ARTE

Darío Villalba, pionero en todo momento

La retrospectiva que la Fundación Suñol dedica a Darío Villaba certifica sus avances, lentos, pero acertados

Detalle del montaje de las obras más recientes de Villalba en Barcelona

ANNA MARIA GUASCH

Darío Villalba (San Sebastián, 1939), sigue siendo, qué duda cabe, un artista «inclasificable» . Ya lo era en los años setenta, cuando sus trabajos pictórico-fotográficos no encajaban en ninguno de los «ismos» del momento, fueran los nuevos realismos, el arte pop, el informalismo o el realismo social; y lo sigue siendo ahora, aunque las relaciones entre pintura y fotografía , a través de las teorías cada vez más sofisticadas de la imagen, sean mucho más familiares de como lo eran hace cuarenta años.

Villalba fue un pionero en el uso de las imágenes (lo que en inglés se conoce como «fenomeno pictures»), en el sentido de que lo que le interesaba realmente no era tanto una sinestesia entre el medio pictórico y el fotográfico, sino la creación de una realidad no «representada», o, dicho de otro modo, «reproducida» ; una realidad, la mayoría de las veces, «apropiada» a los medios de comunicación y, otras, creada por el artista pero desde una condición muy amateur.

Es como si Villalba detuviera la circulación de imágenes para «introducirlas en la pintura como una brecha» . Y, en todos los casos, para condensar figuras humanas, como la obra que inicia cronológicamente el recorrido de esta muestra barcelonesa (un conjunto de obras propiedad de la Fundación Suñol, junto a otras de la colección personal del propio artista). Nos referimos a la muy conocida Jones , de 1974, la única de las obras de la exposición que pertenece a la que fue, sin duda, la serie de trabajos más emblemáticos de Villalba en los años setenta: Los encapsulados . Con ella el artista participó en la XII Bienal de São Paulo, inicio de su reconocimiento internacional.

Villalba concibió Jones como una compleja construcción tridimensional de aluminio y metalcrilato que contenía una emulsión fotográfica de gran formato en blanco y negro, con una imagen de uno de los sujetos «desfavorecidos» y anónimos de la sociedad (indigentes, enfermos, chaperos, ancianos…), que tanto gustaban al artista. Una obra en la que Villalba parecía encontrar voz propia dentro del post-pop, que, en realidad, era un anti-pop , una corriente que él conoció de primera mano gracias a su formación un tanto atípica en la Universidad de Harvard a finales de los años sesenta.

En Estados Unidos quedó fascinado por el Andy Warhol menos conocido, el de la serie Disasters , lo que lo llevó a contraponer la sociedad de consumo -asociada a la desmesura de colores acrílicos- a una gama de blancos y negros, hondamente arraigada a su vez en cierta tradición claroscurista de la pintura española, enfatizada por una gestualidad y un trazo siempre en rojo.

Y así seguiríamos con todo un catálogo de seres agónicos y dramáticos , que en la exposición empieza en los años setenta (a destacar también sus obras El Místico , de 1974, y Cabeza , de 1979), pasando por trabajos de la década de los noventa, como Down (1997), que culmina con parecidos registros, sin saltos al vacío, ni búsqueda de novedades gratuitas, en aportaciones más recientes de 2008 (sobre todo, sus series sobre adolescentes), o los de 2015 y 2016, con una nostálgica Sonrisa en el agua I y II (2016).

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