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El ensayo de las citas oportunas
Pajak definió este, «su ensayo del exilio», como «una revancha abstracta de un mal de amor, un aullido contra las ideologías, el espíritu del tiempo y el tiempo que pasa»
Montaigne fijó con lucidez el destino del ensayo, que no lleva a otra cosa que a mostrarse «con maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio». En buena medida, se trata de una mutación moderna de la sabiduría del oráculo délfico , asumida por Platón , que nos llama a conocernos a nosotros mismos. Pajak , con el estado de ánimo de un solitario, desarrolla un singular «ensayo» que, según declara, es una «revancha abstracta de un mal de amor, aullido contra las ideologías, contra el espíritu del tiempo y contra el tiempo que pasa ».
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El « Manifiesto incierto » tiene tanto de intempestividad cuanto de retorno a un lugar común contemporáneo que hace que infinidad de lectores e interpretes estén literalmente imantados con Walter Benjamin , que realizó en « Calles de dirección única » un apasionado elogio de las citas a las que considera «salteadores de caminos que irrumpen armados y despojan de sus convicciones al ocioso paseante». Lo que trata de hacer Pajak es contemplar y dar forma a su melancolía a través del naufragio benjaminiano , ajustando su escritura a las micrologías de aquel que confiaba más en la alegoría que en el esplendoroso despliegue de lo simbólico.
Como un tímido
Pajak da cuenta de sí mismo como un tímido, consternado con los avasalladores de la palabrería y ajeno a la oratoria desenvuelta , entregado a una escritura balbuceante que corresponde a la experiencia de lo inefable. Recuerda que Benjamin veneraba las palabras hasta el extremo de dejar que se abandonen a su acrobática desmesura, a su luminosa oscuridad, pues, «cuando a uno le faltan las palabras, se produce una paradoja». En el «Manifiesto incierto» está sedimentada la miseria, la angustia, la historia borrada y el recuerdo imborrable del abandono , la experiencia abismal de la orfandad. Los dibujos no ilustran lo narrado, sino que amplían la atmósfera evocadora.
Si se comenta a Beckett es tan sólo para sacar partido de sus magníficas y hasta dramáticas conversaciones con Bram Van Velde (un artista «cuya pintura emite un ruido muy característico: el del portazo a lo lejos») y, sobre todo, para invocar un ejemplo de escritura que «desvaría»: la propia de un protestante guasón. Para aquel pintor de «lo que no se pude pintar», los exiliados conforman una raza: la de los que nunca olvidan su tierra . Al encontrarse con su joven compatriota Beckett, Joyce , el perpetuo exiliado, le repitió esta ley: «Ulises hizo un bonito viaje, sí, pero regresó».
«Manifiesto incierto (Vol. I)». Frédéric Pajak
Ensayo. Errata Naturae, 2016. Trad. de Regina López Muñoz. 192 páginas, 19 euros