DIÁLOGO LITERARIO
Ser escritor en España: un oficio precario
El debut en la novela de Elena Medel y el último libro de Miqui Otero son las sorpresas de la temporada literaria. ABC Cultural pone a dialogar a dos de los exponentes de la mejor narrativa española actual

Uno de los poemas más hermosos de Jaime Gil de Biedma lleva por título No volveré a ser joven . Sus versos [«Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde / -como todos los jóvenes, yo vine / a llevarme ... la vida por delante»] estremecen por lo que tienen de confesión, sí, pero también por esa coda final [«envejecer, morir, / es el único argumento de la obra»] que hasta a Loquillo se le atragantaba al cantarla. Una condición, la de la juventud, que cuelga sobre varias generaciones de escritores españoles como la etiqueta de esa ropa que, aunque nunca te la llegaste a poner, no te atreves a tirar y ocupa espacio en el armario. Gracias a ellos, el oficio, siempre precario, de escribir en España goza de una salud de hierro, gran paradoja en tiempos del coronavirus. Elena Medel , con su primera novela, Las maravillas (Anagrama), y Miqui Otero , con su último libro, Simón (Blackie Books), son las dos grandes sorpresas de la temporada literaria, y exponentes, también, de la mejor narrativa actual. Sin conocerse, acuden a la cita organizada por ABC Cultural vía Zoom, como mandan los cánones pandémicos.
-¿Se deja de ser «escritor joven» en algún momento?
-Elena Medel: En mi caso es engañoso, porque esta es mi primera novela, pero llevo casi veinte años publicando, debuto en la novela, pero lo de escribir no es nuevo. Jóvenes son quienes tienen diez, quince años menos, que están ya publicando libros muy interesantes. No tiene tanto que ver con la cuestión de ser escritor joven, sino de estirar esa juventud en general, como si se estuviera infantilizando a quienes deberíamos estar llevando ya vidas de adultos, con todo lo que eso conlleva. Con esa infantilización no sé si se justifican las precariedades, etc. Yo tengo esa sensación, como esa obligación de ser jóvenes eternos para justificar ciertas condiciones de vida, de trabajo, laborales, personales…
-Miqui Otero: Yo creo que hay un desajuste en el hecho de que siga apareciendo como escritor joven y en el autobús me traten de usted de vez en cuando, o en un comercio. Evidentemente, el oficio de escribir no es como el de futbolista o músico, que a esta edad ya no serías joven. Yo he cumplido 40 años durante el confinamiento estricto y he sido padre de mi segunda hija también, entonces, esta etiqueta de joven me resulta curiosa cuando pienso en eso y cuando me miro en el espejo. Tiene que ver, como dice Elena, con determinadas precariedades. Se supone que tú, a cambio de olvidar una época que puede ser más o menos dulce como la juventud, te hacías con una serie de comodidades, y eso ahora no necesariamente pasa. Y hablo desde el privilegio absoluto, como una persona a la que le ha ido bastante bien; la gran mayoría de mis amigos tienen mi misma edad y padecen precariedades de todo tipo. Que te adjetiven como joven es como perpetuar esa precariedad. Luego tiene que ver con que ahora se publica mucho más que antes, y es una forma de agrupar y de que haya por encima de ti una especie de tapón de gente que ya está más consolidada. Y, por último, como dice Elena, yo leo a autores nacidos en el 90, en el 91, que tienen una mirada muy diferente a la mía, al margen de que sean muy talentosos, que me lo parecen. Mi generación sí accedió a tocar determinada estabilidad que, de repente, quedó arruinada a partir de la crisis económica, es como si hubiéramos rodado un piloto de una serie que luego se rodó con mucho menos presupuesto o se canceló. La gente que ha nacido en el 90, en el 91 o en el 92 ni siquiera ha rodado ese episodio piloto. Pero eso también revierte en que son tremendamente descarados, frescos, autoanalíticos, tienen una serie de virtudes que igual no tiene mi generación, pero ellos son los jóvenes, verdaderamente.
-EM: Nuestra generación no descubrió la precariedad, porque ya estaba ahí, pero sí ese falso sueño de los 90, que está en la novela de Miqui, esa bonanza económica que de repente se derrumbó. Un montón de gente de mi instituto dejó de estudiar porque merecía mucho más la pena meterse en la construcción, y de repente llegó la crisis y todo aquello se derrumbó. Pero la generación ha vivido en esa crisis, en esa precariedad, entonces, forma parte de su discurso, pero de otra manera, no sé si asumida por desgracia, pero sí de otra forma.
