LIBROS
En defensa de la ternura
No es fácil ir contracorriente cuando los tiempos piden e imponen otras modas y modos más abruptos, pero este texto lo hace. Una vuelta a la ternura, al sentido y el sentimiento en las historias escritas para todas las edades y todos los públicos
![Obra de Emilio Uberuaga, que destaca en la ilustración de literatura infantil y juvenil](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2017/07/21/fototernura-kd5G--620x349@abc.jpg)
La ternura falta en nuestro discurso contemporáneo. Está ausente de nuestros periódicos y de la imagen del mundo que transmitimos como generación histórica. Hay excepciones, pero esta ausencia es un rasgo contemporáneo, una tendencia o, si esto es exagerado, al menos una sensación. El escritor Ignacio Aldecoa explicó en una entrevista en los años cincuenta que lo que él quería contar en sus libros era la vida de la gente humilde de España y que esa era una realidad «cruda y tierna a la vez» hasta entonces inédita en la novela del país. En sus obras que son crudas y tiernas al mismo tiempo los personajes sufren, pero el mundo es un lugar al que merece «la pena» incorporarse.
La novela contemporánea en buena medida ha acentuado esa crudeza que en tiempos de Aldecoa estaba inédita, pero ha perdido el relato de la ternura. La ternura queda muchas veces al margen por considerarse propia de una visión infantil del mundo , de aquel que aún no ha vivido, que es ingenuo y vive engañado porque no ha descubierto de qué trata, ¡ay!, verdaderamente la vida. En la mayoría de nuestras manifestaciones culturales contemporáneas se propone la sospecha hacia aquello que irradie bondad, o coherencia o ternura. Y así, por ejemplo, a muchos les parece más creíble el amor roto de las parejas que aparecen en los cuentos cortantes del americano Raymond Carver que el amor sincero que se tienen los dos ancianos que se despiden por primera vez en una estación de pueblo en el cuento de Ignacio Aldecoa «La despedida» . Él va a Madrid para operarse, entra en el vagón y los pasajeros encogen los pies para que se acerque a la ventana. Ella le dice adiós desde el andén: «siéntate, Juan», e insiste: «siéntate, Juan»; y en sus ojos «había ternura, amor, miedo y soledad». Lo bueno y lo malo conviven y el mundo que se retrata es sutil, apasionado, entrañable, consolador a pesar de la crudeza que no se escatima, que está presente en toda su hondura.
Eternas preguntas
Se tiende en muchas obras contemporáneas (con excepciones) a desolar todo lo posible, a llevar la crudeza y la desesperanza a su máxima expresión, pero a ignorar la ternura, a arrasar con la sutil convivencia que supone ese «crudo y tierno a la vez». ¿No queda entonces tal vez incompleta nuestra visión de la realidad? ¿Pues acaso no falsea la desolación absoluta tanto como una utopía de felicidad vana? ¿No se alejan ambos extremos de la intensidad que el mundo tiene por sus contrastes? A veces creemos que somos libres , pero ciertamente hay imposiciones contemporáneas, hay mandatos sociales que no son los que eran pero que son otros y en los que a veces no reparamos. ¿Por qué hemos de dejar a un lado la ternura y sin embargo sí asumir el culto actual a un sentimentalismo vacío necesitado de constante estímulo ?
Excepciones
La falta de ternura ha penetrado también en el mundo de la literatura infantil y juvenil . Hay muchas excepciones: los trabajos del francés Éric Puybaret, las ilustraciones de Noemí Villamuza o Emilio Uberuaga como brevísimo ejemplo. Pero sorprende la escasez de la ternura entre las novedades de los últimos años. Al mirar las mesas centrales de las librerías abundan los libros magníficamente editados e ilustrados con gran destreza, pero muchas veces tanto historias como imágenes son faltas de ternura, poco cálidas. Y esto que ocurre en los libros se acusa todavía más en los dibujos animados infantiles o en las películas más recientes, que no están ya faltas de ternura sino crueles en el lenguaje y en la ilustración.
