ÓPERA
Donizetti, el don de la comedia
El compositor italiano, autor del «L’elisir d’amore» que vemos estos días en el Teatro Real, fue un genio «veloz» de su época: podía llegar a escribir una ópera en nueve días
Uno siente que este L’elisir d’amore que acaba de estrenarse en el Teatro Real es el verdadero principio de la nueva temporada de ópera, después del sombrío Don Carlo que la inició de manera formal. Si Don Carlo fue una maravilla en lo musical, el montaje y la propuesta escénica, en cambio, obra de un director de escena escocés, un escenógrafo inglés y una figurinista alemana, bordeaban lo ofensivo, ya que eran un interminable desfile de tópicos de la Leyenda Negra coronados por una inmensa cruz ardiendo que parecía del Ku Klux Klan. Para mí, una experiencia francamente desagradable. Pero tras el tétrico Don Carlo de McVicar y Jones, podemos disfrutar ahora de un esplendoroso L’elisir d’amore de Damiano Michieletto, Paolo Fantin y Sylvia Aimonino que es toda una celebración de la alegría de vivir.
El Teatro Real ha decidido consagrar esta temporada a la ópera italiana . Después del Don Carlo de Verdi y de este L’elisir de Donizetti, veremos Il pirata de Bellini, Achille in Sciro de Francesco Corselli, La traviata de Verdi e Iris de Mascagni, de manera que la mitad de las óperas de las doce que componen la temporada 2019-2020 pertenecen al repertorio italiano, desde el barroco de Corselli hasta el verismo de Mascagni.
Melodía y color
Pero vayamos a L’elisir d’amore . A Gaetano Donizetti le cupo, en la historia de la música, una tarea tan fundamental como ingrata: la de servir de puente, en la ópera italiana, entre Rossini y Verdi . Nunca ha sido considerado uno de los grandes genios de la música y no tenemos razones hoy en día para cambiar esta apreciación. En su formación musical, tal como le sucedió a su maestro Rossini, nunca se interesó en exceso por el contrapunto, sino más bien por la eficacia melódica y el color. Sin embargo, es autor nada menos que de diecinueve cuartetos de cuerda, muchos de ellos obras extensas y ambiciosas que revelan una gran habilidad técnica (que a menudo se le niega) aunque se vean aquejados por una inspiración musical algo superficial.
A principios del siglo XIX, la ópera europea estaba dominada por la figura abrumadora de Rossini, cuyas óperas causaban furor en Italia, Alemania y París. A Rossini le siguieron dos epígonos importantes, Bellini y Donizetti . Los dos eran muy diferentes entre sí. Bellini era un hombre lánguido y melancólico, visitador de los salones de París, donde frecuentaba a Chopin y a Heine, y había decidido escribir sólo una ópera al año a fin de lograr productos artísticos redondos y equilibrados.
Donizetti tenía otro temperamento. Si Bellini sólo llegó a escribir nueve óperas (es cierto que murió muy joven), Donizetti podía llegar a escribir una ópera en nueve días . Terminó sesenta y cuatro, a las que hemos de añadir varias versiones nuevas de óperas preexistentes y es también autor de un inmenso corpus de música sacra, de otro más inmenso aún de música vocal con acompañamiento instrumental y de numerosas obras orquestales, camerísticas y pianísticas. En plena época romántica, seguía fiel al espíritu de la época de Haydn y Mozart , en la que los compositores tenían catálogos interminables.
Lucha encarnizada
Los dos, Bellini y Donizetti, se vieron enzarzados en una serie de agrias batallas musicales. Es como si los dos no cupieran en el mundo. En un principio, Rossini apoyaba a Donizetti y pretendía destruir a Bellini, pero este decidió ganarse al maestro mediante un estudiado plan de adulación que incluía hacerse amigo de «una amiga suya» y finalmente logró su amistad y su apoyo . La lucha con Donizetti fue encarnizada. Donizetti escribió Anna Bolena para el teatro Carcano de Milán, y Bellini respondió con La sonnambula . Al año siguiente, Donizetti estrenó el Ugo (que fracasó) en la Scala. Bellini contraatacó con Norma .
La ópera italiana siempre había tenido una tradición cómica (Paisiello, Piccini, Cimarosa) bien continuada en Rossini, pero entre el Rossini de La Cenerentola y el Falstaff de Verdi, la comedia pareció desaparecer por completo de la escena lírica. La época romántica veía lo cómico como un resto clasicista y rococó , y sentía pasión por lo oscuro y lo trágico. Por eso óperas como La fille du régiment y sobre todo L’elisir d’amore y Don Pasquale , el trío de las grandes comedias de Donizetti, se nos aparecen hoy en día como obras excepcionales, escritas en una escala íntima y humana , frente a las convenciones multitudinarias de la grand opéra que hacía furor en París.
Sorprende en L’elisir d’amore la presencia, todavía, del recitativo secco con acompañamiento de clave, una convención de la ópera anterior que seguiría manteniéndose todavía bastantes años en el género cómico. Este acompañamiento solía estar escrito con bajo cifrado, lo cual permite al clavecinista de esta versión todo tipo de libertades, ironías y citas musicales (como cuando toca el motivo del «filtro de amor» del Tristan de Wagner, en referencia a la lectura que hace Adina de la historia de Isolda) que son una más de las muchas delicias musicales de este brillante montaje.
Las otras son, desde luego, la orquesta, impecable incluso a las fantásticas velocidades que le imprime el maestro Montanari , y dos repartos vocales deslumbrantes. Una Sabina Puértolas para echarse a llorar de felicidad. Un Erwin Schrott que domina toda la ópera con su imponente voz de bajo, su sentido del humor y su tremenda presencia escénica.
Divertimento
Donizetti poseía un don que es el más raro de los que puede poseer un músico: el de crear melodías conmovedoras y memorables. Todo puede estudiarse en la música menos esto. Todo puede trabajarse y dominarse: la armonía, el contrapunto, la orquestación, la organización, la textura, pero la melodía no puede estudiarse ni trabajarse. Es un don, un regalo. Se tiene o no se tiene. La belleza de la melodía donizettiana puede ejemplificarse en el célebre «Una furtiva lagrima» , que introduce una nota trágica y melancólica en medio de la hilaridad, y crea así un nuevo estilo de ópera cómica, ya muy lejos del bufo rossiniano: la ópera cómica romántica, donde lo importante no es la trama, sino las emociones.
L’elisir es un divertimento, y en la versión que vemos estos días en el Teatro Real, una producción del propio Teatro en colaboración con el Palau de les Arts de Valencia , este divertimento se toma muy en serio y se convierte en una celebración mediterránea colorida y resplandeciente llena de guiños al presente: castillos hinchables, cañones de espuma, strippers , selfies , reggaeton , drogas. El falso elixir de amor no es, a la postre, más que un placebo, pero cumple la función de lograr que Adina se enamore de Nemorino. Quizá no necesitemos mucho más.