ARTE
La distancia entre la obra y su colección
Los Museos de Qatar traen sus fondos a Madrid. Se exponen, conforme a un discurso muy irregular, en la sala de arte de la ciudad financiera del Grupo Santander en Madrid

Dentro del conjunto de Museos de Qatar , presididos por la jequesa Al Mayassa , el Museo Árabe de Arte Moderno, Mathaf , es, sin duda, el más polémico y con el que en nuestro medio más se identifica a la llamada Jequesa del Arte. Compras millonarias de clásicos contemporáneos batiendo récords ; grandes operaciones de coleccionismo privado e institucional, prácticamente indistinguibles, que aspiran a situar al emirato en una posición central del mercado del arte y de la cultura mundial; proliferación de nuevos centros diseñados por arquitectos estrella; efecto mediático de los protagonistas, grandes firmas , la inercia del más lujoso todavía… Rasgos que delatan una manera de entender el patrimonio, el espectáculo y el propio arte muy particular , imponiéndose como la lógica cultural de nuestros tiempos, mientras son mirados con tanto recelo como envidia por las viejas, prestigiosas y descapitalizadas instituciones culturales occidentales.
La Fundación Santander continúa su proyecto, iniciado hace ya siete años, de acercarnos ese tipo de colecciones internacionales de referencia que apenas son accesibles. Tras el éxito rotundo logrado el año pasado con la Colección Goetz , que pareciera el momento de consolidación y dominio completo de tan interesante programa, el resultado aquí es, sin embargo, irregular en las formas y confuso en los fondos .
Mezcla de registros
Para empezar porque el grueso de lo expuesto proviene de los fondos del Mathaf, pero inexplicablemente se suma una parte de «otras colecciones» , privadas o de los Museos de Qatar. Cada uno de ellos volcado a una perspectiva, un área de conocimiento, una sección trasversal de la cultura y la Historia diferentes. Tal mistura no sólo desvirtúa la invitación original a leer/entender con coherencia la colección invitada, cuya naturaleza se presenta así diluida, sino que supone mezclar registros más o menos compatibles . Valga el caso del Goya anunciado (pero que, finalmente, no ha llegado) o del Magritte sobre Sherezade , que tienen difícil encaje con el resto de las obras, no sólo por cronología, sino porque responden a una mirada sobre lo exótico y los tópicos asociados con Oriente Medio imposible de hacerse extensivos al resto de la muestra.
Para continuar, porque el montaje delata una fractura muy acusada entre el periodo digamos moderno con el estrictamente contemporáneo . Así, prácticamente toda una primera parte, circunscrita de manera casi unánime a la pintura, aparece protagonizada por ejercicios muy deudores de las experimentaciones que aportó la vanguardia europea y la modernidad tardía norteamericana. Porque aquí no se nos está contando una «historia otra» del arte oriental en el siglo XX , sino su sintonía o adaptación a los modelos ya canónicos construidos desde Occidente.
Sobrevivientes
Que esto es así lo demuestra que, por el contrario, en el final del recorrido, cuando se hace ya necesario hablar de un modelo cultural global, aparecen las mejores piezas , que son, precisamente, las que sí «reconocemos» en su intención, lenguaje, autoría y engranaje con los discursos hegemónicos. Por último, nunca queda claro el criterio seguido por el comisario, Abdellah Karroum , para organizar conceptualmente estos mimbres. Su introducción del catálogo no aporta ni una sola idea concreta al respecto, divagando sobre que el artista es también un ciudadano que mira su realidad circundante. A tan pobre impresión poco ayudan el resto de los comentarios a las obras que acompañan al visitante en las salas , por momentos tan elementales que son prescindibles.
Pero no todo está perdido. De verdad que por ver esas piezas últimas merece la pena una visita : las instalaciones de Mona Hatoum , Amal Kenawy o Manal AlDowayan son imprescindibles; el conjunto de fotos de Shirin Neshat es de primer orden; como las de Youssef Nabil (aunque más aún su vídeo) o las acuarelas de Yan Pei-Ming ; la obra de dieciocho metros de Cai Guo-Qiang , impresionante. Son pocas, es cierto, pero soberbias, hasta el punto de que sobreviven a su exposición.