LIBROS

Cristina Cerrada: «Quiero que mis novelas afecten, produzcan una sensación física»

En su novela «Hindenburg», la autora madrileña continúa, tras «Europa», su reflexión sobre el Viejo Continente, que se ha planteado como una trilogía donde estallan los conflictos bélicos y la violencia

La escritora Cristina Cerrada
Carmen R. Santos

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Cristina Cerrada nació en Madrid en 1970. Se licenció en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Complutense, y en Sociología por la UNED. Se dio a conocer en 2003 con la colección de relatos «Noctámbulos» publicando al año siguiente en el mismo género «Compañía», ambos en Lengua de Trapo. Asimismo sus cuentos han sido incluidos en diversas recopilaciones. Sus novelas son «Calor de hogar, S.A.» (2005), «Alianzas duraderas» (2007), «La mujer calva» (2008), «Anatomía de Caín» (2010), «Cenicienta en Pensilvania» (2010), «Cosmorama» y «Europa» (2017). Su labor ha merecido diversos premios como el Casa de América, el Ateneo Joven de Sevilla y el Internacional Ciudad de Barbastro, entre otros. Ahora acaba de aparecer su novela «Hindenburg», (Seix Barral) muy bien acogida por la crítica, protagonizada también por una mujer, Razha, como sucedía en «Europa». Dos personajes diferentes, pero unidos por su condición de luchadoras y supervivientes en un mundo acosado por la violencia, y la solidez con la que Cristina Cerrada los ha construido.

Por otro lado, la autora madrileña es profesora de Escritura Creativa, coordina cursos de narrativa breve y de novela, forma parte del colectivo artístico Hijos de Mary Shelley, y colabora en varios medios de comunicación.

En cierta ocasión usted señaló que no se escriben novelas para responder preguntas sino para plantearlas. ¿Cuál es el interrogante /los interrogantes fundamentales que nos propone en «Hindenburg»?

Quería que al lector se le formulara un interrogante desde el primer momento en la novela, y para ello me serví, en primer lugar, de la propia trama argumental. «Hindenburg» es un «thriller», lo que viene a decir que se trata de un híbrido entre lo policíaco y el suspense, dos géneros que a su vez están basados en la búsqueda de lo oculto, en la investigación, la indagación, en los sistemas de preguntas y respuestas. Esta elección, que corresponde a un aspecto formal de la novela, no es casual. Con ello deseaba «contaminar» a la novela de esa suerte de «suspense», trasladando esa tensión que consiste en enganchar al lector por medio de interrogantes, a la dimensión más profunda del texto, la de lo emocional, lo ideológico, lo estético y lo moral.

En ese sentido, y sin ser nunca formulados, las preguntas que «Hindenburg» plantea tienen que ver con el amor, la vida y la muerte, la crueldad, la arbitrariedad y la violencia. ¿Qué es amar? ¿A quién se puede amar? ¿Cuánto? ¿Es ese amor grande y edificante como nos ha enseñado la cultura dominante? ¿Es la crueldad lo arbitrario, y por eso aterroriza tanto? ¿La guerra es ausencia de códigos morales? ¿Vale todo/todo vale? ¿Cuánto vale una vida y cuáles son sus límites? ¿Y la muerte? ¿Cuáles son los límites de la muerte?

Entre otros aspectos, ¿es una denuncia de la guerra?

No directamente, pero sí. La novela no fue escrita para denunciar los hechos que se narran, sino para mostrarlos al lector de una manera poco convencional, incómoda, difícil de catalogar y juzgar. Nuestras posturas ante fenómenos de fácil posicionamiento moral o ideológico tienen siempre un elevado componente aspiracional. Si nos preguntan cómo valoramos la guerra siempre vamos a contestar que negativamente. Y así con otras tantas cuestiones. Lo que yo pretendo en mis novelas, más que provocar una respuesta ideológica, es que afecten, que provoquen una sensación física. Diría que hasta de malestar. El malestar causado por la violencia, por ejemplo. Por la tortura, o la explotación. O la inminencia de la muerte.

¿Desde que le surgió la idea de «Hindenburg», tuvo claro que sería en primera persona o barajó otras opciones?

Surgió en primera persona desde el primer momento. El primer motivo, más evidente, es porque con ello se aumenta en el lector la sensación de verosimilitud, al escuchar de primera mano el testimonio de un personaje contando sus propias experiencias e impresiones. Pero creo que la más importante es otra. Muchas de mis narradoras son mujeres. No es fácil construir la identidad femenina, no necesariamente porque sea más compleja o escurridiza que la masculina, sino por la sencilla razón de que apenas hay códigos literarios que sirvan como modelo para dar cuenta de ella. Desde luego, muchos menos que masculinos.

