LIBROS

Marilynne Robinson: «Durante años he practicado eso de no ser famosa»

Fue el presidente norteamericano, Barack Obama, quien sacó a esta escritora de su anonimato. «La Biblia está en mi mente y en mi literatura», reconoce la autora de «Gilead y «Lila»

Marilynne Robinson Inés Baucells

SERGI DORIA

Marilynne Robinson alterna la mirada fija a los ojos del entrevistador con la expresión ausente cuando algo de lo que escucha no es de su agrado (por ejemplo, hablar mal de Calvino). No es persona proclive a las medias tintas . Doctora en Literatura Inglesa y profesora en la Universidad de Iowa en el mismo taller de escritura donde Salter y Cheever impartieron clases, nunca publicaría una línea de la que no estuviera convencida. Esa actitud meticulosa explica los veinticuatro años transcurridos entre su primera novela, «Vida hogareña» (1980), que Galaxia Gutenberg editará en febrero, y la «Trilogía del Medio Oeste» -«Gilead» (2004), «En casa» (2008) y «Lila (2014)-, que ha visto la luz en español en el mismo sello. Premiada con el Nacional de la Crítica norteamericana y el Pulitzer por «Gilead», Robinson no ha dejado de cosechar reconocimientos: «En casa» fue galardonada con el Orange a la mejor obra de ficción y en 2010 su autora ingresó en la American Academy of Arts and Sciences.

Ojos azules, melena cana, Robinson entrelaza las manos que apoya sobre la mesa. Para conseguir una de sus dosificadas sonrisas , nada mejor que recordarle a su interlocutor más famoso: Barack Obama, 14 de septiembre de 2015. Después de ser invitada a cenar con él y su familia en la Casa Blanca , Obama entrevistó en público a su escritora favorita: «Fue iniciativa suya y debo reconocer que me hizo preguntas muy interesantes. Es toda una experiencia que el presidente de tu país te pregunte acerca de la literatura de ficción», recuerda Robinson.

En aquella conversación, que publicó «The New York Times», Obama y ella hablaron de los reverendos John Ames y Robert Boughton; de la difícil existencia de Lila, la niña que padeció el abandono y el nomadismo en la Gran Depresión hasta hallar el sosiego con Ames; o de Jack, hijo de Boughton, siempre al filo de la marginalidad. El presidente y Marilynne Robinson se situaron en Gilead, ese pequeño pueblo de Iowa: una breve retahíla de casas en unas pocas calles, el elevador de grano, la torre de agua, la estación de tren y la iglesia que da sentido a una comunidad cohesionada por la religión. Es en Gilead donde un John Ames enfermo terminal escribe una carta dirigida a su hijo de siete años. Es a Gilead donde la hija de Robert Boughton acude para cuidar a su padre moribundo e intenta que su hermano -el díscolo Jack- encuentre, por fin, el buen camino. Contemplándolo todo, la sencilla bondad de Lila, que consiguió que el reverendo Ames recuperara el amor cuarenta años después de la muerte de su primera mujer… Personajes enlazados en tres novelas de aliento mítico. Ecos de la Biblia. América profunda. Robinson es, tal vez, la seguidora más cualificada de William Faulkner.

Viajemos a Gilead, un topónimo que viene del hebreo Galaad, citado en el Génesis…

El nombre hace referencia al pacto, la paz y la curación en tiempos convulsos. Una ciudad del Medio Oeste habitada en el siglo XIX por gente de Nueva Inglaterra y comunidades utópicas alemanas. En estas pequeñas poblaciones nació una nueva cultura de resistencia a la esclavitud vinculada a la religión y la educación. Antes de la guerra civil, el esclavismo funcionaba en Norteamérica con el apoyo de ingleses y franceses: la respuesta era oponerse a la explotación del hombre por el hombre.

Sus novelas están repletas de citas bíblicas. ¿Se pueden leer como variaciones sobre las Sagradas Escrituras?

En la conversación que Robinson mantuvo con Obama, hablaron de los reverendos John Ames y robert Boughton

Las alusiones bíblicas no me sorprenden: desde niña estaba interesada en la «Biblia». La «Biblia» está en mi mente y en mi literatura.

