LIBROS
Elizabeth Hardwick, cuando cae la noche
Con 63 años, la ensayista estadounidense sorprendió al publicar «Noches insomnes», un relato fragmentario en el que noveló su propia vida
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Fue una de las ensayistas más célebres de su época, en los años dorados de las letras estadounidenses del siglo pasado; crítica literaria de una profundidad inusual, suyo fue el ensayo « The Decline of Book Reviewing » que en 1959 advertía contra los «artículos pequeños y livianos» que empezaban a poblar las páginas de los culturales.
Para Elizabeth Hardwick (Kentucky, 1916; Nueva York, 2007), esos textos debían ser más ambiciosos: «Eliges escribir porque crees que tienes algo nuevo que decir sobre un tema». Siguiendo esa filosofía, creó con su marido y un par de compinches « The New York Review of Books », la revista en la que desarrolló buena parte de su carrera como articulista.
Autora de dos novelas en 1945 y 1955, su faceta de escritora quedó solapada por la brillantez de su prosa ensayística, y por un marido, el poeta Robert Lowell , que durante 23 años la atormentó con sus continuas infidelidades, sus trastornos mentales y su alcoholismo. Incluso toleró que Lowell, tras separarse, volviera a ella cuando su nuevo matrimonio fracasó.
« Noches insomnes » (Navona), su tercera novela, pilló a todos con el paso cambiado. No se esperaba que Hardwick, con 63 años, regresara a la ficción, y mucho menos con una obra de este calibre: una suerte de ensayo fragmentario en el que noveló su propia vida y el universo literario que construyó su formación intelectual. «El “libro” es una excrecencia que no crece, sino que se adhiere, se pega –escribe en «Noches insomnes»–; un compañero tumoral hecho de las células corruptas del aprendizaje, la experiencia y el pensamiento».
Hardwick publicó «Noches insomnes» en 1979, dos años después de la muerte de Lowell, y supone la liberación creativa de una autora que pensaba sus novelas desde una frase embrionaria, a modo de «big bang». El origen de este libro está en una línea que terminó descartando: «Ahora empezaré mi novela, pero no sé si me llamaré a mí misma “yo” o “ella”». Sí aparece esta otra en el primer párrafo: «Me entregaré a este ejercicio de memoria transformada, distorsionada incluso, y viviré esta vida, la que vivo hoy».
La protagonista de esta obra sin trama también se llama Elizabeth y, como Hardwick, es una lectora impenitente: «Billetes, migraciones, preocupaciones, propiedades, deudas, cambios de nombre y vuelta a cambiar otra vez: y todo esto por haber leído muchos libros». A partir de ahí, Hardwick vuelca con una escritura delicada, en contraste con el estilo machuno de las décadas previas, una serie de recuerdos que llevan a la protagonista de su Kentucky natal a Ámsterdam o Nueva York.
En la ciudad de los «cócteles» narra encuentros y desencuentros: encuentros con los ambientes comunistas y los clubes de jazz, y desencuentros, sobre todo, con una sombra: «Ahora estoy en Nueva York, sola, ya no soy un nosotros. Han pasado años, décadas, incluso. Y entonces quedas fuera del más común de los plurales, de la extraña sociedad que nace como una explanada llana y vacía y que no tarda en convertirse en una ciudad de habitaciones y garajes». No hay mejor lectura cuando cae la noche.
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