La primera persona facilita, en parte, ese trabajo, ya que intensifica la experiencia de identificación del lector con el personaje, sea este del género que sea. Y en un paso más allá, la primera persona le facilita también al autor esa suerte de audacia necesaria para la búsqueda y la fijación de nuevos códigos literarios capaces de construir en lo literario la identidad femenina.

«Da igual si has sido buen hijo, buen padre, buen empleado: una bomba cae y te mutila. Esa arbitrariedad, la guerra la representa muy bien, es el horror»

¿Cómo definiría a Razha, su protagonista?

No es fácil definirla. Precisamente por su condición de personaje femenino, Razha es muchas cosas, algunas contradictorias. Algunas para las que aún no se ha fijado el código literario capaz de identificarlas. Un ejemplo. Un personaje masculino protagónico, «simpático», no deja de caerle bien al lector porque se detenga en un momento dado a orinar. Pero un lector no sabría cómo interpretar un hecho así en un personaje femenino. Dudaría. Podría preguntarse si era rarita, si era una psicópata, o cochina, o sencillamente si se trataba de una novela «de autor» (lo que demonios crean que es eso). Yo intentaba presentar en Razha a una mujer. Una mujer que pudiera segur siendo protagonista del libro y seguir «cayéndole bien» al lector, pese a comportarse de una manera poco convencional, de una forma no codificada.

No hay que ver en ello una crítica feminista (o no exclusivamente) sin más. En absoluto. La guerra, la violencia institucionalizada acaba con todos los códigos previamente fijados, los sociales, los culturales y los morales. Se mata en guerra. Se roba en guerra. Se viola y se explota y se aterroriza. Y todo ello amparado por la legalidad -una de campaña, provisional, tan precaria como indefinida, y arbitraria. Tal como ocurre en la literatura con el personaje femenino, desprovisto aún de códigos literarios que lo delimiten, en guerra, en situaciones así, los códigos sociales, culturales y morales anteriores por los que nos regimos quedan en suspenso, invalidados, no sirven, y las personas tampoco saben como interpretar la realidad. Exactamente igual que le sucede a Razha.

¿Presenta concomitancias con Heda, de «Europa»?

Heda es joven, le atemoriza el futuro porque está en su punto de mira, es un ser que se proyecta hacia adelante, y su porvenir es incierto, se tambalea. A Razha, ya en la mitad de su vida, la define más bien el pasado. En el pasado fue hija. En el pasado recibió la herida que la determina hoy. En el pasado fue madre. El futuro es inmediato para Razha, es presente, dentro de un rato, esta noche, mañana. En «Europa», Heda sufre una especie de estrés postraumático que la guerra le ha provocado. Razha no sufre estrés, aún. Ella es violada, perseguida, acosada. Razha atiende a su madre, busca a su hija. No tiene un momento para detenerse a pensar. Solo actúa. Si se fija, mientras que en «Europa» oímos los pensamientos de Heda, sus reflexiones, a Razha nunca la escuchamos pensar. Solo la vemos actuar.

«Cuando la gente se pregunta si podría volver a ocurrir algo como la guerra de los Balcanes, me digo: ¿En qué mundo vivís? ¿No veis que no ha dejado de suceder?»

¿Y cómo caracterizaría a Paul, personaje de peso en la novela?

Paul, para mí, representaría un poco esa arbitrariedad de la que he hablado -lo que es, para mí, un sinónimo del horror-. Da igual quién seas, si has sido buen hijo, buen católico, buen padre, buen empleado: un avión se estrella y mueres. Una bomba cae y te mutila. Una enfermedad te aqueja y sufres. Esa arbitrariedad es para mí la auténtica miseria humana, la crueldad ciega, y sorda, y muda. Es el horror. La guerra la representa muy bien, a escala humana. Decisiones humanas ciegas, sordas, mudas, contingentes, absurdas y desprovistas de sentido, que no atienden a ninguna escala de equivalencias, ni racional, ni moral, ni si me apura, estética.