Usted pasó de la Iglesia presbiteriana a la congregacionista. En España se sabe poco de esas corrientes cristianas…

Por encima de todo, me considero cristiana. Presbiterianos y congregacionistas son muy similares, aunque se hayan desarrollado de forma diferente. Los primeros provenían de Escocia y los segundos de Inglaterra. Los presbiterianos son más jerárquicos y los congregacionistas más democráticos: una comunidad que vota. Unos y otros se complementan: donde hay una iglesia presbiteriana no se abre una congregacionista, aunque no siempre se llevan tan bien: en Iowa, donde yo vivo, había una sola iglesia presbiteriana y sólo duró tres años… ¡Los congregacionistas acabaron construyendo su propia iglesia! («Sonríe»).

Hablemos de los predicadores, John Ames y Robert Boughton. ¿Qué los diferencia?

¡Boughton es presbiteriano y Ames congregacionista! Es broma. La verdad es que tienen temperamentos muy distintos. Boughton se pasa la vida perdonando a Jack, un hijo imperdonable, y Ames lo mira de reojo y también intenta perdonarlo. La teología de ambos es la del hijo pródigo, aunque Jack abusa de la parábola porque vuelve siempre a las andadas.

¿Hasta qué punto influye la religión en la política norteamericana?

«Los yihadistas buscan que nos venguemos. La sociedad democrática no debe caer en esa provocación»

No olvidemos que el preámbulo de la declaración de independencia es una paráfrasis del Salmo 8. Esa primera frase tiene una base teológica y eso influye en la cultura de un país. Lo que sí me molesta es esa manía de proclamar que todo irá a peor.

¿Cuáles son autores de cabecera?

Emerson es el más importante para mí junto a Emily Dickinson, Melville y Faulkner. De Emerson destacaría su estética de la percepción, una cualidad que también posee Whitman: siempre me conmueve.

¿El éxito de sus novelas le ha alejado de su faceta como ensayista?

¡En absoluto! En octubre publiqué un libro de ensayos en Gran Bretaña, «The Givenness of Things», una crítica a las sociedades contemporáneas.

Y ya que estamos en el territorio de la no ficción, ¿cómo podemos afrontar el terrorismo yihadista?

Estos actos superan los límites del horror imaginable. Los terroristas pretenden provocar para que se les responda con una venganza, pero la sociedad democrática no debe caer en esa provocación.

Nuestros políticos fallan, pero ¿son ellos los únicos culpables del deterioro de las instituciones democráticas?

«A veces olvidamos hasta qué punto vale la pena preservar nuestra civilización. Hay que proteger y conservar la democracia»

A veces olvidamos hasta qué punto vale la pena preservar nuestra civilización. Hemos dado por hecha la democracia y nos hemos olvidado de protegerla y conservarla. Me refiero, por ejemplo, a las observaciones de Tocqueville cuando describía la América en formación: valoraba la alfabetización y la cultura como la fuerza de la democracia. A principios del siglo XIX asistimos al momento más creativo de nuestras universidades, el campus como un pequeño paraíso del saber. Ahora se nos convence para que olvidemos aquellos ideales y el optimismo en el progreso humano. Es frecuente escuchar que debemos dejar de lado las humanidades a favor de la mal llamada y utilitarista economía del futuro.

Y lo llaman innovación…

Se habla constantemente de innovación, pero no sabemos en qué consiste reducir las personas a la competencia económica. La jerga presuntamente científica enmascara la rebaja de las expectativas personales: un darwinismo social que en lugar de mostrar compasión por los más débiles pretende deshacerse de ellos. En mi país se destinan millones de dólares a la investigación al mismo tiempo que se prefieren los ordenadores a los filósofos. La cultura es la emancipación de la imaginación y a eso nos ayuda la literatura.

En su caso, una literatura cristiana… ¿Cree que eso le distancia de determinado tipo de lectores, digamos, laicos?

Si es así se debe a que el conocimiento de los autores cristianos es muy superficial y tópico. ¡Es muy novedoso ser una autora cristiana en mi generación! En mis novelas pretendo recuperar los tesoros más preciosos de nuestra civilización. El ser humano es sagrado porque está creado a imagen de Dios.

¿Podrá volver a la soledad austera de Iowa para cerrar la serie sobre Gilead?

No se preocupe. Durante muchos años he practicado eso de no ser famosa y el hábito hace al monje.

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