MÚSICA
Costello, la importancia de llamarse Elvis
La autobiografía de Elvis Costello es un libro imprescindible, inevitable e impepinable para entusiastas y seguidores. Pero también es absolutamente recomendable para menos fanáticos
Si Declan Patrick MacManus (Londres, 1954) no hubiese utilizado el nombre artístico de « Elvis Costello », probablemente no lo conocerían ni en su casa a la hora de comer ; por poner un par de ejemplos más cercanos, es como si Enrique Ortiz no se hubiera llamado a sí mismo « Bunbury » o María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández no hubiera adoptado el nombre de «Sara Montiel» . Esta conciencia temprana de que el nombre propio es claramente impropio a la hora de emprender una carrera artística es, sin duda, admirable.
Declan nació en una familia católica de origen irlandés apenas nueve años después del final de la Segunda Guerra Mundial. (Para que nos hagamos una idea, es justo el tiempo transcurrido desde la quiebra de Lehman Brothers en 2007 , pistoletazo-estafa de salida de la crisis que, aún a día de hoy, sirve de excusa para todo tipo de tropelías.) Hijo de Ross MacManus, trompetista y cantante, el joven-que-sería-Elvis creció pues inmerso en un ambiente musical que abarcó dos mundos: el de las orquestas de baile y entretenimiento de su padre y el del advenimiento de los Beatles. La predestinación para dedicarse a la música sólo tuvo un impedimento, por fortuna breve: el hecho de que su padre abandonara a su madre impulsado por una desmedida afición a las faldas cuando andaba por el mundo adelante con la orquesta. Y sí, Declan dudó, pero pronto adoptó el apellido Costello que había utilizado su padre como nombre artístico .
En zigzag
El «Elvis» vino de la mano de Jake Riviera, su mánager en S tiff Records, primera discográfica de nuestro hombre. El personaje -con gafas de pasta enormes, Fender Jazzmaster y aire a Buddy Holly - llegó al sitio adecuado en el momento justo: la revolución británica de mediados/finales de los setenta del siglo pasado. Y «Elvis Costello» no sería el único alias que utilizaría a lo largo de su carrera…
La autobiografía que ahora publica Malpaso primorosamente (sólo ensombrece la abundancia de erratas) es un buen tocho de casi ochocientas páginas de ritmo trepidante y momentos tan emocionantes como ácidos, algo que la emparenta con la música de su autor. El Elvis Costello narrador de su propia vida, que contribuye a la edición con fotos personales inéditas, evita la linealidad temporal habitual en esta clase de relatos («nací aquí, crecí así, aprendí algunas cosas, me dediqué a lo que me dedico, las pasé canutas, hice esto, hice aquello y llegué a donde estoy»), pero en ningún momento el libro da sensación de caos: salta en el tiempo adelante, atrás y a los lados con la agilidad que se requiere para bailar la «yenka».
Este zigzag espacio-temporal, bien trenzado como está, r esulta entretenidísimo y nos hace desear volver a episodios infantiles y juveniles en vez de aborrecerlos al cabo de doscientas páginas seguidas. Esto por un lado. Por otro, da u na sensación de verosimilitud y sinceridad mucho mayor que si se procediera con el orden cronológico de los acontecimientos.
«Música infiel y tinta invisible». Elvis Costello
Varios traductores.Malpaso, 2016. 800 páginas. 29,90 euros. E-book:13,99 euros