LIBROS

«Los falsificadores», un cadáver sin manos

Bradford Morrow ambienta su historia en el mundo de los bibliófilos neoyorquinos. Literatura y crimen

El novelista, editor y poeta norteamericano B. Morrow

MARINA SANMARTÍN

La última película que Orson Welles rodó completa, a mediados de los años 70, fue el documental «F for Fake» [Fraude], un estudio de montaje trepidante sobre la biografía de uno de los más importantes falsificadores de cuadros de todos los tiempos, Elmyr de Hory. Con esta propuesta, Welles, que había comenzado su propia carrera con una farsa, la emisión radiofónica de la invasión extraterrestre de «La Guerra de los mundos», reflexionaba acerca del valor de la falsificación, de la creatividad que encierra y de hasta qué punto el Arte, escrito con mayúscula, puede encontrar oxígeno en la imitación ; una serie de cuestiones que, adaptadas al mundillo literario, retoma el estadounidense Bradford Morrow en su excelente novela «Los falsificadores».

Una mañana de febrero, el joven Adam Diehl es hallado muerto en su casa de Montauk. Al cadáver le faltan las manos y pronto el lector descubre que esto no es casual, sino un guiño cruel del asesino al verdadero oficio de la víctima, el de falsificador de ediciones originales. Ambientada en el entorno profesional de los bibliófilos neoyorquinos y con una sugestiva voz protagonista, la de un competidor de Diehl experto en copiar la caligrafía de sir Arthur Conan Doyle, «Los falsificadores» mezcla a partes iguales literatura y crimen; una combinación que, tamizada por el sofisticado estilo narrativo de Morrow, nos devuelve al Nueva York plagado de intelectuales de «Cuando cae la noche», uno de los títulos más interesantes de Michael Cunningham , y, al mismo tiempo, al Manhattan más siniestro y corrosivo de «Las dos señoras Grenville», de Dominick Dunne.

Límite del engaño

A medio camino entre la novela policiaca de salón y la reflexión más seria sobre cómo la información falsa puede llegar a mimetizarse con la auténtica e influir en el devenir de los acontecimientos , el hilo argumental de «Los falsificadores» gira en torno a cuál es el límite del engaño entre el creador y su público.

En esta pregunta se concentra toda la fuerza de la novela, porque el paso siguiente a cuestionar la veracidad de la obra de arte, de la edición incunable, es interrogarnos sobre su autoría, sobre la identidad de su hacedor, un terreno poco trillado donde la maestría de Morrow, que consigue generar inquietud alrededor de la supuesta «verdad» de cada uno de sus personajes, resulta irreprochable.

De la primera a la última página, aparte de la necesidad de descubrir quién es el asesino, Morrow alimenta la desconfianza hacia el narrador y lo convierte en un enigma hasta el final indescifrable , responsable de que nos mantengamos en vilo.

«Los falsificadores», un cadáver sin manos

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