ARTE

Expresionismo en el Thyssen: el coleccionismo como pasión y convicción

El Museo Thyssen sale airoso en la relectura que propone de los fondos de arte expresionista que pertenecieron al barón, habitualmente en sus salas. Una visión no cronológica y bien contextualizada invita a imbuirse de nuevo en el conjunto

«Casa en Dangast», de Erich Heckel

Francisco Carpio

El Expresionismo es uno de los principales movimientos artísticos dentro de las primeras vanguardias históricas. Fuertemente imbricado en el ámbito cultural germánico y centroeuropeo, surgirá a principios del siglo XX vinculado al grupo Die Brücke (el Puente), formado por cuatro jóvenes estudiantes de arquitectura en Dresden: Fritz Bleyl, Erich Heckel, Ernst Ludwig Kirchner y Karl Schmidt-Rottluff , a los que más tarde se unirían Max Pechstein y Otto Mueller . Su objetivo era establecer un puente de conexión entre la tradición germánica y un nuevo y utópico sentido de la vida. Inspirados por Nietzsche y su Zaratrusta (del que también derivó el nombre del grupo), se lanzaron con entusiasmo juvenil a construir una hermandad humana y solidaria.

«Un arte metafórico de creación»

Otro grupo de artistas, surgido pocos años después en Munich, Der Blaue Reiter (El jinete azul) , que acogía entre sus miembros a Wassily Kandinsky, Franz Marc, August Macke, Paul Klee , Lyonel Feininger , Alexej von Jawlensky o Johannes Itten tomaría su relevo, caracterizado por un arte más espiritual, «un arte metafórico de creación, completamente orgulloso de sí mismo y por sí mismo», según Marc, y que conduciría gradualmente a posiciones cada vez más abstractas.

La segunda etapa arrojauna interesante perspectiva: cómo el acto de coleccionar arte puede ser una manera de limpiar y fijar la memoria de unas obras que habían sido mancilladas

La exposición Expresionismo alemán en la colección del barón Thyssen-Bornemisza , supone ahora la oportunidad de ver por primera vez en muchos años una muestra monográfica dedicada al expresionismo alemán en la colección Thyssen , movimiento del que el propio barón se declaró un decidido incondicional .

No es fácil conseguir nuevas miradas y lecturas del segmento de una colección que se encuentra en gran medida habitualmente expuesta en las salas de un museo, sin caer en el riesgo evidente de un predecible dejá vu. Paloma Alarcó , comisaria de este proyecto, consigue salir en general airosa del envite. Y lo hace sobre todo al no limitarse a una mera cartografía cronológica, temática e historicista, sino al estructurar la propuesta a partir de tres conceptos que se retroalimentan entre sí.

Fragmento de «Franzi ante una silla tallada», de Ernst Ludwig Kirchner

Junto a eso, otro de sus haberes es la voluntad de no ceñirse únicamente a los valores plásticos de las obras, sino también ahondar en la dimensión más personal y humana de estas, y en todo lo que –como una especie de palimpsesto– atesora cada una. En realidad, un verdadero coleccionista de arte no solo adquiere piezas, sino que, fundamentalmente, se implica y se mimetiza con todas ellas. Este es el mérito real de la muestra que, de otra forma, habría quedado simplemente como un mero cambiar de lugar la disposición de los cuadros.

El primer apartado, relacionado con Die Brücke , se divide en breves capítulos centrados en la importancia del estudio-taller (con obras como Fränzi ante una silla tallada (1910) y Desnudo de rodillas ante un biombo rojo (1911-1912), de Ernst Ludwig Kirchner , o Ante la cortina roja (1912), de Erich Heckel ); la visión del paisaje en Verano en Nidden (1919-1920), de Max Pechstein o Puente en la marisma (1910), de Emil Nolde ; y también una serie de referentes como Les Vessenots en Auvers (1890), de Van Gogh , Atardecer (1888), de Munch , o Idas y venidas (1887), de Gauguin .

Diálogo con la tradición

En cuanto a los miembros de Der Blaue Reiter , destacan, dentro del diálogo entre tradición y modernidad, obras de Kandinsky como Bagatella nº 2 (1915), Casa giratoria (1921) de Paul Klee , Húsares al galope (1913) de August Macke o El velo rojo (1912) y Niño con muñeca (1910) de Jawlensky .

La segunda etapa arroja una interesante perspectiva : cómo el acto de coleccionar arte puede ser –además– una manera de limpiar y fijar la memoria de unas obras que habían sido mancilladas, en este caso bajo la sombría etiqueta de «arte degenerado» . Buenos ejemplos de ello son Metrópolis (1916-1917), de George Grosz, una auténtica joya, Nubes de verano (1913), de Nolde o Retrato de Siddi Heckel (1913), de Erich Heckel . El coleccionismo, pues, como instrumento para impartir justicia histórica.

No es fácil conseguir nuevas lecturas del segmento de una colección que se encuentra habitualmente expuesta en las salas de un museo, sin caer en el riesgo evidente de un predecible «dejà vu»

La última parada de este viaje expositivo se me antoja quizá más sugerente al presentar la siempre jugosa y compleja relación entre coleccionista y marchante. Aquí aparece sobre todo la figura de Roman Norbert Ketterer, quien se convertiría en la principal fuente de suministro de pinturas expresionistas del barón, así como su amigo personal. Obras como La joven pareja (1931- 1935) de Nolde, Casa en Dangast (1908) de Heckel, Feria de caballos (1910) de Pechstein o La cala (h.1914), de Kirchner , dan buena cuenta de ello. Sin olvidar por supuesto otros marchantes como Leonard Hutton , quien le iba a proporcionar una de sus obras favoritas, El sueño (1922) de Franz Marc. Otra genuina perla pictórica.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación