POP/ROCK

Diez discos en nuestra particular isla desierta para hacer frente al aislamiento por coronavirus

Canciones para el recogimiento y también para el optimismo y el baile. Desde Tom Petty a Leonard Cohen, diez álbumes necesarios

Tom Petty durante su actuación en la Super Bowl de 2008 REUTERS

Álvaro Alonso

En 1979 Greil Marcus pagó 200 dólares a unos veinte críticos musicales para que escribieran sobre «su disco de la isla desierta» . Tal idea es fuente de inspiración para confeccionar esta lista de discos con el objetivo de convertir el confinamiento en un lugar enriquecedor y creativo. Y para estimular al intelecto y compartir belleza. Son sugerencias, por supuesto que cada uno elija los suyos. ¡Animo!

Somos rebeldes, supervivientes, nunca más hambrientos, nos levantamos a tiempo, no nos vamos a venir abajo, esperamos el momento de estar con nuestra chica, americana o de Alpedrete, soñamos con la lluvia de Lousiana, suplicamos que no nos traten como extraños, gritamos que vuelvas, andamos a través del fuego, porque sabemos que lo tendrás, antes o después, no lo dudes, mantén la esperanza, desde esos acentos sureños, porque lo mejor de todo está por llegar: escucha a tu corazón. Todas estas canciones y mucho más nos canta Tom Petty y sus rompecorazones en una caja enorme de la que es imposible cansarse.

2. JONATHAN RICHMAN, ACTION PACKED: THE BEST OF (2002)

¡Ay! los vecinos, ¿quién sería capaz de dedicarles una canción? Alex de la Iglesia les dedicó una película distópica que esperemos no se haga realidad con el encierro. Mucho mejor encerrarse con Jonathan, humor inteligente, simpatía a raudales, buen rollo continuo de un genio de la música americana capaz de cantar a una ciudad con tan poca gracia como «Reno», a una guitarra Fender Stratocaster, al grupo Velvet Underground, a la música que nos gusta; al abominable hombre de las nieves en el supermercado, a la ropa que usamos todos los días, a las vampiresas, a los bailes en el bar equivocado, a las fiestas en U.S.A.; de asegurar que Pablo Picasso no es un estúpido, de realizar odas a Vincent Van Gogh o, en fin, hacernos saber que algo pasa con Mary. Una buena dosis de baile en el confinamiento con Jonathan Richman nos ayudará a mantener el tipo.

3. J.J. CALE, ANYWAY THE WIND BLOWS. THE ANTOLOGHY (1997)

No dudaría en identificar a JJ como uno de los mayores expertos mundiales en recogimiento. Como un moderno monje cartujo, artesano de la guitarra, admirado por Clapton o Marc Knopfler, el de Oklahoma se prodigó muy poco en directo, vivió grandes temporadas en una caravana con un estudio portátil desde donde, incansable, iba sacudiendo a la industria con sus impresionantes discos, sin darle mayor importancia, sin conceder entrevistas ni largas giras. Casero, su fama de huraño no hacía honor a la verdad. Simplemente, era un artista dedicado a sus canciones, a explorar sonoridades, atmósferas, emociones. Esta antología es terrorífica, porque cuando uno se adentra en sus cincuenta canciones, descubre que la barba le ha crecido diez centímetros, de tanto darle al botón de repetir. Ojo: no óptima para misántropos o agorafóbicos. A ver si le vamos a coger el gusto.

4. TELEVISION, MARQUEE MOON (1977)

Raros donde los haya en la jungla que pobló el Nueva York nuevaolero del CBGB, su primer disco mostraba un sonido inigualable gracias a las guitarras de Tom Verlaine, hombre largo, alto y huesudo, quijotesca figura que hacía una pareja de amigos perfecta con Patti Smith, y de Richard Lloyd, escoltados por Fred Smith y Billy Ficca. Con su aspecto algo zombie hacía Verlaine «rizuras» musicales, espirales de fuego eléctrico que crean algo así como una capa de ozono musical que protege y cura de todo mal. Como luz en la oscuridad son «Venus», «Elevation« o los más de diez minutos de «Marquee Moon», una obra al nivel de «Stairway to Heaven», un lugar donde la mística y el rock se aproximan cuando no se tocan. Con este disco se pierde la noción del tiempo, tal es su magia.

5. TALKING HEADS, FEAR OF MUSIC (1979)

Cuando David Byrne irrumpió en la escena del pop lo hizo con la ambición de un Indiana Jones, como un campeón de la aventura musical por todo el orbe, immune a los prejuicios. Su gusto por los ritmos africanos y tropicales ya estaba presente en este su tercer disco, un trance para bailar sin descanso en el salón de casa, sobre la alfombra, ejercicio suave pero enérgico para el cuerpo y la mente. Byrne, junto a Chris Frantz, Jerry Harrison y Tina Weimouth, bajista poderosa, hacen un disco especial gracias a la colaboración de Brian Eno, que respetó el sonido disco, orientado al baile, de unas canciones que suenan marcianas, robóticas, con historias futuristas que aún hoy nos parecen modernas. Y una canción como «Heaven», replica al «Heroes» de Bowie, perfecta para crear ingeniosas escenas frente a los fogones.

