LIBROS

Los cuentos gallegos de Cristina Sánchez-Andrade

En «El niño que comía lana», Sánchez-Andrade reúne quince relatos en los que vuelve a dar cuenta de su fidelidad a su tierra natal

La escritora Cristina Sánchez-Andrade

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cristina Sánchez-Andrade (Santiago de Compostela, 1968) se distingue por dos particularidades: su fidelidad al mundo gallego y un estilo arraigado en un fuerte tremendismo que da entrada a diferentes registros estilísticos. Si un rasgo puede deducirse de los quince cuentos reunidos es su variedad tonal para un universo que, sin embargo, es bastante uniforme, pues casi todos giran en torno a la vida de la Galicia rural , en especial de la gente pobre en épocas diferentes. Hay algunos alejados en el tiempo, pues tratan de la emigración a América, porque el motivo del alistamiento como ama de cría que nutre el primero, «Manuela das Fontes», vuelve a aparecer en «La niña del aplomar». Sánchez-Andrade se mueve bien en el mundo fantasioso cercano al mal denominado realismo mágico, y, que el fondo, es la literaturización de tradiciones míticas, donde el mundo de lo real se ve invadido por las fantasías que han nutrido los mitos y creencias en espacios rurales donde reina la irracionalidad.

Aunque como se ve en el relato que titula el libro lo sobresaliente del ámbito ancestral que su autora presenta tiñe de miseria y tristeza la cercanía natural entre el mundo de los hombres-mujeres y el de los animales, también, como en ese cuento, el de los niños protagonistas de varios de ellos. Hay un naturalismo de raíz, perceptible en las creencias de la brujería o hechizos y que han dado figuras como la indigente con seis dedos de «Puriña», postergada como rareza entre criados y señores del pazo, que si bien posee ambientación ruralista, la autora lo lleva a preguntas fundamentales sobre la condición humana, muy poco complacientes, en especial la mirada sobre la naturaleza del dolor vinculada al hambre y la postergación.

Humor

Con bastante frecuencia se ha servido del humor, y en algún caso, como en «Enterrada», el feminismo de la liberalidad crea una historia de manera festiva, pero en otros sobresale el tono amargo y macabro de situaciones límite, como ese matrimonio de ancianos de «Melocotón en almíbar», a quienes finalmente encierran en una residencia, pero cuyo armario ha escondido la realidad enfermiza del síndrome de Diógenes.

La pobreza igual sirve, así en «Matilde»», para encontrar un tono casi lírico como para el tremendismo excesivo desarrollado en «Hambre». En alguno, como en «Lolita M. Parker», el humor predomina aplicado a las ensoñaciones sentimentales de la cita esperada. Algunos de estos cuentos habrían agradecido mayor contención, especialmente cuando ha transitado por la desmesura, pero el lector recordará otros, los mejores, donde lo macabro y lo estrambótico de las situaciones al quedar lejos de cualquier realismo, resultan más elocuentes para su significación simbólica .

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación