LIBROS
«La duquesa ciervo», la magia de la ternura en Andrés Ibáñez
Andrés Ibáñez compone en su última novela un alegoría del presente desesperanzado y un viaje inciático en el que resplandece el amor. Una fábula cercana a «El Señor de los Anillos», que se recrea en el poder de las palabras
Dejé de lado todas las lecturas en torno al «estado de excepción» la búsqueda de imágenes para un «powerpoint» sobre «lo contemporáneo» y la indagación obtusa sobre la «postverdad» en tiempos «trumpianos» para adentrarme en el libro de Andrés Ibáñez. No podía anticipar el enorme placer o, para ser más preciso, el hechizo que las páginas de «La duquesa ciervo» conseguirían en mi mente pantanosa. Aunque los terrenos por los que transita este escritor están en las antípodas de mi preocupación por establecer una sintomatología del presente, he llegado a vislumbrar un terreno extrañamente común. En las primeras páginas de esta novela, Andrés Ibáñez (Madrid, 1961) describe a los siervos como aquellos que no solamente tenían cadenas en las manos sino que, más que nada, están sometidos en el alma : «Les habían metido en una caja y ellos habían olvidado que había un mundo más allá. Aceptaban la autoridad con una pasividad que me parecía desconcertante». Este mundo de servidumbre voluntaria es también el nuestro en el que vivimos a golpe de «like» o sobresaltados por los «tuits» presidenciales, incapacitados para superar la urgencia de acontecimientos que pronto formarán parte del inmenso basurero de la historia.
Ciudad montaña
Andrés Ibáñez compone, al mismo tiempo, una alegoría del presente desesperanzado y un viaje iniciático en el que resplandece el amor. Asistimos al crecimiento sapiencial de Hjalmar, el hijo de un rey, alejado del «Círculo de Piedras» en un pequeño país, vendido como un siervo para ser un miserable ayudante en la cocina en la «Torre de los Magos de Irundast», la ciudad montaña. Es ahí donde aparecerá, en plena noche nevada, el «joven de los bigotes», un ser con aspecto «misterioso y romántico» que resulta ser Aliso, la duquesa de Pasquis, de la que se enamora perdidamente el pinche que sueña con ser caballero. También aparece en esa cocina el mago Saamsar, en forma de jorobado, que orientará al protagonista en el aprendizaje de la magia.
«La magia, según me explicó el Tatuado, es la capacidad de ver, la capacidad de asombrarse y la capacidad de hacer, y todos los que hacen algo, sea un poema o un zapato, participan de alguna manera de la magia, alta o baja». Ibáñez saca partido de los «símbolos de transformación» jungianos y nos recuerda que la creación del oro, en la alquimia, es un proceso de maduración mental. Mirando a los ojos del halcón, el iniciado puede volar o adentrarse en los «Parques Mágicos» donde, arrastrado por la pasión, morderá a su amada, metamorfoseada en liebre y él convertido en comadreja.
«La duquesa ciervo». Andrés Ibáñez
Narrativa. Galaxia Gutenberg 2017. 384 páginas. 20,50 euros