LIBROS

Diarios, escritores que se convierten en su propia creación

Andrés Trapiello, Iñaki Uriarte, Kepa Murua. Ellos tres capitanean una legión de autores que, dentro de nuestras fronteras, cultivan el diario. Fuera, el éxito lo protagoniza Karl Ove Knausgård. ¿Por qué el «boom» de escribir en primera persona?

Dibujo de Concha Martínez Barreto perteneciente a su serie «Los nombres»

LAURA FERRERO

Han pasado unos cuantos siglos desde que Michel de Montaigne escribiera en sus célebres «Ensayos» aquello de « Me estudio más que ningún otro asunto. Yo soy mi física y mi metafísica ». Sin embargo, esta sentencia está hoy más vigente que nunca en nuestro país dada la eclosión del género autobiográfico -ya sea encubierto bajo la etiqueta de autoficción o en forma de los tradicionales diarios, autobiografías, epístolas o memorias.

En España, donde históricamente no ha habido tradición de este género, ni siquiera un gran cauce para la reflexión sobre la vida humana en su singularidad, la autobiografía adquirió una nueva dimensión tras la muerte de Franco . Desde los ochenta, este género literario se ha reivindicado y han sido muchos los escritores que lo han frecuentado con mayor o menor suerte. Ignacio Carrión, Andrés Trapiello, Iñaki Uriarte, Miguel Sánchez-Ostiz o José Carlos Llop han encontrado en el diario o en la escritura autobiográfica el modo expresivo para rebelarse contra una sociedad que juzgan como culturalmente hipócrita. Sus obras diarísticas no son proyectos cortos o aislados, basta echar un vistazo a los diarios de Andrés Trapiello, cuya obra será, en palabras de Félix de Azúa, «uno de los monumentos en la literatura española de dos siglos».

Trapiello, considerado de los mejores diaristas españoles contemporáneos, viene publicando desde 1990 sucesivos volúmenes de su diario bajo el título de «Salón de los pasos perdidos»; la magna obra consta ya de diecinueve tomos que suman más de 10.000 páginas.

No es ninguna novedad que a los egos les guste explayarse . Lo novedoso reside en el hecho de que esos egos encuentren ahora una cantidad significativa de lectores. Años atrás, la escritura autobiográfica se desestimaba por ser un género menor y carente de la inspiración de las obras de gran envergadura, pero hoy esta es suficiente para formar una carrera literaria; en ella el escritor se convierte a sí mismo en su mejor creación.

Diálogo directo

Sujeto y objeto, el narrador y lo narrado coinciden, y la escritura surge como consecuencia de un pacto de verdad que se materializa en la necesidad de no inventar y no fantasear . De ese acuerdo nace un diálogo directo y casi íntimo con el lector, una circunstancia que posibilita que el texto se convierta en un espejo.

En la intimidad de los diarios, el lector accede a la dimensión privada -a las bambalinas, al revés de la trama- de una persona y de su obra. El pacto de verdad consigue la implicación pero también la apertura hacia una dimensión universal; todos podemos sentirnos identificados.

Otra de las razones que explicaría este auge de la escritura autobiográfica radica en que esta no es solo una plataforma para el tratamiento del yo sino que permite abordar muchísimos otros temas globales y satisfacer las necesidades de un lector más ecléctico que tiende cada vez más hacia la mezcla de géneros, algo que tiene cabida en el autobiográfico.

Es la ausencia del miedo al qué dirán o la falta de temor a nadar contrala corriente lo que deja huella

Mención aparte merece el caso de la autoficción , un género que implica un desafío del pacto narrativo: se nos brinda una voz autobiográfica en forma de novela y no de autobiografía. Si existe un autor de la narrativa española que encarne la autoficción, este es sin duda Enrique Vila-Matas. A lo largo de su trayectoria se ha caracterizado por la fusión de autobiografía, ensayo y ficción, eliminando las líneas que delimitan a su persona de sus narradores, como ocurre en « París no se acaba nunca ».

El éxito a escala mundial de obras como «Mi lucha», del escritor Karl Ove Knausgård , se enmarca en este auge de la literatura del yo. En un mundo en el que se nos dice que cada vez leemos menos, el hecho de que una saga de seis libros de quinientas páginas cada uno -y no de aventuras precisamente- se convierta en un «best seller» es cuanto menos llamativo. ¿Por qué tenemos tantas ganas de leer quinientas páginas sobre un tipo que cuenta todas sus miserias? La razón no recae solo en el virtuosismo del lenguaje o en la capacidad de introspección del escritor noruego. Lo que más llama la atención es la aparente ausencia de hipocresía.

Líneas rojas

En una sociedad esquizofrénica en la que el número de opciones posibles es igual a la de líneas rojas que delimitan lo políticamente correcto de lo que no lo es, llega un hombre llamado Karl Ove Knausgård y dice cosas que escandalizan, pero que en realidad son compartidas por todos. ¿Que la paternidad es maravillosa? Nadie dice lo contrario, pero hay días en que uno querría tirar a sus hijos por la ventana. No está mal pensarlo, pero sobre todo: está bien decirlo.

Si existe un narrador español que encarne la autoficción, este es sin duda Vila-Matas

Fenómeno curioso y parecido -salvando todas las distancias- es el ocurrido en nuestro país con los diarios de Iñaki Uriarte . Cuando empezó a publicarlos fueron acogidos casi como una rareza; ahora, al cabo de unos cuantos años, cobran cada vez más sentido de declaración de principios. La literatura del yo conquista cuando no se enreda en el silencio o la convención y cuando se enmarca en la lección de Stendhal: «Muestre, no declare», y esto es algo que Uriarte cultiva de la mejor manera.

El escritor nacido en Nueva York -una de las únicas cosas que desvelan las solapas de sus diarios- desconcierta y provoca irritación gracias a sus afirmaciones, que son de todo menos políticamente correctas. Se sabe por sus diarios que es más o menos un rentista y que se levanta tarde, que no encuentra ninguna nobleza en el trabajo y que pasa algunos meses al año en un apartamento en Benidorm.

Dudas y tropiezos

Una de las últimas publicaciones aparecidas en nuestro país que reivindica el gran valor literario de los diarios es la segunda entrega diarística del guipuzcoano Kepa Murua, «Los sentimientos encontrados» . Editor de Bassarai y poeta, Murua encarna ese papel de comentarista incómodo dotado de una extraordinaria sensibilidad. En sus páginas leemos acerca de sus dudas y tropiezos, acerca del difícil trabajo del editor independiente de hoy en día. La honestidad de Murua cala en el lector, y sobre todo, como en el caso de Uriarte, es la ausencia del miedo al qué dirán o la falta de temor a nadar a contracorriente, lo que deja huella.

En este baile de seguridades y certezas en el que vivimos, y ya no solo en un nivel individual sino colectivo, todo está sometido constantemente a un proceso de redefinición: la maternidad, el sexo, la masculinidad, la manera de relacionarse. Los paradigmas cambian rápido y la pregunta por la propia identidad resulta cada vez más compleja.

En tiempos de incertidumbre, los puntos de referencia son más necesarios que nunca y, en este marco, cuando leemos autobiografías o memorias asistimos al proceso de búsqueda de un lugar en el mundo. En las páginas de los diarios ajenos, en esas piezas que nos proporcionan la ventana indiscreta a la vida de los otros, el lector bucea en otro yo para encontrar un tú . Mirarnos en el espejo de los demás nos propociona si no un camino, al menos el consuelo de que otros se toparon con dificultades parecidas hasta encontrar y afianzarse en ese lugar desde el que escriben esas líneas.

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