LIBROS

«Desde mi celda», un embajador de nuestra cultura en Londres

Juan Antonio Masoliver ha dedicado toda su vida a la literatura y a la crítica. En estas memorias nos cuenta, desde dentro, la vida cultural de Barcelona en sus décadas más gloriosas

Juan Antonio Masoliver en su despacho y biblioteca

CÉSAR ANTONIO MOLINA

Aunque J. A. Masoliver (Barcelona, 1939) se considera en estas memorias un «apátrida» o «apatriota», pocas personas como él tan catalán y español. Masoliver ejemplifica todo lo que admiramos de Cataluña: esfuerzo, inteligencia y cosmopolitismo. Una persona que habla cinco idiomas y catedrático, durante casi cuarenta años, de Literatura española e hispanoamericana en la Universidad de Westminster de Londres. Por lo tanto también un europeo y un gran intelectual que ayudó a rescatar la relación estancada entre los escritores hispanoamericanos y españoles. Además él mismo es un magnífico poeta, narrador y ensayista. Masoliver, sobrino de Juan Ramón Masoliver, uno de los periodistas más relevantes del pasado siglo, fundador junto con Guillermo Díaz Plaja del Premio de la Crítica, primo de Buñuel y eterno amigo de Ezra Pound , a quien su sobrino le debió el amor a la lectura gracias a su extraordinaria biblioteca.

«Desde mi celda» es un libro valiosísimo por muchos motivos. En primer lugar porque nos cuenta, desde dentro, la vida cultural en Barcelona, durante los años cincuenta, sesenta y parte de los setenta del pasado siglo, durante la infancia y juventud del autor. Una Barcelona brillante en donde comenzaba a desarrollarse una gran industria cultural y también a la que acudían a residir algunos de los que serían más grandes escritores hispanoamericanos como García Márquez (a quien siempre le criticó los excesos barrocos de «Cien años de soledad», lo cual no impidió una buena amistad, y la complacencia con el resto de su obra), Vargas Llosa y Carlos Fuentes , luego conciudadanos los tres en Londres.

Una Barcelona en cuya Facultad de Filosofía y Letras tuvo a profesores extraordinarios como Vilanova, Blecua, Carlos Seco, Riquer o Valverde. Una Barcelona en la que el viejo Lara, el editor sevillano, simpático y campechano, que creó un imperio editorial a base del secreto que le desveló «para ser un gran editor lo mejor es no leer». Una Barcelona en la que sus amigo eran Luis Maristany, Clara Janés, Vallcorba (su igualmente fiel editor), Clotas, Gil de Biedma, Barral o Ferrater , quien le encargó cuando trabajaba en Seix-Barral la traducción de «La playa» de Pavese. La vinculación italiana de Masoliver siempre fue importante: familiarmente a través de su primera mujer que conoció en Perugia, y luego porque su tesina la hizo sobre Vittorini y la literatura marxista, lo que le hizo mantener con este autor una importante correspondencia.

La Barcelona abierta

Vittorini animaba al joven tesinando a que hiciera su estudio sobre Calvino y no sobre él. Ambos eran compañeros en la editorial Einaudi y codirectores de la revista Il Menabó. En fin, una Barcelona de la dictadura pero muy abierta, a la que había regresado, por ejemplo, Carles Riba. Y en donde a través de su tío había conocido, entre otros muchos autores, a los Panero . El padre «un bebedor agresivo con un lenguaje chulesco de camisa azul»; Juan Luis «un buen poeta arrogante y agresivo»; Leopoldo un « exhibicionista del mal»; y Michi « una persona culta, exquisita y frágil». En esos años, los vínculos entre los escritores españoles e hispanoamericanos eran muy tenues a pesar del Instituto de Cultura Hispánica, las becas para estudiantes hispanoamericanos y la revista «Cuadernos Hispanoamericanos». Pocos novelistas se publicaban, aunque en el inmediato futuro democrático ya sería todo lo contrario; y los poetas no pasaban de ser Darío-Neruda-Vallejo.

A pesar de ser un hijo de la burguesía y tenerlo todo en sus manos, Masoliver se fue a vivir a Londres . Allí fue lector en el King´s College en sustitución de Rafael Nadal excedente para preparar la edición de «El público» del que fuera su amigo Lorca; fue jefe de estudios en el Instituto de España, profesor durante dos años en la Universidad de Dublín y, finalmente, catedrático en Londres. Y desde esta ciudad se convirtió en un extraordinario embajador cultural. El puente entre los escritores hispanoamericanos y españoles que llegaban a Gran Bretaña.

Desde el Masnou

Parte del año lo pasaba en Argentina o México cuidando de sus alumnos. Es entonces cuando se hace amigo de Monterroso, Bárbara Jacobs, Antonio Cisneros, Cabrera Infante, Vargas Llosa, Fuentes, Pitol, Retamar, Octavio Paz (en cuya revista «Vuelta» colaboró y quien le presentó a Spender), Rossi, Montejo, Milán, Pacheco, Enrique Molina, Piglia, Ernesto Mejía Sánchez y tantos y tantos otros sobre cuyas obras escribió. Precisamente sobre la crítica literaria española dice: «El problema es la incapacidad de apoyarse en un aparato crítico teórico e incluso de construir su propia base teórica o que refleje un modo de pensar, no solo de interpretar y juzgar. Y esto nos ocurre porque en nuestra cultura faltan filósofos y grandes ensayistas. Todo esto lleva a cierta banalización y frivolización que, por desgracia, está a la altura de lo que es el país».

Masoliver volvió a su tan querido El Masnou para seguir creando y defendiendo a sus contemporáneos que más admira : Vila-Matas, Pisón, Marsé, Cristina Fernández Cubas, Gamoneda o los ya desaparecidos Ángel Crespo o Giménez Frontín… Masoliver, hubiera sido un gran presidente de nuestra república de las letras españolas e hispanoamericanas.

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