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«El corazón de Inglaterra», para olvidar a Boris Johnson
Jonathan Coe vuelve a la carga en esa sátira de la sociedad británica y sus políticos que ya iniciara en los años 80
![El británico Jonathan Coe en una reciente visita a Barcelona](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2019/11/01/coe-kLdF--1248x698@abc.jpg)
Casi por reflejo y sin pensarlo demasiado (aunque con pertinente y meditado razonamiento) podría relacionarse a Jonathan Coe con otros expertos practicantes de la novela de género «state of the union» inglesa . Es decir: ese tipo de artefacto que funciona a base de personajes muy singulares proyectándolos sobre el plural telón de fondo de un Imperio en decadencia o decididamente ruinoso. Por allí anduvieron John Galsworthy y Ford Madox Ford y Evelyn Waugh y Anthony Powell con poderosos ciclos novelísticos en los que familia y amigos nacían y crecían y se multiplicaban y morían como esos pequeños peces nutriéndose de lo adherido a los flancos de un leviatán donde siempre se invoca a un Dios y cuya principal ocupación parecería ser la de salvar a reyes y reinas.
Pero si a alguien recuerda más y mejor que a nadie Coe (nacido en Birmingham 1961 y haciendo lo suyo desde 1987 ya bajo la sombra tan ominosa como nutricia del llamado «Dream Team» , pero más cerca de Kingsley que de Martin Amis sin por eso privarse de por momentos lucir como un Nick Hornby con colmillos afilados o de honrar la influencia experimental del «maldito» B. S. Johnson, a quien dedicó una formidable y muy original biografía) es al eternamente melancólico «rocker» Ray «The Kinks» Davies: un extrañador compulsivo y cuasi proustiano de un pasado idealizado que tal vez nunca haya tenido tiempo y lugar pero qué importa si se cree en él. Pero, también -como Davies-Coe es un lobo feroz de la sátira política y de todo aquello que pudo haber sido y no fue pero que sí salió tan mal. Y para comprobarlo no hay más que arriesgarse a la deliciosa toxicidad de su díptico más histérico que histórico (des)compuesto por «¡Menudo reparto!» y «El número 11» con la monstruosa y rampante familia Winshaw como símbolo del thatcherismo de entonces y de los adictivos «reality shows» de ahora mientras se extrañan los buenos viejos tiempos.
Apasionado y cerebral
Así, en «El corazón de Inglaterra», alguien diagnostica que «la nostalgia es la enfermedad inglesa» y el apasionado y cerebral Coe vuelve al encuentro de personajes -el payaso de la clase, el artista torturado, el radical politizado y el soñador entregado a la poesía y al rock sinfónico- que ya conocimos en «El club de los canallas» (2001) y con los que volvimos a cruzarnos en «El círculo cerrado» (2004). Y si en la primera de ellas se evocaban los años ‘70s y en la segunda la caída del espejismo de Tony Blair diagnosticando sin anestesia que «La Izquierda se movió a la derecha, la Derecha se movió un poquito a la izquierda, el círculo se ha cerrado y todos los demás pueden irse a la mierda», ahora es el turno del terremoto en cámara lenta del Brexit. Estremecimiento y arrebato que -para Coe y los suyos- comienza a sentirse con la crisis gubernamental de Gordon Brown en 2010 y, pasando por revueltas, olimpiadas y referéndum, va a dar al descorazonamiento del 2018 .
Un artefacto de personajes que se proyectan sobre el telón de un imperio en decadencia
Allí nuestro ya conocido Benjamin Trotter sigue obsesionado con la bella Cicely de su juventud y languidece como «el mejor escritor sin editor del país». Afortunadamente -«spoiler»- Benjamin acaba publicando y hasta celebrado por la crítica con un sitio en la lista larga para el Booker Prize. Desafortunadamente para nuestro antihéroe, esto implica escribir columnas de opinión sobre el (mal) estado de las cosas y comprender que hay pocas cosas más ocurrentes y menos reales que la realidad.
De ahí que -tibio reproche a algo que no es culpa de Coe sino de la historia reciente- los momentos «documentales» de «El corazón de Inglaterra» arranquen suspiros más de desconsuelo que de hastío por tener que volver a enfrentar, con prosa de gran elegancia, toda esa infartante materia oscura de telediario. Afortunadamente, la parte íntima y doméstica funciona igual o mejor que nunca. De ahí que episodios que incluyen a funerales o actividad sexual ya en los bordes del crepúsculo fisiológico se las arreglen para hacer comulgar lo sentimental con la carcajada y olvidar un poco el rictus de Theresa May o el (des)peinado de Boris Johnson.
Así, también, Benjamin (aunque Coe en una nota asegure que jamás pensó en trilogía ni nada parecido, algo me dice que no será la última vez que sabremos de él) se despide por el momento escuchando «Adieu to Old England» en la voz de Shirley Collins. Pero, de nuevo, bien podría estar tarareando la añeja «Young and Innocent Days» o la elocuente «Nothing to Say» de The Kinks.