6. STEVIE WONDER, INNERVISIONS (1973)

Considerada acaso la obra maestra de este niño prodigio, sus nueve canciones suponen un poderoso viaje interestelar. Así como Jack London, basándose en el prisionero Ed Morell recluido en San Quintín cinco años, nos hablaba del poder del hombre ante el sufrimiento, gracias a la imaginación, Stevie nos lleva a abrir nuestra mente hacia realidades más allá de nuestra visión cotidiana. Musculosa instrumentación grabada en los estudios The Record Plant, la temática es amplia, desde el amor, los derechos civiles o el consumo abusivo, cerrando con un mensaje directo al por entonces gobernante Nixon. Stevie toca todos los instrumentos, bajo, guitarras, teclados, voces, batería, en un esfuerzo encomiable. Disco repleto de soul, rabioso, pionero e influyente como pocos, es también un disco lleno de compasión y empatía. Todo un ejemplo.

7. LEONARD COHEN, SONGS OF LEONARD COHEN (1967)

Este es el disco que a cualquiera nos hubiera gustado legar a la posteridad, esa forma de inmortalidad de la que hablara Unamuno. Grabadas en diferentes situaciones, pintorescas muchas de ellas, significan cimas de su cancionero, de «So long, Marianne» a «Suzanne», pasando por «Sister of Merci» o «Masterson». Cohen no quería mayor acompañamiento que una guitarra, para lo que reclutó al singular David Lindley, pero John Simon se impuso, incorporando algunos austeros arreglos. Pese a que pareciera a simple vista un disco de amor, es como toda su obra una indagación en lo apolíneo y lo dionisíaco, en Eros y Tánatos, en el cielo y el infierno de lo humano. Disco para el recogimiento, para pensar con él y acompañado por él, como una alfombra mágica para el espíritu.

8. TOWNES VAN ZANDT, THE NASHVILLE SESSIONS (1973)

Este es el secreto mejor guardado del secreto mejor guardado. Estudiado en universidades de Estados Unidos como poeta a la altura, cuando menos, de Dylan, el que fuera hijo de una familia de petroleros y gobernadores del dinero viejo de Forth Worth, Texas, lo dejó todo para componer y cantar sus canciones, pasó por el calvario de los electroshocks, se repuso y creó una discografía corta pero impecable. «Me recordarán cuando haya muerto, como le pasó a Hank Williams», llegó a declarar. Aún un gran desconocido, el trovador de Texas solía reescribir y regrabar sus canciones, en un perfeccionismo sin límite. Fruto de ello son estas «Nashville Sessions», que no vieron la luz hasta veinte años después de ser grabadas. Con una banda que lo arropa como nunca, ofrece algunas de sus canciones más divinas, de «Snake Song» o «Bucksin Stallion Blues» hasta la gloriosa «Two Girls».

Para su cuarto álbum el dúo se atrevió, tras su tremendo éxito, a realizar un álbum exploratorio que indagara en el misterio de la vida creando un rosario de ritos de paso, en un álbum que más parece un tratado antropológico que otra cosa. Eso sí, de belleza cegadora gracias a canciones de morirse de gusto como «America». Producido junto a Roy Halee, podría haber sido un descalabro si no fuera por incluir canciones capaces de derretir al corazón más gélido, véase la sin par «Mrs. Robinson», seguida de «A Hazy Shade of Winter» para terminar con «At The Zoo», uno de los más impactantes packs finales de la historia del pop. Aunque de Paul Simon, toda su discografía es bienvenida en estos tiempos y nunca genera empacho.

10. NICK DRAKE, FIVE LEAVES LEFT (1970)

El hombre que susurraba al viento, el mismo que dejó el escenario a las primeras de cambio, al ver que el silencio no iba con el público, para enfado enorme de su productor Joe Boyd; el rey del encierro, el mejor guitarrista de su generación, la sensibilidad más extraordinaria de la historia del pop, todos estos y muchos otros son intentos para describir el indescifrable misterio que rodea la corta y, al mismo tiempo, inagotable fuente de inspiración de Nick Drake. Diez canciones en las que subirse como si fueran alas capaces de hacerte planear por campiñas llenas de flores en una primavera solo vista desde detrás de los visillos de casa. Paradojas que hoy se nos hacen comprensibles. Recuerden poner este disco cuando los brotes de hojas nuevas salgan estos días a saludarnos otro año más. Pongan «Time Has Told Me» y sigan del tirón hasta el final. Porque saldremos de esta, siendo mejores personas. Brindemos por ello. Con moderación.

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