LIBROS
Entremos en la región de Nickolas Butler
Marcado por el éxito de sus anteriores novelas, Butler regresa con una historia inspirada en hechos reales con el fanatismo de fondo
Sí: la inconfundible sensación de eso que obliga a hacer un alto en el camino pensando en que uno ya ha estado allí. Y si uno ya ha pasado por la muy hospitalaria literatura de Nickolas Butler (por esa formidable buddy-novel que fue su triunfal debut con Canciones de amor a quemarropa , por aquella otra de iniciación que fue El corazón de los hombres ; o por relatos de Beneath the Bonfire funcionando casi como caras B de las anteriores) ya sabe perfectamente a lo que me refiero.
Porque lo de Butler (Pensilvania, 1979) -escritor neo-regional del Medio Oeste- trabaja a partir de la re-exploración de lugares comunes para hacerlos, de algún modo, inequívocamente suyos. Un poco lo que consiguió Tom Petty con su música: letras exactas y músicas perfectas que empiezan recordando a tantas otras para, a la altura del estribillo, descubrirse como venerables himnos en lo que casi alcanza lo sacro para, sí, lanzarse en caída libre o correr detrás de un sueño y alcanzarlo. Así, de nuevo, en Algo en lo que creer , Butler sale en busca de algo que otros ya buscaron o encontraron, en los espirituales sureños . Y ese algo es nada más y nada menos que la idea de Dios y el cómo hacer para seguir teniendo fe cuando todo parece indicar que allí arriba no hay nadie; o que, tal vez peor, ese alguien tiene un sentido del humor y de la crueldad un tanto cuestionable.
Pastor evangelista
Quien duda de todo es el sexagenario y muy pero muy contemplativo Lyle Hovde: habitante de un pequeño pueblo en Wisconsin , amigo que siempre está ahí, felizmente casado con Peg, adorador de los helados, y padre adoptivo de Shiloh: madre soltera que regresa a casa de sus padres para criar a su hijo de cinco años Isaac. Y de pronto Shiloh se vuelve más y más religiosa y comienza a salir con el joven y carismático pastor evangelista Steven con ganas de culto propio en sala de cine abandonada. Y, de acuerdo, Lyle hace mucho que no cree en nada, justo desde que murió su hijito siendo apenas un bebé . Le alcanza y le sobra con reverenciar el paso de las estaciones por sus manzanos.
Y Lyle deja ser y hacer. Pero -aunque vaya cada domingo a misa más para socializar que para rezar- Lyle pronto se dice que la situación se está saliendo un poco de madre e hijo y espíritu santo cuando el cada vez más desatado Steven asegura que el pequeño Isaac es un iluminado sanador y un elegido para y por su gloria. Pronto se descubre que Isaac es diabético y Shiloh y Steven deciden que será curado nada más y nada menos que por el poder de la oración. Y los acontecimientos se precipitan y está claro que no serán del tipo milagroso.
Orquestada a lo largo de un año e inspirada en hechos reales ( el caso de la joven Madeline Kara Neumann, en 2008 ) la novela se hace una y otra vez la segunda pregunta más trascendente, luego de aquello de ¿ser o no ser?: ¿creer o no creer? Y lo que finalmente contesta (el clímax dramático que se anticipa como una de esas tormentas avanzando a nuestro encuentro) tiene algo de la inasible ambigüedad de las sagradas escrituras. Aquí, quien cree seguirá creyendo y quien no crea persistirá en lo suyo; pero unos y otros se harán algunas preguntas más interesantes que muchas respuestas.