LIBROS

España, en un lugar especial del corazón de Emil Cioran

Se publican íntegramente «Los cuadernos de Cioran (1957-1971)», en cuyas páginas el escritor rumano-francés da cuenta del escepticismo, de la tristeza y el pesimismo que tiñe su obra. Además, la huella cultural española está muy presente

Emil Cioran nació en Rumanía en 1911 y murió en París en 1995. La mayoría de sus obras se publicaron en francés

CÉSAR ANTONIO MOLINA

De las 265 páginas de las que constaba la antología que la propia Tusquets editó de los «Cuadernos (1957-1972)», se ha pasado a las 1.053 páginas, es decir, la totalidad de esta obra. Una verdadera Biblia del escritor rumano-francés. Él mismo, en una de las anotaciones, escribe que la redacción de este género ensayístico-narrativo-diarístico reemplazaba provechosamente a un amigo. Ya sabemos que Cioran es el gran maestro del nihilismo , de la duda (él mismo se califica Profeta de la Duda), del escepticismo, del vacío, del pesimismo, de la tristeza, la lista sería interminable, pero para mí siempre ha representado el reverso de las otras verdades que, conscientemente, eludimos. Y como también maestro del cinismo, no le podemos creer afirmaciones como, por ejemplo, su esterilidad creadora, o su recreación en un fracaso que nunca tuvo. A Cioran se le puede leer como un filósofo ( Filósofo Aullador, se definía ), un pensador, o un escritor cuya materia y género se la inventó él mismo. Para mí, el autor de «En las cimas de la desesperación» lo abarca todo y lo expresa a través del fragmento («nací para el fragmento»). Fragmentos de vida son estos «Cuadernos» . Una mezcla de periodismo y metafísica, le gusta afirmar a este exiliado del mundo.

La presencia de España es muy abundante e interesante. Hay que llevar a cabo todo un trabajo arqueológico para rastrear las referencias, comentarios, reflexiones, anécdotas, anotaciones viajeras e históricas o mini ensayos. Su admiración hacia nuestro país era grande. Conocía algo nuestra lengua, pero no como el francés, inglés o alemán.

Insiste en su desagrado ante la «horripilante» manía española de volver a abrir los ataúdes

España, como Rumanía y Rusia, tenía un lugar especial en su corazón. Alemania le había decepcionado, aunque no para de referirse a ella; y a Francia, sobre la que ironiza , la ve como el faro cultural desde hace siglos. Inglaterra le causa cierto desdén. En Rusia y España contempla, al lado de la cultura, la persistencia bárbara de cierto irracionalismo, los sentimientos desbocados y creadores de una antropología aún no del todo dominada por la evolución. De ahí que en ambos países se produjeran escritores tan sublimes y «desquiciados» como Santa Teresa o Dostoievski.

Santa Teresa es de las pocas mujeres de las que habla en los «Cuadernos», y a la que le dedica más referencias y comentarios. Otras son: Tsietáieva; Simone Weil («Esa mujer extraordinaria cercana a la santidad»); Emily Dickinson («Cambiaría a todos los poetas por ella»); Ajmátova; Carolina Von Günderode; Sylvia Beach (acude a su entierro); Emily Bronte; Simone de Beauvoir (para meterse con Sartre en el entierro de ella); o Susan Sontag (a quien descalifica por la crítica que le hizo a «La tentación de existir»).

Descreído creyente

«La biografía de Santa Teresa ¿cuántas veces la he leído? Si no abracé la fe después es porque estaba escrito que no la tendría jamás». Decían los antiguos judíos que se podía estar con Dios o contra Él, pero no sin Él. Cioran está contra Él porque no puede prescindir de Él. Es un descreído creyente, nihilista y escéptico. Recomienda el Tratado de la tribulación de Rivadeneira, así como reproduce esta frase de Molinos que lo acerca a otro de sus referentes fundamentales, el maestro Eckhart: «La mayor tentación es no tener ninguna». La mística, para el autor de los Cuadernos, no es la fe, es la aventura del yo hacia lo absoluto, es el itinerario del alma debatida entre el conocimiento y el goce. Al hablar de las exhumaciones de la Santa, Cioran se refiere al lado «malsano de España y sus obsesiones fúnebres». Cioran exalta la trapa, el eremitismo y el silencio («A Dios le gusta el laconismo, una razón para ser creyente»). Él mismo se declara un místico fracasado.

