CINE

A favor y en contra de Tarantino

El director de cine norteamericano es un orfebre que no deja indiferente a nadie. Estos son los argumentos en uno y otro sentido

Tarantino y Brad Pitt en la presentación en Cannes de «Érase una vez en... Hollywood» Anatoly Zhdanov/Kommersant/Polaris

VV. AA.

1

«Pulp Fiction»

A favor: un director único e irrepetible

Por Luis Alberto de Cuenca.

T. S. Eliot utilizó una cita de la «Divina Comedia» de Dante, en la que este llama «il miglior fabbro» al poeta provenzal Arnaut Daniel, para calificar a Ezra Pound en la dedicatoria de «The Waste Land» al autor de «Cantos». A mí con Quentin Jerome Tarantino me pasa como a Dante con Arnaut y a Eliot con Pound, y por eso quiero utilizar con él la misma expresión en estas líneas, pues me parece «il miglior fabbro» de su generación, «el mejor orfebre» del cine mundial de los últimos treinta años. Las películas de Tarantino están limadas y pulidas con la precisión y perfección con que se aplicaban a su tarea con las piedras preciosas los mejores orfebres renacentistas. Tarantino es para mí una especie de Benvenuto Cellini del cinematógrafo. Lo supe desde que vi su primer largometraje como director, «Reservoir Dogs», allá por 1992. Ese filme convirtió a Tarantino en un director único e irrepetible, capaz de mezclar en la coctelera de su inmenso talento violencia y vis cómica en dosis descomunales. El éxito de ese filme le permitió la libertad creadora suficiente como para escribir sin prisas el guion de su siguiente película, «Pulp Fiction» (1994), una soberbia y divertidísima reflexión sobre la lealtad y la traición de la que dijo Cabrera Infante cuando se estrenó: «Es cine que reinventa el cine».

Desde entonces la producción tarantiniana no ha hecho más que seguir creciendo, si es que se puede crecer desde puntos de partida tan altos. Nueve títulos estrenados hasta la fecha del total de diez que se ha propuesto dejarnos como legado antes de retirarse como realizador y dedicarse a la familia -se ha casado con la cantante y modelo israelí Daniella Pick- y, por qué no, al «dolce far niente». Hollywood le ha brindado un par de premios Oscar como guionista, pero le debe un Oscar al mejor director y a la mejor película, que nunca ha obtenido hasta ahora. «Érase una vez en... Hollywood» es uno de sus filmes más geniales. Un cuento de hadas que se permite reescribir el pasado, porque en el mundo de los «fairy tales» todo puede suceder y todo puede subvertirse. Sería una excelente ocasión de subsanar la sinrazón de que aún no haya obtenido los Oscar mencionados. Esperemos que ocurra.

2

«Érase una vez en... Hollywood»

En contra: apasionado de los pastiches

Por Fernando Muñoz.

En los noventa, Quentin Tarantino era el exponente de la Generación X, el «enfant terrible» de un Hollywood al que conmocionó con «Reservoir Dogs» y de un festival de Cannes al que sacó el dedo al recoger la Palma de oro por «Pulp Fiction». Ahora, camino de las tres décadas del debut, no es más que el anverso de lo que siempre criticó y que tanto parecía anhelar. Una estrella entre las estrellas. Fagocitado por el «establishment» al que reúne en la mansión de Los Ángeles que compró en 1996 con lo que ganó de sus dos primeras películas, Tarantino es el mejor exponente del Hollywood actual: crítico con el sistema pero siempre al abrigo de los estudios, el andamiaje con aura de «autor» que las «majors» necesitan para apuntalar su millonario negocio.

Como a Tarantino le gustan tanto los pastiches, las copias, las influencias, las repeticiones... No hay nada que hoy represente más todo eso que un «meme». Y él fue convertido en uno tras la portada de «Esquire» en la que salía poniendo morritos cual quinceañero en Instagram mientras Brad Pitt y Leonardo DiCaprio lo escoltaban. La imagen del ego de un cineasta convertido en retrato de sí mismo. Un amor propio que es como la chimenea que hay que alimentar cuando aparecen los rescoldos. Y aunque el fuego de su cine no se ha apagado jamás, él lleva años anunciando cual predicador que el fin del mundo -de su mundo, su cine- llegará con su décima película. «Después me veo escribiendo libros o teatro», dice, como si fueran cosas menores. Y para seguir en el candelero de las revistas que devoraba en la trastienda del videoclub, cada poco anuncia que hará una serie de sus películas -lo hizo con «Los odiosos ocho», «Django desencadenado» y ahora con «Érase una vez en... Hollywood»- o que hará una versión de «Star Trek». Pero todo son chispazos que no terminan de prender, promesas de proyectos con los que ocupar titulares.

Porque como escribió T. S. Eliot en «Los hombres huecos», el mundo no se acaba con un estallido sino con un sollozo. Y antes del «boom» final («la última película de Tarantino», para negocio de los productores), lo único seguro es que después de la décima llegará la undécima.

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