LIBROS

Claudio Magris, breve y muy conciso

El intelectual italiano compone un álbum de estampas que retratan al hombre contemporáneo en su devenir meteórico

Claudio Magris nació en Trieste (Italia) en 1939 Inés Baucells
Mercedes Monmany

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Desde el microcosmos cercano y familiar mediterráneo al gran fluir de la cultura danubiana, el «espíritu de los lugares» en la obra muchas veces sin género de Claudio Magris no ha dejado de reverberar, alumbrar y emitir señales, una y otra vez. De ofrecerse como metáfora y símbolo universal de muchas más realidades , remotas o no. «Algunos lugares -dice en uno de los textos- forman a veces casi un todo con nuestras personas, son una modalidad de nuestra relación con el mundo (…) Lugares significa sobre todo personas, más o menos cercanas o casi desconocidas, pero en todo caso testigos, aunque parciales, de nuestro existir».

En unas ocasiones ese testigo será el tabernero de la colina de San Justo, en Trieste, que «hizo la guerra en el 44-45, pero no podría decir con seguridad por quién y contra quién»; otras un estupefacto matemático del Collège de France que ve su clase insólitamente llena por la única razón de que los fervorosos seguidores de Barthes «cogen sitio» por anticipado para la sesión de su maestro, esa sí masificada, con lo cual se le presenta al matemático -según apunta Magris- «el absurdo glorioso», la más inesperada libertad «de decir delante de todos cualquier cosa, incluso la más insensata y estrafalaria».

Perro vagabundo

Repartidos por las más diversas partes a lo largo y ancho del mundo, entre esos múltiples testigos «de nuestro existir» estará también el sencillo túmulo, en forma de pequeña estatua de bronce, levantado por los amantes de un perro vagabundo, Malchik, que frecuentaba la estación de metro de Mendeleyevskaya en Moscú. Malchik fue asesinado furiosamente por una modelo muy «fashion» que se enfadó al ver que el pobre vagabundo, defendiendo su rincón, le ladraba a su perrita terrier. Ante tal crueldad sin sentido, los moscovitas decidieron honrar a ese humilde héroe simbolizando quizá a tantos otros inocentes masacrados a diario, sin ninguna razón, sean de la especie que sean.

Testigos retratados, en el devenir veloz y meteórico que caracteriza nuestros días, en fulminantes instantáneas, captadas aquí y allá, en un Templo de Benarés, en una sala de conferencias de Budapest, en la gran estación de Milán, en un bar de Estocolmo, en el Estambul de columnas cristianas con la cabeza de Medusa, en el Nueva York de la galería de Leo Castelli representante «de una fascinante simbiosis personal de la vieja Mitteleuropa y el gran mundo», en la catedral de San Nicolás en San Petersburgo, en una sesión del consejo municipal de Trieste, en una pared de Berlín con la llamada ácrata a apostar por la pura vida y no leer («¡No leáis jamás!»), en Blois, Francia, hablando en un congreso sobre «la otra Europa», zona conocida por él como por pocos grandes intelectuales occidentales de nuestros días, o bien, rebelándose contra los totalitarismos , como tantas veces ha hecho en su obra.

Al modo de una brizna de la Historia que se convierte de repente en denuncia de una tiranía despiadada, una suntuosa cena ofrecida por Stalin a «intelectuales del régimen» en la casa de Gorki, en plena época de las hambrunas soviéticas. «Pan y vino -comenta Magris- se convierten en obscena juerga en las comilonas de los poderosos que se reparten el pastel».

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