FOTOGRAFÍA
Cristina García Rodero, estética y documento
Hasta India nos traslada la fotógrafa manchega con «Holi», su nueva incursión antropológica en la galería Juana de Aizpuru
Parece que fue el hastío de las aulas, durante una beca de estudios en Florencia, lo que empujó a Cristina García Rodero (1949) a empaparse de la vida en las calles de la capital toscana en los setenta, donde -como ella recuerda- se sucedían las huelgas. En lugar de recibir la formación esperada, encontraría una vocación en medio de aquellas protestas, fotografiando cuanto pasaba a su alrededor e iniciándose así en el registro de manifestaciones populares. Las huelgas son actos de expresión colectiva que cuentan con una serie de actitudes y símbolos ritualizados ; por eso no resulta extraño que la artista desembocara de inmediato (gracias a otra beca, de la Fundación Juan March) en un amplio proyecto documental sobre las fiestas tradicionales de diversos puntos de nuestra geografía ( España oculta , 1989), que le ocuparía quince años y que constituye uno de los trabajos de referencia dentro de la Historia de la foto española. Desde entonces, García Rodero no ha dejado de desplazarse a distintas y distantes latitudes en su intento por captar con su cámara algo del misterio del alma humana , que se desprende, y visibiliza, especialmente en el contexto de las celebraciones religiosas, cuyos participantes establecen un tipo de comunicación trascendente con sus dioses y antepasados, con el resto de la comunidad y con el cosmos.
El dilema al que tiene que enfrentarse todo documentalista -y no afirmo que García Rodero lo sea exclusivamente- es el del estilo; esto es, el de la perspectiva o punto de vista que adopte ante el fenómeno que registra: el modo de (re)presentarlo. Ha de buscar el tono exacto para que no se desvirtúe, más de lo inevitable, la «realidad» de los hechos, su significado . Debe huir del exceso interpretativo. Para ello entiendo que se precisa un equilibrio cabal entre la estética y la naturaleza de lo que estuvo ante su objetivo, pues con una alta dosis de subjetividad se corre el riesgo de invalidar la condición documental.
Está claro que García Rodero posee un estilo bien patente y reconocible; esta es una de sus principales virtudes, habida cuenta de la calidad que siempre le avala. Pero lo que nos ofrece en sus imágenes resulta convincente no a pesar de su estética, sino gracias a ella. Celebramos la elección de los motivos, la pertinencia de sus encuadres, el clima que nos procura y que nos hace penetrar -por la vía de una belleza que es fruto de una inspirada transacción con lo real- en esas experiencias fascinantes en las que la humanidad conecta con lo más íntimo de su ser.