-MO: Del mismo modo que son nativos digitales, son nativos en la precariedad, y a nosotros se nos permitió un tiempo vivir a través de las ilusiones o las aspiraciones de nuestros padres. La precariedad siempre ha existido. Mi familia viene de una aldea gallega muy humilde, se tuvo que venir a Barcelona con el maletero vacío en el año 74 y ellos sí que saben verdaderamente lo que puede llegar a ser la precariedad. Pero sí que construyeron unas ilusiones que querían que yo heredara y lo hicieron a través de la lectura o de la cultura, intentando que yo leyera, con cosas tan generacionales como la suscripción al Círculo de Lectores. Ellos pensaban que ese capital simbólico funcionaría y funcionó durante un tiempo. Nosotros, durante un tiempo, vivimos por esa plantilla de ilusiones y la generación nacida en el año 90 no ha tenido ni esa oportunidad, pero eso los hace más severos a veces en sus juicios. En mi generación mucha gente tragaba con determinadas cosas porque pensaba que algo podía suceder, quizá eran más sumisos, y los nativos en la precariedad no lo hacen, y es algo que está muy bien y que yo envidio.
-Formar parte de esa generación, ¿influye al desarrollar vuestra obra, al escribir?
-EM: Yo no tengo una conciencia generacional. El último poemario, Chatterton , que es de 2014, está escrito durante la crisis, y ahí hay una conciencia de la precariedad, de la importancia del dinero como vertebrador de las relaciones personales, pero más como rasgo de clase que de generación. Y en el caso de la novela tiene más que ver con un rasgo de clase y de género que con una cuestión de edad. Creo, además, que la precariedad por la pertenencia a una clase social es algo que atraviesa mucho más que la edad.
-MO: En mi caso, incluso en la primera novela ese conflicto de clase está en todo momento, además de una forma muy gráfica. Todas estas crisis recientes, la económica, la pandémica, son como ese líquido que se inyecta en una prueba médica para que lo malo que hay en un organismo coja relieve y se vea con nitidez. Todos los privilegios, las injusticias latentes, quedan mucho más claros cuando llega una crisis así y eso, a veces, es lo que hace una novela, también, resaltar esas desigualdades o privilegios. Se puede hacer de muchas maneras, con una mirada costumbrista o con una mirada más histórica, pero en Simón , desde luego, la reflexión sobre el dinero es continua, y es una reflexión sobre el dinero y sobre el talento, que a veces son parecidos, porque tienen similitudes: son injustos, en muchos casos hereditarios y los puedes trabajar, pero el punto de partida no será el mismo.
-¿Existe realmente ese tapón al que se ha referido Miqui?
-MO: No, no, yo no diría tanto. Hay que escribir siendo muy consciente de tus privilegios. Esto es una especie de cadena trófica, donde tú podrás quejarte de que otro esté mejor, pero tienes que ser muy consciente de desde qué punto escribes, del nivel de tu precariedad y de la magnitud de tus privilegios. Yo no diría que hay un tapón generacional que nos impida brillar. Hay escritores que son mayores que yo, que me han leído y han sido generosos conmigo. Yo no me dedicaría a denunciar este tapón, porque los del 92 lo podrían decir de mí. Cuando escribo o en una charla como esta, tengo que ser consciente de que estamos hablando contigo, por ejemplo, y que a ambos nos han tratado bien en el lanzamiento de nuestras novelas. Quizás estoy pecando de conformista, pero intento ser muy cuidadoso con no ser injusto con gente que realmente es invisible y que tiene mucho talento. Me parecería muy presuntuoso ponerme a denunciar una serie de cosas cuando en realidad yo no las estoy sufriendo de una manera violenta. Si hay una mesa maravillosa donde se sirven unos manjares maravillosos, que me lo digan y entonces procederé a querer o no querer ir, no lo sé. Se puede ser injusto con los que están mejor que tú, pero nunca con los que están peor.
-EM: Yo he tenido mucha suerte. Los libros que he venido publicando han tenido más o menos atención y he tenido la fortuna de haber ido publicando en buenas editoriales. Sí es cierto, y tiene que ver con esa etiqueta de escritor joven, que nosotros vamos aproximándonos ya a una edad en la que va a ser muy complicado mantenernos con esa misma etiqueta de jóvenes (ríe Miqui). Tengo esa sensación sobre todo en poesía, donde hay un foco muy potente sobre lo nuevo, lo joven, y, sin embargo, después viene el silencio. Como editora, me cuesta mucho que ese foco se centre en autores que están escribiendo sus mejores libros en ese momento, ya tienen una voz muy hecha y ya no son nuevos. No es tanto ese tapón generacional como que hay esa etapa del escritor joven, en la que eres novedoso, parece que tienes un discurso nuevo que compartir, llevas unos cuantos libros, y ahí, de repente, hay un istmo. Como editora, mi experiencia es esa: autores con libros excelentes que me cuesta muchísimo que se fijen en ellos porque no son la novedad ni el consagrado.
-MO: Ese impás, entre que te admitan y ese primer impulso por el que se mira de forma benevolente al que llega. Podríamos hablar como una especie de crisis de la mediana edad en la carrera de escritor.
-Entras en una especie de limbo, ¿no? Sigues escribiendo, haciendo el mismo trabajo que antes, pero ya no se fijan en ti.
-MO: Y, luego, hablemos de algo concreto, que es la situación personal y económica de cada uno en cada edad. Nunca se habla de las condiciones en las que se escribe un libro y me parece importante que esa idea esté encima de la mesa, también, cuando se habla de estas cosas.
-Porque, vamos a desengañar a todos los lectores, de la escritura no se vive en España, ¿no?
-EM: (Ríe) No...
-MO: No se vive bien. Si tienes suerte, lo que puedes hacer es montar una especie de modelo de vida que te permita comprar tiempo para escribir.
-Comprar tiempo para escribir... Uf.
-EM: Sí, sí, sí, yo también uso mucho esa expresión. Yo tengo como periodos de escritura: estoy tres meses trabajando como una bestia para ahorrar y poder permitirme estar otros meses trabajando un poco menos y sacando bloques de tiempo para poder escribir con un poco más de tranquilidad y de constancia. Salvo que tengas una estructura familiar que te permita dedicar mucho tiempo a la escritura porque lo puedan respaldar con dinero…
-MO: Tradicionalmente, los escritores siempre han tenido un entorno familiar acomodado para poder escribir. Han surgido voces que no pertenecen a esas élites y esas voces tienen que bloquear tiempo y cosas así para poder escribir. Para escribir necesitas incluso un rato para aburrirte, para reposar el texto, no es productivo todo ese tiempo, y necesitas ratos para cocinar esas ideas y que luego se plasmen de una manera digna, que estén bien.
- En ese sentido, ¿qué significa para vosotros la escritura y qué papel representa en vuestras vidas?
-EM: Yo casi siempre pienso en una indagación de mis circunstancias, en plantearme, de una manera quizás egoísta, cuáles son mis circunstancias de vida y de escritura e ir tirando de ahí, en especial desde Chatterton . Plantearme qué significa ser una mujer de clase baja, vivir en la periferia de una gran ciudad, etc. De ahí surgen esos poemas, surge la novela, algunas cosas a las que estoy dando vueltas ahora y que no sé en qué terminarán… Es esa voluntad de escritura desde las circunstancias, desde esa conciencia. Me interesa mucho la posibilidad de ampliar de lo individual a lo común, de que haya una identificación. Y, sobre todo, escribo por placer, porque es la manera que tengo de comunicarme con los demás, porque me gusta y porque me gusta mucho leer, es lo que más me ha gustado siempre.
-MO: Podría suscribir todas las razones que ha dicho Elena, y además algunas las he sentido de una manera muy directa como argumentos propios, casi. De algún modo, escribo por lo que leo, también. Se lee para vivir muchas vidas en el tiempo limitado que nos da una, por un lado, y se escribe un poco para lo mismo, y no sólo para vivir muchas vidas, sino para explorar lo que una vida podría haber dado de sí si se dieran unas circunstancias u otras. Y, luego, aunque suene un poco solemne y presuntuoso, también escribo para que no se amnesien determinadas historias o vidas, gente a la que ni siquiera se le permite protagonizar su propia vida. Escribir sirve para coger este tipo de historias que no suelen aparecer y que los propios protagonistas no le suelen dar valor porque les han dicho que no lo tienen. La imagen del líquido de la prueba médica también sirve como razón para escribir: hacer visibles cosas que están ahí, que no siempre se explican.
-En los dos hay un gran respeto por las voces literarias que os preceden, voces que habéis incorporado a vuestro universo y que reivindicáis en vuestra obra.
