LIBROS

«El consentimiento»: El cazador cazado

Vanessa Springora revela en un impactante libro cómo el pedófilo Gabriel Matzneff abusó de ella con trece años

Vanessa Springora

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No es fácil ser cronista de tu propia historia, dar cuenta de hechos que protagonizaste, sobre todo cuando te causaron un dolor que, aún hoy, es irreparable. No sólo es necesaria valentía, sino distancia, tanto psicológica como temporal, para alejarte, al máximo, de la subjetividad propia de todo relato autobiográfico. De ahí que El consentimiento sea, para mí, uno de los acontecimientos editoriales de esta inusual temporada en España. Estamos a nte la última gran novela francesa , con todo lo que esta frase supone, y su autora, la también editora Vanessa Springora, está a la altura de sus compatriotas Delphine de Vigan o Emmanuel Carrère, imprescindibles en cualquier canon de la literatura actual de no ficción. Pero, en el caso de Springora, su proeza narrativa (escribe con la soltura de quien lleva toda la vida esperando para hacerlo) es digna del mayor reconocimiento , tanto por parte de la crítica como de la sociedad francesa, la misma que, durante años que terminaron siendo décadas, miró para otro lado.

El mundo político, las élites sociales, los tan cacareados intelectuales galos de los 70 y 80, se vanagloriaron de la libertad de sus actos y opiniones y, en su necedad, elevaron a los altares de quién sabe qué cultura a un pedófilo: Gabriel Matzneff. La venda se les cayó a todos, claro, cuando una de sus víctimas reunió el valor para contarlo. El libro, de título tan acertado como doloroso, por el reconocimiento de responsabilidad de la propia autora, supuso un escándalo en Francia y destapó el «caso Matzneff» , un autor cuya obra se alimentaba, literalmente, de sus relaciones sexuales con menores de edad.

La autora coloca tras las rejas de la verdad literaria a todos los cómplices de su abusador

«¿La literatura lo disculpa todo?», se pregunta Springora al final de unas páginas en las que narra, sin obviar ningún detalle, por escabroso que resulte , incluso para ella misma, su historia con Matzneff. «Cualquier otra persona que publicara, por ejemplo en las redes sociales, la descripción de sus relaciones con un adolescente filipino o se jactara de su colección de amantes de catorce años tendría que vérselas con la justicia y se le consideraría de inmediato un delincuente».

Ay, el arte... Springora, de hecho, conoció a su abusador cuando tenía trece años, en una cena «literaria» en la que estaba presente su madre, que trabajaba en el sector editorial. A nadie de aquel entorno tan culto le extrañó que lo que empezó como un juego de miradas entre un Matzneff en la sesentena y la adolescente terminara convertido en una relación de elevado contenido sexual. Ni siquiera a la madre de Springora, a la que hoy la autora asegura haber perdonado e incluso trata de liberarla de culpa, pero que en su momento llegó a sentir celos de su propia hija.

Con su proeza narrativa, Springora se coloca a la altura de Emmanuel Carrère o Delphine de Vigan

Fue, precisamente, la maternidad, lo que hizo que Springora se decidiera a escribir el libro , tras años de terapia y tempestuosas relaciones personales. «Llevo muchos años dando vueltas en mi jaula, albergando sueños de asesinato y venganza. Hasta el día en que la solución se presenta ante mis ojos como una evidencia: atrapar al cazador en su propia trampa, encerrarlo en un libro», explica. Con él, la autora coloca tras las rejas de la verdad literaria a sus cómplices.

Puritanismo

Estremece leer el pasaje en el que V., la protagonista, acude, desesperada ante las mentiras, las desapariciones y las otras chicas de G., a casa del viejo Cioran en busca de consuelo y él contesta: «Es un inmenso honor que la haya elegido. Su papel es acompañarlo en el camino de la creación, y también doblegarse a sus caprichos . Sé que él la adora, pero a menudo las mujeres no entienden lo que necesita un artista». A su lado, su mujer asiente en silencio a todo lo que dice su marido mientras sirve el té sin que le tiemble la mano.

Por suerte, y lo escribe Springora, «lo que ha cambiado hoy, y de lo que se quejan fustigando el puritanismo del momento tipos como él (Matzneff) y sus defensores, es que, tras la liberación de las costumbres, también está liberándose la voz de las víctimas ». Y, gracias a ella, empiezan a ser escuchadas.

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