Paul supone un poco ese mastodóntico horror de la arbitrariedad. ¿Por qué hace lo que hace? ¿Por venganza? No lo creo. ¿Por pasión? Menos aún. ¿Por maldad? Umm. Nadie lo sabe. Ni siquiera él mismo, creo yo. Él es un instrumento, como lo es el conductor de un vehículo que arrolla a otro matando a su ocupante. Por más que uno se pregunte por qué él o ella cogerían aquel día el coche, ¿qué respuesta hay?

Una gran violencia, que ya estaba en Europa, vuelve a estar muy presente en «Hindenburg»... ¿El hombre es un lobo para el hombre?

El hombre, los hombres y mujeres de la Historia de la Humanidad han sido y son el mismo Hombre. A mí, ese Hombre que somos me conmueve. Ese Hombre que es capaz de escribir la sinfonía «Pastoral», la «Odisea», que es capaz de descubrir el movimiento de los planetas, de las células, de entregar su vida por salvar la de otros. Esa especie, Hombre, formado por millones de individuos a lo largo del tiempo y el espacio, me conmueve, me hace llorar, me despierta un hondo sentimiento de amor.

Pero luego están los individuos, anclados en su pequeñez, en su cooordenada pequeña espaciotemporal, provistos de un egoísmo natural tan instintivo como comprensible desde el punto de vista biológico. Ese individuo, ese otro hombre, aunque me inspira compasión me hace temblar también. Me da miedo. Es como el violador emboscado que persigue a Razha. Creo que juntos somos algo grande. Como individuos tenemos demasiado poder, tal vez el peor mal de todos, y nuestra propia conciencia de ello, y de nuestra mortalidad, lo hace todavía más peligroso.

Parece que la guerra de los Balcanes está en el trasfondo de «Europa» y de «Hindenburg». ¿Podría hoy repetirse una tragedia así?

¿Podría? Está por todas partes. En Siria dicen que acaba de terminar. ¿Seguro? Pasa en Yemen. En Indonesia. Sucedió hace muy poco en Ucrania, el lugar y el tiempo con el que fabulo en la novela. En Georgia, donde transcurre la acción de la novela en la que trabajo actualmente, la tercera de mi «Trilogía de Europa», la última guerra civil que ha dividido y enfrentado a la población ha tenido lugar hace apenas diez años. Los conflictos se reavivan en Irlanda del Norte como consecuencia del Brexit. De verdad, cuando la gente se pregunta si podría volver a ocurrir algo como la Gran Guerra, la Segunda Guerra Mundial o la guerra de los Balcanes, yo me digo: ¿En qué mundo vivís? ¿No veis que no ha dejado de suceder?

«Hoy veo Europa resabiada, ciega, anquilosada, egoísta, alucinada y hasta psicótica. A veces no me lo puedo creer»

¿Cómo ve usted en la actualidad el Viejo Continente?

Resabiado. Estúpido. Ciego. Anquilosado. Viejo. Egoísta. Alucinado y hasta psicótico. A veces no me lo puedo creer. En un relato de ficción resultaría completamente inverosímil.

Usted es profesora de escritura creativa, ¿el escritor nace o se hace?

Ambas cosas están en él. Hay un cierto talento, o predisposición natural hacia el lenguaje como forma de expresión de los sentimientos, las emociones, las ideas y las aspiraciones. Pero luego hay una educación, un aprendizaje, un estudio de lo anterior, de la tradición y la vanguardia, y una digestión de todo ello que dura toda la vida productiva del escritor. Que no acaba nunca de aprender.

Comenzó publicando un libro de relatos. ¿Por qué decidió dar el salto a la novela?

No creo que se trate de una decisión. Tenga en cuenta, además, que no siempre el orden en que se publican los libros de un autor es el orden en que se escribieron. Del cuento a la novela no hay nada. El universo de palabras que hay detrás de ambos es el mismo. A veces una frase es toda una novela, de lo compleja que es su génesis y lo ancho y lo hondo que es su alcance. Y novelas que son poemas, porque lo son cada uno de sus fragmentos, no siendo el todo más que una colección de poemas, un poemario. Las reglas de la literatura son las que impone el mercado. Vale, aceptamos barco…. Pero, ¿las reglas de la creatividad…? ¿Las reglas? ¿Qué reglas?

¿Cuando le ronda un asunto, desde el principio tiene decidido si será para una novela o un relato?

No. El escritor no piensa en las etiquetas, en las listas, en los géneros; eso es cosa del crítico. El escritor escribe. Más adelante, a medida que avanza la escritura, es el texto el que se define a sí mismo. Luego, el oficio hace el resto.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación