TEATRO
Declan Donnellan: «Shakespeare nos invita a compartir experiencias vitales con él»
Declan Donnellan, uno de los directores que más original y asiduamente pone en escena obras de Shakespeare, revela las claves de su fervor por el dramaturgo isabelino
![Declan Donnellan en una reciente visita a Madrid para su montaje de «Cuento de invierno»](https://s3.abcstatics.com/media/cultura/2016/04/23/Foto%20Donnellan--620x349.jpg)
El rostro de Declan Donnellan tiene algo que resulta familiar. Esa cabeza redonda y maciza, las facciones amables, rubicundas, estoy seguro de haberlas visto en alguna de esas obras multitudinarias de cualquiera de los dos Brueghel o de Hogarth; un hombre orondo, no tanto como para ser Falstaff, que come, bebe o ríe maliciosamente en uno de los márgenes del cuadro casi ajeno a la muchedumbre que se agita junto él. Hace treinta y cinco años, este británico nacido en Manchester en 1953 de padres irlandeses fundó junto al escenógrafo Nick Ormerod el grupo Cheek by Jowl con el objetivo de r evisitar los grandes textos clásicos evitando los énfasis directoriales y escenográficos y centrándose en el trabajo de los actores.
Aprovechando su reciente visita a Madrid con un maravilloso montaje de «Cuento de invierno», Donnellan citó a ABC Cultural en el Teatro María Guerrero para hablar sobre su larga relación con Shakespeare.
Entre los principios fundacionales de Cheek by Jowl figuraba el de abordar textos clásicos como si no fueran clásicos, porque cuando fueron escritos no lo eran. ¿Sigue manteniendo esos principios?
Me gustan mucho los textos clásicos, adoro trabajar con ellos porque, en primer lugar, son obras de teatro magníficas y además ofrecen la oportunidad de investigar experiencias, vivencias de la naturaleza humana. Pero también he trabajado con autores contemporáneos; con Tony Kushner , por ejemplo, lo he hecho en varias ocasiones. Spinoza dijo que debemos tratar los textos clásicos con el mismo amor y el respeto que tenemos con nuestros contemporáneos y no con la reverencia monumental que, quizás por la educación recibida, parecemos obligados a sentir frente a los clásicos. Los grandes escritores, y Shakespeare muy especialmente, nos llevan de la mano y nos invitan a compartir experiencias con ellos. Lo importante son esas experiencias, las palabras están allí para conducirnos a ellas.
Desde el principio Shakespeare fue una de sus materias de trabajo más reincidentes, ¿por qué?
Le tengo mucho afecto a Shakespeare, ha sido un compañero de vida magnífico. Es agradable estar con él y hacer sus obras de una manera en la que no nos sintamos conscientes de nosotros mismos, exentos de naturalidad. A veces nos asomamos a los clásicos y no solo les vemos a ellos, sino a nosotros mismos mirando a los clásicos. Eso es triste porque no los disfrutamos lo suficiente y tendemos a no ser naturales.
Dice que Shakespeare ha sido para usted un compañero de vida, pero también lo es para el público. ¿Por qué cree que hay esa inagotable complicidad continua, esa actualidad, esa contemporaneidad?
No creo que Shakespeare esté intentando enseñarnos nada. Hoy en día sus palabras son bastante difíciles en inglés y quizás dentro de doscientos años sea demasiado complicado para entenderlo. Pero todavía pertenecemos a una generación que puede entender a Shakespeare, va a ser muy triste cuando haya que traducirlo al inglés moderno. Lo sentimos tan próximo porque es extraordinario a la hora de elegir experiencias vitales para compartirlas con nosotros. Nadie como nuestra madre es capaz de hacernos enfadar, porque sabe ponernos el dedo donde más duele, sabe exactamente dónde está ese punto preciso y que una cosa muy pequeña puede volvernos locos, porque nos conoce tan bien… Shakespeare es un poco así porque nos conoce muy bien, sabe cómo asustarnos, cómo emocionarnos, es muy hábil a la hora de afectarnos.
«Shakespeare nos conoce muy bien. Sabe cómo asustarnos, cómo emocionarnos»
¿Y eso es lo que usted lleva a escena?
Eso intento. El final de una obra como «Cuento de invierno» parece ajeno a todo lo anterior, desunificado, pero eso es solo aparente, él sigue un camino de experiencias que se van construyendo unas sobre las anteriores hasta llegar a ese final misterioso que nos ofrece una especie de extraña esperanza. Si intentas expresarlo con palabras no vas a conseguir decir exactamente lo que es, porque resulta muy poco cristiano y sospecho que Shakespeare, al menos en esa fase de su vida, no creía en la vida después de la muerte. Sigue habiendo esperanza, pero en la época en la que escribe sus últimas comedias desprende una rara sensación sobre la posibilidad de redención, algo que no está de moda ahora mismo. Creo que en 1612 tampoco él estaba de moda, se centraba en escribir en un estilo arcaizante, con personajes como el Tiempo sobre el escenario, lo que resultaba muy anticuado para la época. En el Londres de entonces, al igual que hoy en la televisión, por ejemplo, había que ser cínico, listo, a veces divertido, a veces amedrentador. Algunas de las obras que triunfaban en aquellos momentos son maravillosas. Hace unos años trajimos a Madrid «Lástima que sea una puta», de John Ford, que está llena de cinismo. Eso estaba entonces muy de moda y siempre lo está. Creo que Shakespeare escribía sobre otras cosas y sospecho que «Cuento de invierno» no debió tener demasiado éxito, a la gente le parecería demasiado excéntrica, nadie la ha robado, ni ha sido pirateada, piratearon «Hamlet» pero no esta, que escribió años después..
Ha hablado de posibilidad de redención, ¿no cree que el Shakespeare maduro es más sabio y más clemente?
Es posible, es evidente su esperanza de que aprendamos a perdonar, y también una misteriosa creencia en algo que está fuera de sí mismo. En «El rey Lear» hay un tema muy aterrador en el corazón del monarca que es la nada, y es esa palabra, nada, la que como un hilo rojo va recorriendo toda la obra, que transcurre en un mundo terrible en el que todos son egoístas y ciegos, aunque haya un pequeño elemento de esperanza, porque Shakespeare nunca es totalmente cínico. Creo que al final de su vida pensaba que no hay solo nada, sino algo más.
¿Qué obras del Bardo son sus preferidas?
Las cuatro que me encantan son «La tempestad», «Pericles», «Cimbelino» y «Cuento de invierno».
El Shakespeare último.
Sí, era obviamente más viejo y había aprendido cosas, ya no era listo, era lo bastante sabio para no necesitar ser listo. Había dilapidado el éxito de «Hamlet» y su siguiente obra fue un desastre de público. Con «Hamlet» triunfó arrolladoramente, pero no con «Troilo y Crésida», que parece que fue un fracaso clamoroso.
«Todas las buenas obras, del arte que sean, que me gustan hablan de la vida y están vivas»
Esa sí es cínica
Desde luego. A los jóvenes directores les encanta, en ella encuentran muchas oportunidades de hacer cosas acerca de la guerra. Tiene momentos maravillosos, pero no puede compararse con «Cuento de invierno».
¿Pone «Cuento de invierno» por encima de «La tempestad»?
Esa valoración depende de cuál esté poniendo en escena en ese momento. «La tempestad» la escribió al final de su vida y las tres unidades eran muy populares en ese momento.
Pero también en ella hay posibilidad de redención, Próspero renuncia a su magia y vuelve a ser un hombre normal.
Sí, es una historia sobre la venganza: Próspero reúne a todos sus enemigos en la isla para castigarlos, pero cuando logra tenerlos a su merced, le pregunta al espíritu qué hacer. Mi momento favorito es cuando Ariel le dice: «Si yo fuera humano les perdonaría». Pero no es humano y no puede perdonar. Es una idea extraordinaria, se supone que Ariel es un espíritu y que por ello es mejor, listo, flotante, libre del sexo, la sangre y la mierda, al contrario que Calibán. Creo que es un peligro considerar que tenemos un yo bajo y un yo elevado; el elevado es capaz de hacer todas las cosas maravillosas y positivas, y el bajo todas las cosas sucias. Curiosamente necesitamos las cosas bajas, más vinculadas a lo humano, para poder perdonar.
«Hay que tratar a los clásicos con el mismo amor y respeto que a nuestros contemporáneos, pero no con monumental reverencia»
¿Jeckyll y Hyde?
Jeckyll y Hyde representan la división, y yo me refiero a unos conceptos, lo elevado y lo bajo, que están presentes en todas las religiones, en todas hay santos y demonios, y creo que es importante reunirlos a los dos. Ariel es como un santo, pero no puede perdonar porque no es humano, hay algo hermoso ahí, Shakespeare indica que no debemos despreciar nuestro yo más bajo. Esta cosa de oscuridad la reconozco como mía, dice Próspero de Calibán, que es hijo de una bruja, pero es humano.
