LIBROS
Desempolvando la alfombra voladora
Se recupera el relato de Richard Halliburton sobre el viaje realizado por todo el mundo, junto al piloto Moye Stephens, en un biplano
Cuando Richard Halliburton y Moye Stephens pusieron a punto La alfombra voladora para sobrevolar el mundo desde California , las cosas eran muy diferentes a hoy. Tombuctú era una ciudad prácticamente ignota para el viajero blanco, la Legión Extranjera un crisol fascinante de prófugos y buscavidas internacionales, y el mero desplazarse por el orbe en un biplano, un asunto infinitamente más analógico que el guiado por satélites. Que tampoco hubiese internet hacía más factible el propósito de estos americanos audaces : volar hacia «el verdadero romanticismo» costase lo que costase. Los «best sellers» «The Royal Road to Romance» (1925) y «The Glorious Adventure» (1927) hicieron gozar a Halliburton de una fama cuya propia desaparición contribuiría a perpetuar: el 23 de marzo de 1939 se recibiría la última comunicación del Sea Dragon, la embarcación tradicional china con la que intentaba llegar desde Hong Kong a San Francisco, en el último acto de una vida consagrada a la aventura .
Editado por primera vez en 1933, «La alfombra voladora» da cuenta del periplo que el avión de nombre homónimo siguió a través del Sahara, de unos cuantos países asiáticos y de Europa. Halliburton adquirió un Stearman C3-B , propuso al experimentado piloto Stephens acompañarle durante dos años y escribió el título recién publicado en español. A medio camino entre un diario tardío de grand tour y una guía turística desenfadada, el texto recupera a una figura popular en la Norteamérica de la primera mitad del siglo pasado, y que cabría mirar como precursor del aventurero mediático contemporáneo; de personajes como Sylvain Tesson o nuestro mucho más doméstico Calleja.
A medio camino entre un diario tardío de «Gran Tour» y una guía turística desenfadada
Richard Halliburton no se sustrajo a la sospecha de mediocridad literaria que suele recaer sobre los aventureros a tiempo completo/escritores a tiempo parcial; una sospecha frecuentemente fundada, pero que no sería del todo justo dar por buena en cuanto a «La alfombra». Además, hay que reconocer que tiene la capacidad de poner algunas cuestiones en perspectiva: los años le han sentado bien.
Humor
Lo primero que se descubre entre estas páginas es que lo que Halliburton entiende por romántico no tiene mucho que ver con los viejos manifiestos, y sí con el vitalismo hiperbólico que le permitió -entre muchos otros asuntos- confraternizar con soldados alcoholizados, ser detenido por bañarse en los canales venecianos o pescar en Galilea junto a dos muchachos felizmente pobres. Rematando lo ya sugerido, que la escritura de este norteamericano sea tan asequible como es, quizá sea el motivo de que una parte de la crítica del momento fuese particularmente dura con el viajero.
Así, una reseña del «Times» que hoy resultaría del todo escandalosa llegó a recomendar enfáticamente el libro de Halliburton a los «círculos sociales de señoras». Es cierto que su registro es ligero y algunas de sus descripciones de paisajes y monumentos algo tópicas y relamidas, pero no lo es menos que es rítmico y ameno , y que tiene momentos afortunados tanto a cuenta de sus inflexiones humorísticas como de unos pocos pasajes algo más solemnes y digresivos. Desempolvar «La alfombra voladora» no ha sido en absoluto una mala idea.