ARTE
Donativos para restaurar un tapiz de Miró
El maestro diseñó tres gigantescos tapices, uno de ellos se encuentra en la Fundación Miró en proceso de una compleja restauración
Miró nació en 1893 y murió en 1983. Este curioso baile de números en las fechas de nacimiento y defunción equivale a una longeva vida, noventa años, trabajando hasta casi el final de sus días. Fue, precisamente, a los ochenta cuando se embarcó en la producción de tapices de grandísimas dimensiones y de un peso más que pesado, toneladas de materia (hilos, lanas, colores...). Miró, como cuentan quienes lo conocieron bien y le han estudiado hasta en los más mínimos detalles, era extremadamente perfeccionista y no se conformaba con hacer siempre las mismas filigranas como si lo suyo fuera un sencillo juego de niños.
Tres son los tapices que diseñó en la década de los setenta en colaboración con el artesano tarraconense Josep Royo , que tenía tan solo 24 años. Maestro y alumno. El primero de los tapices tiene una historia trágica, pues desapareció en al atentado del 11 de septiembre junto a una gran escultura de Calder. Presidía el vestíbulo del World Trade Center ; para allí fue ideado por el maestro con sus once metros de altura por seis de ancho, y sus 3.000 kilos de peso. Del Calder caído en la batalla (en la segunda torre) se recuperaron algunos trozos. Del tapiz, ni un hilo y, pese a que se guardan cerca de 10.000 bocetos en los almacenes de la Fundación Miró de Barcelona, nunca se ha pensado en volver a tejerlo. Darle una segunda oportunidad. Curiosamente, este tapiz, antes de su viaje a Nueva York, fue expuesto en París en una gran retrospectiva que se celebró en el Grand Palais en 1974. Ahora, el Grand Palais vuelve a mostrar a Miró en todo su esplendor pero no cuenta ni con este tapiz desaparecido ni con ninguno de los otros dos aún en pie.
Los otros dos
El segundo lo realizó en 1977 tras un encargo de la National Gallery of Art de Washington , y el tercero en «discordia» se encuentra en la Fundación Miró de Barcelona , está fechado en 1979, y es el que protagoniza esta historia de restauración y mecenazgo . Actualmente ocupa el espacio para el que fue concebido en el seno de edificio diseñado por Josep Lluís Sert y el propio Miró. La sala de cuyo techo cuelga con sus más de siete metros de alto por cinco de ancho y sus varias toneladas de peso se ha convertido en un espacio sagrado, una capilla «mironiana» donde la gente se sienta a observarlo en silencio desde hace décadas. El tiempo pasa y su deterioro, aunque no se aprecie a primera vista, requiere una serie de cuidados paliativos muy específicos. Sobre todo, tratar el exceso de humedad que altera los colores y los materiales.
Valor incalculable
Dadas sus dimensiones y la complejidad de su proceso artesanal, resulta harto complicada y costosa su restauración. No se le puede descolgar, ni tumbar, ni mover... Todo el proceso debe realizarse en la misma sala separando el tapiz de la pared para «operar» también por la parte de atrás, llena de nudos y texturas que el propio Miró también quería que fueran apreciadas por el público.
España no es un país de mecenazgos . No estamos educados para la protección de nuestro patrimonio. Pero en esta caso, gracias a una iniciativa de la Fundación Miró y del Hotel Majèstic de Barcelona, donde se alojaba Miró y que colecciona obra suya, se organizó una cena de lujo, servida por un chef de estrella Michelín (Nandu Jubany) y a mil euros el cubierto. Se recaudaron 18.000 que permiten poner en marcha el proceso de restauración de uno de los dos grandes tapices de Miró que aún quedan con vida, y cuyo valor es incalculable.