo etcétera de supuestas cualidades demoníacas causantes de todos los fracasos. Las leyendas negras exteriores adquirían de este modo una tonalidad rojiza para consumo interno.
Esta transformación de las leyendas negras foráneas en leyendas rojas propias, rompería una de las premisas de «Fracasología», según la cual la interiorización del autodesprecio afecta en exclusiva a las élites. Pero basta echar un simple vistazo a fórmulas culturales multitudinarias, pongamos por caso los folletines de Wesceslao Ayguals de Izco, para apreciar cómo el socialismo utópico no solo se nutre de los consabidos prejuicios legendarios, sino que a su vez los inocula en la masa popular . Revistas satíricas, panfletos, periódicos extremistas, folletines y melodramas continúan esta labor, que sigue vigente en el siglo XX y alcanza al marxismo de la II República, como se puede constatar, sin ir más lejos, en el Andreu Nin de «El proletariado español ante la revolución», o en «Los hombres de la dictadura», de Joaquín Maurín, pistoletazos de salida ambos para la catarata de mixturas entre leyenda y marxismo que proliferarán en la época republicana.
Hoy la industria antifranquista retoma la leyenda negra contra Felipe II, para achacársela de forma íntegra al dictador Franco
Y solo la inyección de todas estas quimeras legendarias en las masas populares explica reacciones colectivas espasmódicas en la política española, como si en pleno siglo XX se siguieran quemando herejes en las plazas públicas bajo las órdenes de aquella Inquisición española inventada hacía siglos por la propaganda luterana. Una investigación de estos rasgos de nuestra cultura decimonónica iluminaría sobre los porqués de virulentas convulsiones de la masa sin aparente sentido. Hoy mismo, la industria antifranquista retoma la leyenda negra contra Felipe II, para achacársela de forma íntegra al dictador Francisco Franco, pues eso moviliza visceralmente con mucha más eficacia que una crítica sistemática , imprescindible pero que ha de basarse en la documentación y la lógica. El mito se acopla, por el contrario, a épocas históricas en esencia heterogéneas.
Además de sus aciertos, «Fracasología» posee de este modo la virtud de abrir la puerta a investigaciones venideras sobre los autocastigos y creencias «fracasológicas», o de catástrofes deterministas supuestamente connaturales a lo español -en la expresión del profesor Lucena Giraldo que inspira el título del ensayo de Roca Barea-, que gozan de un considerable prestigio cultural, como pudiera ser el caso de la «España negra» de Darío Regoyos, la esperpentización de lo hispano en Valle-Inclán y su prolijo linaje, todas las maneras de apuntes carpetovetónicos o las innumerables variantes del tremendismo español que irrumpen incluso en el actual siglo XXI.
Carecer de espíritu crítico supone una condena segura para cualquier sociedad, pero s ustituir la crítica por mitos descalificadores aboca a idéntico callejón sin salida . La crítica surge de la Grecia clásica como un análisis racional, con verdadero conocimiento de causa de lo que se examina. Mal asunto cuando se confunde con viscerales repudios sustentados en mitos grotescos.