LIBROS
«La forma de las ruinas»: Juan Gabriel Vásquez, la muerte repetida
Dos asesinatos políticos -el de los colombianos Rafael Uribe y Jorge Eliécer- son el eje de la nueva novela del escritor bogotano

¿Por qué no terminar la lectura de «La forma de las ruinas» repitiéndonos la famosa cita que Borges y Bioy trataron de encontrar en una enciclopedia: los espejos y la cópula son abominables porque nos multiplican? ¿O con aquellas palabras de asombro que García Márquez hace pronunciar a Úrsula Iguarán cuando comprende de golpe el grado de ilusión que va alcanzando su existencia en «Cien años de soledad»: el mundo parece dar vueltas en redondo? No son citas exactas porque, siguiendo una teoría que habla del tiempo infinito de la Historia, el universo tiene la costumbre de repetirse, pero con ciertas variaciones que sugieren su deterioro y su ruina.
Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se propone en este libro desentrañar algunos de los enigmas de la Historia de su país a través del relato de dos crímenes semejantes. El primero ocurrió el 15 de octubre de 1914 y su víctima fue el líder del partido liberal, el general Rafael Uribe Uribe . El segundo, el 9 de abril de 1948, acabó con la vida de Jorge Eliécer Gaitán , el más importante dirigente liberal de Colombia.
Pasado de violencia
Ambos crímenes dinamitaron la convivencia pacífica del país por las turbamultas y el rosario de muertos que los sucedieron y que sirvieron de detonantes para torcer los renglones de la Historia de esa nación hasta el punto de justificar que varias generaciones de narradores se hayan obsesionado por dilucidar los misterios de un pasado de violencia y horror para explicárselo y superarlo.
Con precisión milimétrica, la novela reconstruye el escenario y la participación de los protagonistas de estos dos asesinatos anunciados para tratar de identificar el papel de cada uno de los actores. Pero la Historia, que no se cansa de repetir ecos y afinidades, descubre la figura de un personaje enigmático y similar en los dos sucesos. Un hombre elegante, de modales finos, que dirige con discreción el proceder de los asesinos y luego desaparece; que instruye y manda, gobierna los instintos, elige fechas, escenarios y protagonistas, espera a que los hechos se consumen y se da a la fuga con la soberbia de un Merlín malvado.
Pulso firme
Los detalles de ambos crímenes reflejan otros paralelismos, pero el dato escamoteado por la retórica con que el mundo narra la Historia nos hechiza tanto como al protagonista de una trama que no pierde el pulso en más de quinientas páginas: t rufando los hechos investigados y la autobiografía , o proponiendo explicaciones de otros crímenes ejemplares -como el del presidente norteamericano JFK.
Si no fuera por los ecos de Shakespeare, García Márquez y Borges, caeríamos en la tentación de dar por válidos los argumentos que pretenden ver en la ficción una investigación histórica. Bajo ese espejo que repite la historia de un crimen, el novelista ha sabido hacer brillar un fondo de ilusión , la vida de cualquier ficción, para decirnos que la novela no quiere descubrir la realidad, sino lo que somos, y que obligar a la Historia a que imite retóricamente una tragedia de Shakespeare es una forma de rebajar el odio resultante de los hechos y de salir de las ruinas de lo humano.