Harold Bloom habla de Shakespeare como inventor de lo humano, tal vez por eso nos sobrecoge y también nos alegra.
Soy un gran admirador de Bloom y creo que Shakespeare es el observador de lo humano, decir que es el inventor me pone un poco nervioso. Junto con Montaigne, que le encantaba, cambia nuestra manera de vernos a nosotros mismos.
También afirma Bloom que Shakespeare no escribe en ningún género, por eso hay tragedias con momentos cómicos y comedias con momentos trágicos, como pasa en «Cuento de invierno».
Es cierto, pero creo que lo es para cualquier buena tragedia, no creo que nadie pueda controlar la vida hasta tal punto. En el corazón del «Edipo» de Sófocles hay una espantosa y oscura carcajada, y lo mismo pasa en Racine, en cuyo centro hay una ironía negra y burlona. Eso ocurre con las comedias si las lees de otra manera; desde esa perspectiva, por ejemplo, no hay nada tan triste como Feydeau , sus historias de adulterios y engaños son terriblemente deprimentes. Creo que si escribes sobre la vida, si eres un escritor y estás escribiendo muy bien en el género que sea, necesariamente tendrás que romper las reglas de ese género, derribar sus muros. Todo buen arte tiende a subvertir su propia forma, es su definición por naturaleza. Y todo arte para mí trata de la vida. Mi única prioridad es que mi trabajo esté vivo y esa es la característica principal de todas las buenas obras, del arte que sean, que me gustan: hablan de la vida y están vivas. Y si estás vivo no obedeces a géneros. Nosotros no sabemos si estamos actuando en una tragedia o en una comedia en la que unas veces somos el protagonista, la estrella, y otras un actor secundario.
«Creo que Shakespeare es el observador de lo humano, decir que es el inventor me pone un poco nervioso»
«Cuento de invierno» es una tragedia tremenda y el tiempo la transforma en una comedia pastoril.
Lo interesante, como siempre en Shakespeare, es la gente pequeña que encuentra la verdad. En mi opinión, el tema unificador, central, que sujeta y une toda la obra, es el abandono. Al comienzo, Políxenes abandona a su hermano Leontes; a ninguno nos gusta que nos abandonen, pero algunas personas son psicóticas, sin saberlo, por el miedo que tienen a ser abandonadas. Los psicólogos tienen una nueva palabra para describir este síndrome: «borderline», la gente que lo sufre no sabe que la causa de su tremenda ira es algún abandono. No tiene que ser un amante, puede ser un amigo; es algo corriente y parece que se va extendiendo. Creo que Shakespeare habla de eso al dibujar a Leontes. Su castigo a su hija Perdita es abandonarla como a él lo abandonó Políxenes. La gente puede hacer cosas terribles si se percata de que está siendo abandonada. En la obra, todos los temas secundarios rodean al abandono. Hay muchos otros, como el paso del tiempo. Al principio, Políxenes y Leontes recuerdan cuando eran niños
Dos corderos mellizos...
Y hay una extraña idealización de la infancia. Los adultos idealizan la infancia, pero los niños no. Todos los temas de la obra están en las escenas iniciales: el tiempo, el juicio, la terrible sensación de culpa que la gente no entiende...
Más de tres décadas después de haber creado Cheek By Jowl, ¿sigue descubriendo cosas?
Bueno, yo descubro lo poco que sé. Cuando era joven lo sabía todo y ahora no sé nada.
Como Shakespeare.
Creo que sabía mucho también al principio, se percibe perfectamente que era un joven ambicioso e inteligente, y eso cambió después de algunos éxitos y posiblemente bastantes más derrotas; cuando murió había pasado de moda, estaba anticuado y se murió sin saber que era Shakespeare, nada menos, eso sí que es terrible.
Si hubiera sabido que era Shakespeare, si viera su fama de ahora, ¿qué cree que habría hecho?
Pienso que habría sonreído ampliamente y habría cobrado el diez por ciento de todos los derechos de autor retrospectivamente. Una vez me preguntaron que qué sentiría si me fuera posible conocer a Shakespeare, si me lo encontrara, y creo que me asustaría si empezara a hablar de los precios de los terrenos y las casas de Warwickshire, donde vivió entre los 30 y los 50 años. Porque los ingleses se vuelven locos hablando de lo que cuestan las propiedades inmobiliarias, y eso cuando no están hablando de los niños.