-EM: Es que yo escribo porque leo, para mí es una cuestión de gratitud. Yo escribo porque antes he leído libros que me han entusiasmado y porque cuando era una niña quería imitar a quienes escribían aquellas historias que me gustaban tanto y me servían de refugio. Les debo esa gratitud por muchos hallazgos íntimos, incluso más allá de la literatura. Recuerdo cuando leí por primera vez a Ángela Figuera, que es una poeta a la que menciono siempre, que para mí fue un golpe, porque era capaz de esa escritura, radicalmente política, en los espacios de la intimidad. A mí me habían enseñado que la poesía social era otra cosa y, de repente, me encontré a una mujer en los años 50 de un compromiso luminoso y que transcurre en los espacios de las mujeres: en el mercado, en el dormitorio, en la cocina, en el salón… Siempre hablo de Martín Gaite, por ejemplo, que para esta novela me apoyé mucho en su relectura; Marta Sanz, Belén Gopegui, Chirves… Y hay para mí una referencia que no es muy evidente, pero que existe, que es Manuel Longares, porque me parece que muy pocos escritores han mirado Madrid como él. Yo soy, sobre todo, los escritores y las escritoras a los que he leído.
-MO: Es una gratitud biográfica, cuando algo ha sido tan importante para ti en un determinado momento, luego si eres una persona decente lo vas agradecer. Si no reconociera la importancia de ese día, en el que volvía de trabajar en una discoteca para pagar la matrícula en los años de la universidad, de esa mañana que compré un ejemplar de Últimas tardes con Teresa y me voló la cabeza y me empujó a escribir, sería muy desagradecido. Y, luego, sería de género tonto pretender plantear que lo tuyo empieza de cero, es absurdo pensar que el mundo empieza cada vez que nace un escritor. Tú perteneces a tus lecturas. Tú eres lo que te ha pasado, pero también eres esos libros, porque te han ayudado a ver el mundo como lo miras y reivindicarlos y recomendarlos, también, a otras generaciones. Están las conexiones que son muy claras, muy evidentes, Marsé, Mendoza o Casavella, y luego están los que para mí son también muy importantes y que no se cuelan de manera tan directa, como Dumas, Balzac y también algunas de las autoras que ha dicho Elena: Marta Sanz no se verá en lo que yo hago, pero es una escritora importante para mí y cuando leí Entre visillos , de Martín Gaite, entendí un montón de cosas… Algunas influencias son muy claras y otras te ayudan a plantearte ese modelo de novela por el que tú has apostado.
- Siendo consciente de que es una pregunta no sólo difícil de responder, también de plantear en estos momentos, allá va, la última: ¿dónde y cómo os veis dentro de veinte años? (ríen ambos).
-EM: A mí me gustaría escribir en una habitación en la que no estuviera la cocina (ríe Miqui). Cada año aspiro a eso, porque es verdad que llevo años escribiendo en la cocina, que es una cosa como muy Alice Munro, pero yo llevo ya no sé cuántos pisos seguidos en los que escribo en la cocina porque no tengo otro sitio. Aspiro a eso, a escribir sin la cocina al lado. Me gustaría seguir escribiendo y pudiendo publicar, porque me parece que, además, no es algo tan fácil. Yo en muchos momentos he pasado por etapas en las que pensaba que nunca volvería a escribir, etapas en las que nunca volvería a publicar, y lo he pensado de manera muy firme, creía que no tenía nada más que decir. Entonces, casi que me conformo con eso, con seguir escribiendo, seguir publicando y dejar de escribir en la cocina.
-MO: A mí me cuesta mucho, mi peor pesadilla es que me lean la mano. Yo soy una persona tremendamente aprensiva e hipocondríaca, por eso me cuesta proyectarme, por el miedo a que haya una pantalla en negro. La primera cosa sería imaginarme vivo, que es una preocupación que no es menor…
-Y hoy en día aún menos…
-MO: Sí… El único consuelo que le encuentro a morirse es el más egoísta y perverso, que es que no serás el único. Pero espero verme vivo, y una manera de verme vivo, ya no en sentido literal, sino de otro tipo, sería verme vivo escribiendo. El momento en el que sale el libro y das alguna entrevista estás más o menos seguro de ti mismo, porque eso por lo que te has peleado ha sucedido finalmente, pero luego en medio hay unos valles tremendos, y yo lo que quiero es seguir escribiendo, que también es una forma de seguir viviendo. ¿Dónde hacerlo? No lo sé. No me veo en una mansión tipo Paulo Coelho, porque seguramente sería bazofia lo que escribiría. Con vivir de una forma más o menos digna, no haberme traicionado demasiado y estar lo suficientemente sano, en todos los sentidos, como para poder seguir escribiendo, me daría con un canto en los dientes.
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