ARTE
Entrarle por los ojos a Rembrandt (y compañía)
El Museo Thyssen le dedica al retrato burgués del siglo XVII un interesante ensayo expositivo, con Rembrandt y Hals como primeras espadas
Ámsterdam era en el siglo XVII una ciudad rica y tolerante. Ambas cosas acostumbraron a sus habitantes a relativizar los ideales por los que se mataba en otros lugares de Europa y a estimar los pequeños placeres de una cotidianidad sabiamente ordenada. Esto se reflejó en el aprecio por las viviendas confortables, la limpieza o el arte.
Decorar las casas con pinturas (paisajes o bodegones), se convirtió en costumbre incluso entre la gente modesta . Los retratos, en cambio, eran un lujo. Uno de cuerpo entero podía costar cien florines, un tercio del salario anual de un trabajador cualificado. Los retratos en grupo eran más económicos, aunque cada persona debía abonar su imagen. El número de quienes podían permitírselo fue, en cualquier caso, muy alto. Téngase en cuenta que, pese a perderse más del ochenta por ciento de las pinturas realizadas entonces, se conservan miles de piezas.
No todos tan brillantes
Una clientela tan pudiente y nutrida atrajo naturalmente a muchos artistas. Hoy es posible identificar a ciento treinta pintores activos en la ciudad entre 1590 y 1670 . Desde luego, no todos tan brillantes como Rembrandt o Hals, pero con un nivel medio más que aceptable. La exposición del Museo Thyssen así lo demuestra.
Los tres principales retratistas cuando Rembrandt llegó a Ámsterdam en 1631 (año de La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp ), eran Picknoy, De Keyser y Van der Voort. El recién llegado tenía 25 años y rápidamente superó a los viejos maestros. Entre 1631 y 1635, pintó cerca de cincuenta retratos. ¿Cuál fue su secreto? Aparte de su maestría, la aplicación de las reglas de la pintura de Historia al campo del retrato, gracias a lo cual pudo imprimir un giro dramático a las imágenes que complació sobremanera al público. Su estilo agradaba a los ricos comerciantes, ansiosos por verse representados como los nobles , aunque sin su pose mayestática, expresión de unos valores anquilosados que no iban con su manera de vivir. La ronda de noche , terminada en 1642, remata este periodo de la vida de Rembrandt lleno de triunfos.
Ya en ese momento comenzaba, sin embargo, a notarse en la ciudad un cambio de gusto motivado en parte por la llegada masiva de artistas que huían de las guerras que azotaban media Europa . El estilo emergente, desarrollado en los ambientes aristocráticos ingleses, es el de Anton van Dyck . Poses refinadas, suaves acabados, colores intensos, algo muy distinto de lo que hacía Rembrandt. Las cosas cambiaban y la elite de Ámsterdam ya no deseaba ser reconocida por su riqueza, sino por su rango. En vez de como burgueses diligentes, aspiraban ahora a ser vistos como patricios de una corte republicana. Aunque los entendidos reconocían la superioridad de Rembrandt, la mayoría prefería la nueva estética representada por los artistas a la moda: Flinck, Bol, Van der Helst … La Historia los ha relegado a todos a un puesto secundario, pero el éxito que alcanzaron fue lo suficientemente grande como para ensombrecer los últimos años del genio de Leiden.
La vulnerabilidad del ser humano
¿Qué ocurrió exactamente? Los clientes de Rembrandt reprochaban a este no cumplir sus expectativas. Sus retratos se asemejaban poco a las personas retratadas. Lejos de esmerarse en lograr el parecido más perfecto, usaba a los modelos como pretexto para plasmar lo que a él más le importaba: la vulnerabilidad del ser humano. Era lo que llevaba haciendo consigo mismo en sus impresionantes autorretratos desde que se pintó por primera vez en 1628. Tras la pose arrogante del triunfador que sueña con inmortalizar su imagen, está el hombre de carne y hueso que nadie, salvo él, quería ver . Quizá por eso alguien dijo que cuando uno mira un retrato de Rembrandt no puede estar seguro de quién ha sido pintado, pero sí de quién es el pintor.
¿Cuál fue el secreto de Rembrandt? Aparte de su maestría, la aplicación de las reglas de la pintura de Historia al campo del retrato
Hasta la segunda mitad del siglo XIX, gracias al surgimiento de estilos menos apegados a la representación convencional del mundo de las apariencias, Rembrandt no recuperó el aprecio de los críticos. Lo mismo le ocurrió a otro pintor: Frans Hals , condenado a la invisibilidad después de una carrera triunfal. El estilo de madurez de ambos pareció a sus contemporáneos envejecido , si bien era, en rigor, demasiado innovador para los devotos de lo nuevo, esa gente que confunde la novedad con la moda, o sea, aquello que una vez que envejece ya no hay forma de que vuelva a revivir.
La última gran obra de Rembrandt, La conjura de los bátavos , con sus gruesas pinceladas y su desmitificación de los héroes, no fue destruida de puro milagro. El mismo destino, aunque en este caso accidental, estuvo a punto de sufrir otra obra tardía, la Lección de anatomía del doctor Deyman , de la que se conserva sólo un fragmento que puede ahora verse en Madrid. La evolución del pintor es aquí evidente. Ya no se trata de un retrato de grupo o una escena costumbrista, sino de una impactante reflexión sobre la muerte. Labores de genio.