OPINION
La familia Miranda
Las Ferias del Libro, tanto en Europa como en Hispanoamérica, han pasado por diversos avatares. Ahora ha llegado la hora de los lectores
A mediados de este año, con motivo de la BookExpo America , Jonathan Franzen, Paul Auster y otros escritores se reunieron en las escaleras de la Biblioteca Pública de Nueva York a protestar por la censura en China, país invitado de honor. Otro tanto había sucedido en la Feria del Libro de Londres en 2012, a la cual, en palabras de Jonathan Mirsky, los organizadores de la feria (apoyados por el Consejo Británico) invitaron a la «Administración General de Prensa y Publicaciones», órgano del Partido Comunista chino responsable de la censura . Los ingleses solo pudieron evitar parcialmente los penosos enredos de la Feria del Libro de Fráncfort de 2009 cuando los alemanes invitaron a un simposio a un grupo de escritores, editores y periodistas chinos, los desinvitaron y los volvieron a invitar, cosa que obligó a la delegación oficial china a abandonar el recinto y etcétera.
La reacción oficial de la BEA es la que cabe esperar de una organización que cree saber lo que hace: estos eventos, declaró el encargado de asuntos internacionales, Ruediger Wischenbart, no son «foros para el debate literario o político. .. Las ferias son asuntos muy prácticos».
Proyectos educativos
Wischenbart se refiere a la larga historia de las ferias en Europa, eventos que nacieron de la necesidad de fortalecer el comercio en general, y el comercio librero en particular. Y lo práctico consiste, evidentemente, en favorecer el aspecto económico sobre lo demás: así lo entendieron los reyes franceses cuando extendieron a los comerciantes que iban a Lyon una serie de privilegios que facilitaban los negocios.
Wischenbart se refiere a la historia de las ferias en Europa, que nacieron de la necesidad de fortalecer el comercio en general, y el librero en particular
Pero ni los reyes franceses, ni los funcionarios chinos, ni los gerentes de las multinacionales, ni los encargados de los asuntos internacionales de las organizaciones comerciales del mundo han logrado nunca que la literatura y la política se abstengan de interponerse en el camino de los negocios. La prosperidad de la Feria de Fráncfort en los siglos XVI y XVII y su franca decadencia y desaparición después de la Guerra de los Treinta Años es el ejemplo más evidente. Fráncfort reinició su actividad en 1949 por iniciativa de los libreros y se convirtió en el modelo de las ferias del libro de todo el mundo. Cuando en 1976 adoptó la figura del invitado especial (¡el primero fue América Latina!), pareció natural que las demás ferias secundaran la iniciativa. La presencia en ferias de todo el mundo empezó a ser desde ese momento una iniciativa guiada por las políticas culturales de cada nación y manejada por políticos. Adiós a la fantasía de un evento «práctico».
El escritor en el escenario
El circuito de ferias latinoamericanas, mucho más joven que el europeo, nació marcado por los proyectos educativos gubernamentales, y ligado por tanto a los intereses políticos: la primera feria del libro en el Palacio de la Minería, en Ciudad de México, fue organizada por la Secretaría de Educación Pública en 1924; y su gestor, José Vasconcelos, no estuvo presente porque había renunciado a la secretaría por sus diferencias con el presidente Álvaro Obregón. En Argentina, sin duda el país latinoamericano con la industria editorial más sólida, la feria nació por iniciativa del gremio pero desde su fundación fue pensada como un espacio donde el público pudiese encontrar libros. En el proceso de creación de la Feria de Guadalajara , que fue gestada en 1987 desde la universidad, se toparon con la genial idea de vincular el mercado latinoamericano del libro con el mercado estadounidense del libro en español, a través, esencialmente, de los bibliotecarios. Sin embargo, la FIL nació con el propósito expreso de «impulsar la vida cultural en Guadalajara». La Feria de Bogotá , que se abrió un año después, quiso ser una feria de negocios -la iniciativa fue de la Cámara del Libro, y se buscaba aprovechar el boom de la industria gráfica que en ese momento vivía el país-. Pero desde el primer día el público dejó claro que ese sería su espacio, y los lectores han ido ganando terreno desde entonces: la programación cultural, muy tibia en sus comienzos, ha ido adquiriendo fuerza y densidad, y las áreas que no han sido colonizadas por los expositores son áreas de fiesta, con música y comidas y mucha bulla.
Las ferias latinoamericanas se reiventaron como eventos culturales donde pulula la literatura, la política, la discusión, la fiesta
La diferencia no es desdeñable: mientras que las ferias europeas (y en parte la BookExpo) eran ferias de negocios, las ferias latinoamericanas fueron pensadas desde el comienzo como iniciativas para ampliar el público lector. Las cifras confirman su buen tino: 1,2 millones de visitantes en la Feria de Buenos Aires de este año, 520.000 en Bogotá, y casi 800.000 personas en Guadalajara fueron a las conferencias, charlas, discusiones, lanzamientos de libros. John Banville, Margo Glantz, Arturo Pérez-Reverte, Alberto Manguel, Salman Rushdie y Fernando del Paso fueron algunos de los platos fuertes, pero en realidad el estrellato literario ha cedido su lugar a las relaciones de muy diversa índole que los lectores deciden establecer con sus escritores favoritos (fanáticos adolescentes, lectores reposados, desocupados lectores). Y con los libros: en Bogotá se decía despectivamente hace unos años que a la feria solo iba la familia Miranda, puros curiosos y nada de compradores; hoy la feria sabe que es maravilloso montar un espectáculo en el cual el libro es el personaje principal.
En un artículo publicado en 2004, Peter Weidhaas, director de la Feria de Fráncfort desde 1975 hasta 2000, se preguntaba sobre la relevancia de las ferias del libro ante la profunda modificación de las condiciones de circulación. En su respuesta Weidhaas planteaba que las ferias del libro debían convertirse en eventos más públicos, reafirmarse como sitio de encuentro y reinventarse como «eventos mediáticos», con el escritor en el escenario . Lo cierto es que las ferias del libro ya fueron reinventadas por el eje latinoamericano como eventos culturales donde pulula la literatura, la política, la discusión, la fiesta. Ha llegado la hora de los lectores.