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«La cucaracha», lo que no tiene, lo que le falta a Ian McEwan
Sin previo aviso y sin que nadie lo esperara, el escritor británico se ha atrevido con una breve historia satírica sobre su país y sus políticos. Buenas intenciones y peores resultados
«La cucaracha», de Ian McEwan , es, tal vez, demasiadas cosas para su propio bien. Y son tantas que -a veces pasa- inevitablemente recuerda al «porque no tiene, porque le falta» de la famosa y revolucionaria canción mexicana. «La cucaracha» -publicada en Inglaterra por sorpresa y sin anuncio previo por parte de su editorial y, según su autor escrita a toda velocidad con la necesidad extrema de decir algo al respecto de los tiempos que le asquean y que corren aún más rápido que ya saben qué- es un capricho y un divertimento en el mejor sentido de estos términos. Es, además, una «nouvelle» política denunciando con cierta gracia la estupidez de la ilusa ilusión Brexit (que aquí tiene un nombre más técnico y menos atractivo y, en cambio, en sentido contrario a las agujas del reloj, predica una inversión del flujo económico en el que los empleados pagarán a sus patrones a la vez que se les pagará por consumir ). Así es, también, una sátira (con todos los riesgos que ello implica; porque la burla no es un idioma universal y lo que resulta burlón para algunos para otros es cosa seria o, peor aún, aburrido y nada digno de risa) que apenas esconde los rasgos de una diatriba o de un ensayo disfrazado de ficción. Y -lo más arriesgado de todo- es una reescritura puesta al día y muy en presente de un clásico atemporal más allá de toda coyuntura: «La metamorfosis» de Kafka.
Así, una mañana, una cucaracha se despierta y se descubre convertida en hombre . Y ese hombre -añadir aquí modales de Jonathan Swift- no es otro que Jim Sams, el Primer Ministro británico. Alguien que de pronto es consciente -en algo que parece, como bien apuntó alguien, un cruce de «sketch» de Monty Phyton con episodio de «Black Mirror»- que probablemente buena parte de los estadistas del planeta (y, por supuesto, Trump entre ellos, llamado Archie Tupper) probablemente sean blatodeos del orden de los insectos hemimetábolos (muchas gracias, Wikipedia).
Se trata de una «nouvelle» política que denuncia con cierta gracia la estupidez del Brexit
La buena nueva es que, con «La cucaracha», McEwan -luego de «Cáscara de nuez» y de «Máquinas como yo» - parece empeñado en reconectar con sus orígenes como joven y siniestro imaginador dejando de lado ese aire de Gran Escritor Nacional que lo había enaltecido pero también opacado en los últimos tiempos. La mala es que el chiste se agota pronto (y se le hacen excesivas las poco más de cien páginas) y lo que McEwan tiene para «denunciar» es bastante obvio y predecible. El Brexit ya había aparecido en la Inglaterra alternativa de «Máquinas...» como algo inevitable promovido por Tony Blair en los años 80. Y con más elegancia e inteligencia en recientes novelas de Ali Smith y Jonathan Coe y -puestos a revisitar clásicos- Salman Rushdie con su reciente «Quichotte» le sacó más provecho al alucinado de Cervantes trayéndolo a unos Estados Unidos alucinantes.
Sin eficacia
McEwan, en cambio, parece conformarse con señalar que la maniobra autodestructiva y populista triunfa gracias al voto de los pobres y los ancianos de todas las clases. Su ataque no va mucho más allá del considerar cucarachas a los separatistas/revisionistas continentales dejando demasiados cabos sueltos. Lo suyo no tiene mayor eficacia (y toda sátira debe tenerla y, de ser posible, convertir a sus blancos en aliados) que un berrinche desesperado aunque comprensible . No termina de hacer verosímil (cosa que, de nuevo, toda sátira debe conseguir para funcionar bien) la premisa lógica aún en lo absurdo de las transformaciones de ida y vuelta (magistralmente narrado y descrito, eso sí; no se acusará aquí a McEwan de no ser un prosista de peso incluso en sus momentos más leves) o precisar dónde termina el mal bicho para que empiece el aún peor ser humano que, cuando le preguntan por qué lo hace y por qué lo hizo, sólo puede responder: porque sí. Respuesta que bien podría ser la de McEwan -apoyado en un pegadizo, por citar otra canción popular, «es preferible reír que llorar»- si le preguntasen por qué escribió «La cucaracha».