Otro español a quien admira es San Ignacio de Loyola . Después de leer su autobiografía, cuenta que tuvo el impulso de hacerse jesuita. La admiración por el Emperador Carlos V no le va a la zaga de los dos anteriores. No por su poder temporal gigantesco, sino por su abdicación. De Gracián cita el libro de Coster (1913) y hace referencias al «Oráculo manual» que, según su juicio, se parece al Tao Te King. Se queja de aún no haber leído a Calderón y los Autos sacramentales, pero se siente muy cerca de «La vida es sueño» debido a que le fascinaba esa idea del «delito» de haber nacido.

Desastres históricos

Cita, esporádicamente, a Don Quijote y Sancho. Ya más contemporáneamente define a Picasso como «genio para todo». Después de leer «Yo no soy yo» de J. R. J. califica a la poesía como un cuchillo que te «hiere en el corazón». Del poeta peruano, César Vallejo, cita el verso «… dicha tan desgraciada de durar». En otra anotación escribe del mexicano Octavio Paz «velada maravillosa». Y cuando muere su amiga Susana Soca recurre a unos versos del argentino Borges : «Dioses que moran más allá del ruego / la abandonaron a ese tigre, el Fuego». Comenta un artículo de Guillén sobre Lorca, donde se habla de la efervescencia intelectual en España durante el año 1933, «Todas las épocas intelectualmente fecundas anuncian desastres históricos».

En el año 1936 conoció al primer español quien le dijo: «Me gustan la muerte y lo sublime». Cioran critica la «soberbia estupidez española» y, de paso, se mete con Unamuno. No entiendo muy bien esa animadversión con un autor con quien comparte muchas ideas, pero hay que comprender que en estos fragmentos hay mucho de visceral. Cioran insiste en mostrar su desagrado ante la «horripilante» manía española de volver a abrir los ataúdes, «el esqueleto no es una buena introducción al mundo moderno». Cuenta como Carlos de Austria abrió las tumbas de todos sus familiares para besar sus cadáveres.

Viajó bastante por España. Santillana del Mar o el camino de Santiago. En Ibiza fue feliz

Se queda también horrorizado cuando ve el documental sobre nuestra guerra civil, «Morir en Madrid». Cioran habla de la «intolerancia» española y no le gusta nada la edulcorada Historia de España de Legendre, sobre todo, por aminorar los males de la Inquisición. Y sin embargo ensalza, en otro apunte, al catolicismo : «España no habría tenido historia sin el catolicismo: habría sido un desorden permanente, un caos ininterrumpido. La iglesia supo contener la locura de ese pueblo y concretarlo». Y en otra anotación añade que la iglesia en España ayudó a rechazar el Islam y de nuevo favoreció la unidad peninsular. Cioran es un nihilista, pero la mayor parte de sus referencias -a favor y en contra- son cristianas. La mitología le es fundamental, así como el mundo de la Tora y el budismo con quien se siente muy identificado.

Pueblos crueles

«Si el español sale de lo sublime, se vuelve ridículo»; «Los españoles tienen corazón, como todos los pueblos crueles»; «Para algunos, entre los cuales me encuentro, separarse de España es separarse de sí mismos», son otros comentarios. En Santander conoció a uno de sus grandes amigos, Manuel Nuñez Morante. Un joven farmacéutico que le había ofrecido su casa de Castilla con una biblioteca espectacular. Pero a los cuarenta y cinco años falleció de repente. «Pienso en Morante, a ese hombre encantador, caluroso y loco no le echo suficientemente de menos», único comentario emotivo junto con el de la muerte de su madre o el suicidio de su sobrino. ¿Quién era Morante, a dónde fue a parar esa biblioteca?

Según se desprende de estas anotaciones, Cioran viajó bastante por España. En Ibiza fue feliz. Santillana del Mar o el Camino de Santiago son otros lugares. A Cioran lo que más le satisfacía era caminar . A Andalucía la compara con Córcega y Provenza, tres maravillas.

«Nada de lo que es español me es ajeno», es su más rotunda confesión. Amigo de Celan y Beckett, una triada inalcanzable; el escritor irlandés le dijo un día: «En tus ruinas me siento a salvo». Yo también.

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