¿Acaso no falsea la desolación absoluta tanto como una utopía de felicidad vana?
En otros casos la agresividad no es tan evidente, pero después de contemplar algunas historias recientes que contienen cierto humor o una producción espectacular se siente un vacío, un encogerse de hombros al cerrar el cuento o salir del cine sin comentar siguiera la película, pasar a la tarea siguiente «como si nada hubiera sucedido». Porque ese es el problema: que nada ha sucedido, que nada ha calado, que nada ha acontecido y pocos libros y películas significan verdaderamente algo. Así se añaden nuevos ladrillos a la desesperanza , y esto es agresivo por omisión. Muchas veces en el fondo de una historia que no atrapa la atención y el corazón de un espectador niño está un sentimentalismo vacío donde faltan la ternura y la calidez.
Dolor soportable
Hay una tentación contemporánea de apartar la sutileza y apostar por lo vulgar porque aparentemente tiene un acceso más fácil, porque se supone que es más sencillo de entender o de gustar, pero es una concepción errónea que el adulto impone al niño y no al revés. Si uno prueba, por ejemplo, a leerle a un niño de cinco años, o incluso de cuatro, un libro con ternura que es el clásico «El Principito», de Saint-Exupéry , comprobará sorprendido que el niño no entiende todo, pero hace preguntas y queda fascinado, quiere escuchar más porque intuye que allí se cuenta algo que merece la pena oír.
Las últimas páginas de «El Principito» son tristes. Incluso en la ilustración: en una página está el Principito en el desierto y al pasarla están las mismas montañas y la misma estrella, pero ya no hay nadie. El Principito ha desaparecido, se ha muerto o se ha ido, y momentos antes se ha dejado morder en el talón por una serpiente. Ni más ni menos. Pero este dolor es soportable porque antes se nos ha dado un marco de ternura y de belleza. El mundo sólo es soportable si es crudo y tierno a la vez. Sin embargo, tendemos hoy en día a sustituir lo trágico por lo cruel.
La novela contemporánea ha acentuado esa crudeza que en tiempos de Aldecoa estaba inédita
Hace unos años, durante una entrevista que concedió a ABC Cultural otro escritor de los cincuenta que es Antonio Ferres , ante el comentario de que hoy abundan las novelas que dibujan un mundo desolado por completo, respondió: «Pueden ser buenas novelas, pero a mí no me gusta cuando es todo aquello árido y amoral. Una novela en la cual no existe la ética, no encarna. Sin esto queda coja la literatura». No habla de literatura moralizante, sino de presencia de la dimensión ética.
Su novela más famosa, «La piqueta», trata sobre la demolición de una chabola en el barrio de Orcasitas que se está formando en Madrid. Es una situación dramática, porque la familia pobre va a perderlo todo. A lo largo del libro, que parte de esta situación dura y tiene fuerte carga de denuncia social , la joven protagonista, que es honrada, tiene ocasiones de traicionar su honradez. Y al leer esta historia uno se descubre a sí mismo como lector contemporáneo esperando inconscientemente que esto suceda, convencido de que la pérdida de la honestidad llegará al pasar las páginas, al gusto y costumbre contemporáneos. Pero no es así. En esta novela hay incertidumbre, miedo, dolor, delito y miserias, p ero hay también un primer amor bonito aunque difícil, y hay honestidades que quedan en pie en medio de las durísimas circunstancias, en medio de la aridez que sin duda tiene el mundo y ha de contarse. El universo que se refleja en estas páginas es claroscuro, en delicado y apasionante equilibrio. Es, en definitiva, una novela «cruda y tierna a la vez».
Al repetir estas palabras de Ignacio Aldecoa quisiéramos, desde estas páginas, detectar la ausencia de la ternura en muchas manifestaciones culturales contemporáneas y tratar de defender su consideración junto al imprescindible relato de la crudeza.