LIBROS
Escritores y periodistas frente a la tragedia venezolana
«Siete sellos: Crónicas de la Venezuela revolucionaria» denuncia los atropellos a los derechos humanos cometidos por el régimen bolivariano
Los siete sellos de la tragedia abiertos por el régimen bolivariano y a los que se refiere este libro cargado de decencia son: autoritarismo, crimen, hambre, enfermedad, martirio, perversidad y diáspora. «Venezuela es un país desdibujado, hecho dolor y espejismo, en el que la mayoría de sus habitantes sufre y sobrevive como puede», explica el novelista Leo Felipe Campos en la introducción. Siete sellos: Crónicas de la Venezuela revolucionaria (Kalathos ediciones, 2017), reúne los textos de una treintena de escritores y periodistas que desnudan las vergüenzas del chavismo.
Malandros de toda clase y condición, pobres de solemnidad y gourmets que se abastecen en cubos de basura frecuentan sus páginas. «La dignidad es una de las razones de haber compilado este libro», reconoce Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963), investigadora, ensayista y narradora venezolana, responsable de esta selección de crónicas que son como un puñetazo en el estómago . «Nos recuerda que el peor de los males morales que un poder con visos totalitarios es capaz de desatar es la crueldad cotidiana». Gisela recuerda que recientemente vio a un niño pedir comida en una pizzería; un hombre le espetó que él era opositor del gobierno y que, por lo tanto, no le iba a dar limosna. El chico, con los ojos al borde de las lágrimas, humillado, le contestó con un hilo de voz: «Gracias».
Los textos ofrecen datos fríos (en 2016 hubo 28.479 muertes violentas en Venezuela) y escenas costumbristas que destilan humor empapado en amargura . Relatos de «realismo mágico», como el de Sinar Alvarado, infiltrado en una caravana de contrabando que transita por trochas polvorientas, o terroríficos, como el de Violeta Rojo , que llega a la conclusión de que «todos somos monstruos» cuando desea la desaparición de una indigente que «miraba con odio, hedía de manera malsana, vibraba malísimo y cambió toda la energía de la calle. Ahora daba miedo pasar por allí. Convirtió la acera en una porquería de heces, orines y cientos de bolsas de basura». Cuando por fin la mendiga cambió de barrio, brotó el alivio, pero enseguida la certeza de que «el miedo elimina la racionalidad y los principios».