LIBROS

Un duelo transcendental para el futuro de España

La obra de Juan Fernández-Miranda y Jesús García Calero arroja nuevas luces esclarecedoras sobre las relaciones entre Don Juan y Franco

Franco y Don Juan en la decisiva reunión del 25 de agosto de 1948, a bordo del Azor

Enrique Moradiellos

Sabíamos bien que Don Juan de Borbón y Battenberg (1913-1993) era hijo de rey y que sería con el tiempo padre de rey. También sabíamos que nunca había ceñido la corona y que su figura había sido confinada a la condición de eterno pretendiende al trono de España pese a sus fundados títulos dinásticos. El motivo de esa extraña paradoja era igualmente sabido: la Guerra Civil y el régimen vencedor resultante se interpusieron en su camino bajo la forma de un caudillo militar que no quiso ser dictador comisario (limitado al cumplimiento de una misión temporal) y logró convertirse en dictador soberano (decidido a durar e instaurar un régimen vitalicio).

La obra publicada por dos periodistas de sutil sensibilidad histórica, Juan Fernández-Miranda y Jesús García Calero , Don Juan contra Franco , arroja ahora nuevas luces sumamente esclarecedoras sobre esa historia de las relaciones entre Don Juan y Franco en la coyuntura crítica de la posguerra mundial (1945-1948). Son apenas cuatro años en los que se decide casi todo en virtud de dos dinámicas contrapuestas en el plano internacional: por un lado, la condena al aislamiento del régimen franquista por su pública hostilidad hacia los aliados en la pasada contienda; por otro, el creciente antagonismo entre las potencias vencedoras por el futuro del mundo que desembocará en la Guerra Fría entre Occidente y el bloque soviético . Desde 1942, Don Juan intentará aprovechar la primera tendencia (con el soterrado y condicionado apoyo aliado) para forzar la pacífica restauración monárquica como alternativa liberal-democrática a la continuidad de la dictadura, inicialmente con la anuencia de Franco y después contra Franco. El caudillo, desde que aprecia ese grave riesgo en ese mismo año 1942, está decidido a resistir a toda costa porque el suyo no es «un poder interino» y cree que sólo él garantiza la paz y la unidad de España, aunque acabe convirtiendo su régimen en un «reino» sin rey pero con un regente vitalicio de facto.

En Estoril

El relato de Fernández-Miranda y García Calero registra muy bien y con elegancia estilística esa pugna de personalidades y de proyectos que convierte a Don Juan, sorprendentemente, en el «principal rival político» de Franco entre 1945 y 1948, cuando las actividades de «la conjura monárquica» son el principal quebradero de cabeza del régimen franquista, a distancia de las amenazas planteadas por el gobierno republicano en el exilio y de las guerrillas de inspiración comunista o libertaria en el interior. Y tiene la virtud, para los historiadores y los lectores interesados en la historia, de contar con un activo esencial para conformar su relato: los boletines informativos sobre «las actividades monárquicas» que elabora el servicio de información (espionaje) de la Falange Española Tradicionalista, el partido único oficial del régimen. Es una fuente informativa extraordinaria que sigue casi a tiempo real los planes, reuniones, acuerdos y desacuerdos del núcleo de consejeros y fieles de Don Juan, una vez instalado en Estoril (febrero de 1946) y hasta su claudicación en la entrevista en el yate Azor en la bahía de San Sebastián (agosto de 1948).

El libro mezcla viveza expresiva y rigor documental exigido por la historiografía más solvente

Como demuestra la obra, Franco estuvo siempre muy bien informado («lo sabe casi todo») y siguió con suma atención las actuaciones de sus oponentes monárquicos, atajando a tiempo y con dureza notoria todo desafío abierto, cargando contra las cabezas más relevantes del movimiento: ceses y destierros de militares como Aranda o Kindelán, multas o detenciones como las sufridas por el marqués de Aledo o la duquesa de Valencia, campañas calumniosas en torno a la vida personal y conducta política de Don Juan o José María Gil Robles, etc. Aunque no sabemos quién (o quiénes) eran los informantes y espías, lo cierto es que ese dominio de la información contribuyó no poco al fracaso de la presión monárquica porque a los leales a Don Juan en España «les ha entrado miedo y nadie se atreve a moverse» (mayo 1948). Por si fuera poco, la dinámica internacional de Guerra Fría implicaba que « el tiempo corre en contra de los conjurados» y Franco lo sabía bien porque ya estaba siendo cortejado por los Estados Unidos para hacer frente a la amenaza soviética en Europa occidental.

En ese contexto de oportunidades y riesgos, desde Estoril, Don Juan entabla su particular duelo por el poder con Franco consciente de las bazas contradistintas (el palo y la zanahoria) auspiciadas por dos de sus máximos consejeros políticos. José María Gil Robles apuesta por jugar la primera baza y aspira a forzar la caída de Franco mediante presión de los militares, respaldo diplomático anglo-norteamericano, anuencia del Vaticano y apoyo tácito o expreso de la izquierda moderada en el exilio y en el interior (básicamente el socialismo de Prieto).

Todo está perdido

Pedro Sainz Rodríguez considera que «todo está perdido» en círculos militares y diplomáticos y nadie sacará a Franco de «su butaca ni con agua caliente», quedando sólo el recurso de negociar la restauración a años vista y en la persona del hijo primogénito, Juanito de Borbón y Borbón. Comprensiblemente, Don Juan respaldó la primera alternativa a fondo (pero con escaso éxito) entre 1945 y 1947 (incluyendo un precario principio de acuerdo con Prieto en octubre del 47). Sin embargo, advirtiendo ya el nuevo clima de Guerra Fría (su tío, lord Mounbatten le advierte en diciembre del 47: «Nuestros gobiernos prefieren a Franco» por firmeza anticomunista y valía estratégica), Don Juan gira hacia la segunda y acepta la entrevista personal con su adversario/enemigo político en alta mar para discutir el futuro de su hijo en España y bajo supervisión de su dueño y señor.

Como indican los autores de la obra, no cabe duda de que la partida final la ganó Franco, que consiguió que el joven príncipe de apenas 10 años se trasladara a vivir a España bajo su supervisión, porque así «su reino sin rey» pasa a tener «un heredero» que sólo podría reinar veinte años después (la Ley de Sucesión sólo contempla que el caudillo designe sucesor con treinta años cumplidos). Pero también es cierto que así se abrió el camino hacia una restauración monárquica con respeto a la dinastía, aplazando al futuro el resto del programa de reconciliación democrática al amparo de la corona. No hubo fuerza ni capacidad para otra salida , como bien apreció el pretendiente con resignación: «Desde el año 1948 me di cuenta de que Franco moriría con las botas puestas».

Sin anteojeras

El libro de Fernández-Miranda y García Calero reactualiza aquella coyuntura con viveza expresiva propia de periodistas, pero con fundamentos documentales probatorios exigidos por la historiografía solvente . Y todavía más: lo hace con respeto a la poliédrica complejidad del momento y sin concesiones. Un ejemplo: la mañana polar del 9 de noviembre de 1948, cuando el hijo primogénito de Don Juan llega a una desierta estación madrileña de Villaverde desde Lisboa, no hay ni un solo monárquico esperando su arribo . Están todos en el funeral de un joven estudiante monárquico que acababa de morir dos días antes en la cárcel de Yeserías por sus actividades opositoras y sin recibir el necesario tratamiento médico para su dolencia cardíaca. Así es de sorprendente la historia cuando la miramos sin anteojeras maniqueas y simplificadoras. Como hacen los autores de esta obra.

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