ARTE

Los colores que destiñen de Okuda San Miguel

El artista urbano no deja indiferente. La polémica le acompaña en su próxima intervención en el faro de Ajo en Cantabria. Dos críticos de arte debaten sobre su figura

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A favor

Por MARISOL SALANOVA

Si una intervención representa un daño para el patrimonio (en el caso de Santander, un faro), o si pone en peligro a las personas por alterar su función original, no ha de tener lugar. Sea su autor Okuda o cualquier otro. Otra cosa es la cuestión estética . Ahora mismo hay expresiones artísticas, como el grafiti, que aún no tienen una clara aceptación en el imaginario colectivo. Este caso es paradigmático al respecto. Las figuras y paisajes oníricos que plantea Okuda se pueden encontrar en edificios y museos de muchos países.

Reducir su trabajo a un mero fondo en el que hacerse selfies me parece un recurso muy cínico. Las redes sociales están ahí, todos las utilizamos y guardamos recuerdos fotográficos de lo que nos hace felices. No se es más o menos culto por usar Instagram . Tampoco el rechazo visceral al turismo se traduce en un mayor aprecio y cuidado del patrimonio de forma instantánea.

Cuando Okuda interviene un espacio para llenarlo de color con el propósito de influir en el ánimo de los espectadores se le considera superficial, pero en esa pintura encontramos loables constantes como el hecho de poner animales y humanos al mismo nivel, dando además importancia a la Naturaleza, transmitiendo valores ecologistas.

Resulta reaccionario hablar de baja y alta cultura hoy . Eso está superado, aunque a los más académicos no les guste. Quizás deberíamos perder el miedo a disfrutar de obras que no requieran de una exhaustiva lectura intelectual, aquellas frente a las que la mediación es innecesaria. Se acusa a Okuda de soberbio por su autosuficiencia, pues en nuestro ámbito incomoda soberanamente un artista que no necesite de galerías, ni dependa de su presencia en ferias. Molesta que esté al margen de las dinámicas del mercado y, sin embargo, que lleve a cabo proyectos internacionales de envergadura.

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En contra

Por FERNANDO CASTRO FLÓREZ

Chiquito popularizó, entre otras fórmulas, la expresión del «no puedol» como una especie de síndrome Bartleby versión escaqueo. Aunque he intentado no atragantarme en demasía con Okuda, lo cierto es que, a la postre, termina por parecerme indigesto, casi peor que un atracón de gominolas, el equivalente grafitero a un desfile de Agatha Ruiz de la Prada . Da la impresión de que tuviera un afán de transmitir «buen rollo», pero este «país multicolor» suyo es de una cursilería tan imponente que acabaría hasta con la abejita Maya. Basta escuchar a Bronca en «La resistencia» tras pasar un clip con lo que califica como «highlights» de Okuda : «Me he “emocionao”, eso es precioso». El artista vestido con la «gama arcoíris» asiente ante tan pastelera empatía. «Te están quedando las cosas muy guapas», añade el reportero dicharachero que, de pronto suelta una pregunta: «¿Eres consciente?». Las risitas nerviosas ponen los puntos suspensivos de la ridiculización inconsciente.

Algo deber tener de listillo porque no para de hacer bolos , y lo mismo perpetra una falla espantosa que posa con Revilla, «el tertuliano infatigable», para anunciar que tiene en el punto de mira un faro como emblema del naufragio completo, o saca un libro (obviamente, de colorines) que rezuma patetismo naif. De la misma forma que algunos llegaron a creer que «el rey del pollo frito» era un exponente del punk, ahora no faltarán políticos, gestores y borregos disecados que hasta piensen que Okuda es contracultural, callejero o «vanguardista» . Tiene algo de decorador de discotecas mesetarias, comercial de «merchandising» aeroportuario, alumno aventajado de la «happycracia» . Como declara, «tiene gente en su equipo que se ocupa de las cosas aburridas como el dinero». Autorretrato del creativo-emprendedor o neoliberalismo estético descarado.

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