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«La democracia sentimental», laberinto de pasiones

En eso se ha convertido la política. No es extraño que Manuel Arias Maldonado hable de «democracia sentimental». Un análisis de cómo las emociones influyen en nuestras decisiones

«Asistimos a la reaparición de viejos fantasmas políticos -escribe el autor-: el nacionalismo, la xenofobia, el populismo». Que la emoción se imponga a la razón explica, según él, el triunfo de Donald Trump (en la imagen)

DANIEL CAPÓ

A principios de 2015, Brad S. Gregory publicó un voluminoso ensayo titulado «The Unintended Reformation». El profesor de la Universidad de Notre Dame ponía en contacto la lejana Reforma protestante con el rostro poliédrico de nuestro tiemp o. Lutero no sólo partió en dos el cristianismo europeo y dinamitó las certezas de la religiosidad medieval, sino que sembró las semillas de la secularización social, sedimentó las diferencias nacionales, sustanció un marco mental favorable a la moral del capitalismo y, en definitiva, sustituyó una metafísica de la mediación por otra de carácter privado y potencialmente plural. No resulta del todo aventurado sostener, aun a riesgo de simplificar, que -si bien en Europa desembocan los afluentes de Atenas, Roma y Jerusalén- nuestro sentido moderno de la democracia debe tanto a los designios de la Ilustración como al fermento previo de la Reforma.

El punto a considerar aquí es que el planteamiento de Gregory nos remite a un hecho central para la democracia moderna: el debate entre la construcción mediada del poder y la forma directa del voto plebiscitario. La democracia parlamentaria se fue construyendo, precisamente, a partir de un difícil equilibrio. Por un lado, la razón autónoma; por otro, el vértigo de las emociones fuertes. Por un lado, la necesidad de moderar las diferencias y llegar a fórmulas de convivencia; por otro, la exigencia de proteger la pluralidad de convicciones. No deja de constituir una sorprendente paradoja que la robustez de la democracia liberal se haya sustentado en una aparente debilidad. El liberalismo no puede ofrecer mucho más que un combinado razonable de prosperidad, igualdad y libertades para la ciudadanía. Pero tampoco menos. Por tanto quizás se pueda argumentar que la democracia moderna es más instrumental que sustantiva, cuando no en lo que concierne a su credo básico. Y aquí resuena de nuevo el debate entre la mediación y el empoderamiento del individuo. La tensión fructífera entre la arquitectura institucional del parlamentarismo y una lectura maximalista del voto popular.

Giro afectivo

A la necesaria reivindicación del consenso liberal acaba de dedicar Manuel Arias Maldonado una obra de brillantez inusual, con la que se adentra en la crisis de legitimidad que afecta a la política occidental y recoge el «giro afectivo» de las ciencias sociales. El conflicto entre razón y emociones , que amenaza con liquidar la armazón de contrapoderes que define nuestro modelo político -intensificado por el uso disruptivo de las nuevas tecnologías y las redes digitales-, conduce al autor a adoptar una mirada spinoziana sobre los cambios sociales: primero, comprender. Así, los avances en la neurociencia han enriquecido el dibujo íntimo de la condición humana, a costa de debilitar algunas de nuestras certezas.

«La democracia sentimental».Manuel Arias Maldonado

Ensayo. Página Indómita, 2016. 448 páginas. 24,90 euros

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