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«Espía y traidor», John Le Carré sin ficción
La más fascinante historia de espionaje durante la Guerra Fría la protagonizó Oleg Gordievski, que pasó del KGB al MI6 británico

«Si quieres guardar un secreto, ni lo pienses». No es ortodoxo comenzar por el final, sin embargo los capítulos que cierran «Espía y traidor» de Ben Macintyre , una obra vertiginosa, clara, directa, documentada, inteligente , llena de emoción y deslumbrante, algo así como un John Le Carré sin ficción, sí merecen saltarse todas las ordenanzas de la crítica ante el deslumbramiento que provoca el magistral uso del ritmo, la tensión y el pulso narrativo. Lo que aquí se cuenta es el caso más fascinante, y de mayor éxito para Gran Bretaña, del espionaje durante la Guerra Fría.
La historia de un hombre excepcional: Oleg Gordievski , coronel del KGB , hijo y hermano de convencidos comunistas y ejecutores del espionaje de Moscú; culto, amante de la música clásica, de la novela occidental del siglo XX; lector de los disidentes al régimen bolchevique y asqueado de lo que había sucedido en Hungría en 1956; Berlín, 1961 y Praga, 1968. Su lealtad giró hacia la libertad de leer y escuchar y manifestar lo que le viniera en gana y, de ahí, a colaborar con el MI6 británico solo había un paso y lo dio durante su estancia en Dinamarca como agente distinguido del KGB.
Dobles vidas
Nunca ningún servicio de información occidental había conseguido un topo, de tan alto nivel como llegaría alcanzar Gordievski, dentro del siniestro edificio moscovita de la Liubianka. Desbarató operaciones del KGB en Dinamarca, años setenta; durante su decisiva estancia en Londres, cambiaría la estrategia, gracias a sus valiosísimas informaciones, de Downing Street y la Casa Blanca, y evitó una posible guerra nuclear a principios de los años ochenta . Resultaron decisivos sus informes para los Servicios Secretos británicos y el KGB (eran los mismos textos, magistral jugada, que ambos bandos leerían de manera diferente) ante la trascendental visita de Gorbachov al Reino Unido y sus conversaciones con Margaret Thatcher en 1984.
Asqueado de las actuaciones del régimen soviético, su lealtad giró hacia el mundo libre
Destaparía las actividades de importantes colaboradores noruegos y suecos con el Kremlin, e informaría, con brillantez, de cómo funcionaba el KGB por dentro con todo tipo de detalles, nombres y operaciones. Alertó sobre la relación del líder laborista Michael Foot con los soviéticos, sobre periodistas y políticos a sueldo de la embajada soviética, de agentes «ilegales» en territorio inglés y cuando ya estaba a salvo, en el Reino Unido, asesoró respecto a cómo reaccionarían los viejos jerarcas soviéticos ante la «Guerra de las Galaxias» de Reagan. Y acertó. Mientras descansaba en Fort Monckton, base de entrenamiento del MI6 en Gosport, tras la primera reunión con los británicos, se bebió unas cuantas botellas de vino tinto, de Rioja, por supuesto, para comenzar a entender que había salido del infierno y del tiro en la nuca que les esperaba a los traidores al régimen.
Lealtad, traición, dobles vidas, dolorosos silencios, dramas familiares, laberinto de sentimientos encontrados, idealismos que van y vienen son los emblemas de unos hechos memorables: el ejemplo de un tiempo y unos hombres que, como en el caso de Gordievski, no arriesgaban su vida por dinero, fama , poder o soberbia, sino por decencia moral. Algo tan caro y hoy tan escaso.