CINE

El cine... ¿en pantalla grande o en TV?

El debate entre sala o plataforma protagonizará el devenir de la industria cinematográfica y de los gustos de los consumidores durante los próximos años. He aquí un puñado de argumentos a favor de cada opción

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Nostalgia de las palomitas recalentadas

POR FERNANDO CASTRO FLÓREZ

«Y ya no hay experiencia abismal, no existe el vértigo antes del inicio de una película, ya nadie se siente solo en el interior de un multicine» (Roberto Bolaño).

Anoche me puse a ver El juicio de los 7 de Chicago , de Aaron Sorkin , mientras pedaleaba en la bici estática. Tras una hora de «sudada» comprendí que aquello era malo de solemnidad. Tengo la certeza de que si hubiera visto ese «pastelón» en un cine me habría parecido solamente «mediocre». El cine en casa, por más que tratemos de emocionarnos, carece de aura o, por no derrapar en plan «benjaminiano», invita a pedir una pizza o incluso a comerse una tortilla de patatas recalentada.

Por lo menos, en el cine «de toda la vida» la ración ortodoxa es la de palomitas y, en todo caso, regaliz o gominolas que ponen a prueba las dentaduras. En el sofá del cuartito de la tele, lo habitual es que nos entreguemos al zapping delirante y terminemos mezclando la «hoguera de confrontación» de eso tan atufante de La isla de las tentaciones con una peli danesa de divorcios a las cuatro de la tarde; un supositorio tipo Informe Semanal con la enésima reposición de las peripecias de Bourne. En la gran pantalla tenemos el privilegio de no poder cambiar de canal , aunque también aprovechan para meter antes de la cosa un mogollón de anuncios a todo volumen.

No soy eso tan cansino que llaman «cinéfilo» y, aunque no soy nada nostálgico, recuerdo con emoción las dobles sesiones de la infancia en las que pateábamos entusiasmados cuando llegaba el Séptimo de Caballería . Soy lo bastante viejuno para haber visto Centauros del desierto en uno de aquellos cines enormes en los que la cara enfurecida de John Wayne era tan inmensa como el Monument Valley . Puede que mi querencia tenga que ver con la escala, pero también con la atmósfera.

Ahora, en plena segunda «oleada» del covid-19, es casi obligatorio el panegírico del cine o, mejor, dar rienda suelta al deseo de volver a las salas incluso para ver un bodrio. Estamos agotados de tanto zoom , y nos vendría bien la «desconexión» de la presencia real de la proyección «tradicional» . Mientras en casa nos dedicamos a tuitear para soportar el aburrimiento que nos produce todo lo que «pasan», en la butaca del cine no tiene sentido andar con esas chorradas. Además, si enciendes el teléfono te puede caer la bronca de un ortodoxo.

Pero tengo que confesar que no he sido un virtuoso de la perversidad en la oscuridad de los cines: en todo caso, mi pecado confesable ha sido el administrarme sobredosis de películas de las llamadas «de arte y ensayo» , esto es, rollos subtitulados que permitían soltar, al salir, la chapa para-lacaniana . En una época hasta fui parroquiano de cine-fórums interminables. Ahora mismo me encantaría volver a esos cenáculos sin miedo a escuchar citas de Cahiers du Cinema . Ahora todo es casi peor que al final de Casino , de Scorsese . Entre el buffering y la pulsión youtubera , siento nostalgia de la «caverna» post-platónica: me gustaría estar otra vez contemplando las sombras en la pantalla. Y hasta estoy deseando atragantarme con palomitas recalentadas.

2

Un futuro soñado, compatible con el pasado

POR FEDERICO MARÍN BELLÓN

Querer a los tuyos no es incompatible con intentar entenderlos cuando cambian y se convierten en personas distintas. Los padres envejecen, los hijos crecen y se van... El cine y los cines son otra clase de amor . En los ochenta, por mil pesetas (seis euros) comprabas un bono de diez entradas en la Filmoteca y por menos de 500 veías tres películas de Kubrick en un cinestudio. Pues bien, ahora es aún más barato, pero solo en casa. Hablamos del precio; en un rato discutimos las condiciones.

Nunca amé a nadie con quien no hubiera estado al menos una vez en el cine. Ha sido casi un requisito, como la prueba del coche que Chazz Palminteri enseña al hijo de Robert de Niro en Una historia del Bronx . Las salas han sido claves en mi educación vital y sentimental . Y aunque es difícil mantener la compostura ante los besos encadenados de Cinema Paradiso , muy pronto me sedujo también la sala privada de Woody Allen en Sueños de seductor , donde se permite el lujo, para él dañino, de ver Casablanca una y otra vez. Era lo máximo a lo que podía aspirar un aficionado, y ahora aquello, o algo muy parecido, está al alcance de muchos.

Ir al cine, por otro lado, también tiene sus inconvenientes. Siento ser el malo de la película. No solo es el precio, que sigue siendo más barato que la mayoría de alternativas de ocio. Es peor la falta generalizada de respeto durante la proyección . Se ha normalizado la barbarie de comer como alimañas, hablar y molestar al vecino . Los móviles se utilizan sin pudor y la maravilla de disfrutar una buena obra en comunidad ha perdido el pulso frente a sus desventajas. Con ciertos públicos, cobra valor aquello de mejor solo que mal acompañado.

No hay nada de malo, y sí mucho de bueno, en disfrutar de las fantásticas condiciones de autoproyección que la tecnología nos ha traído. El espectador tiene a su alcance pantallas enormes y catálogos asombrosos , inversamente proporcionales a la oferta menguante y unificadora de las carteleras. Veremos cosas increíbles y salas arder más acá de Orión...

Tienen gracia los que se quejan porque no encuentran un título y critican el conjunto de la oferta. No saben o no recuerdan cómo eran los mejores tiempos del espectador periférico . En los pueblos, en provincias olvidadas y ahora en muchas ciudades importantes la oferta alternativa es ridícula. En la España semillena, catar algunas joyas independientes entraba en la categoría de milagro .

Ahora, incluso Santiago Lorenzo puede ver cine de autor y las mejores series desde su aldea perdida, lejos de «los asquerosos». El cine en casa ha conseguido replicar casi todas las mejores condiciones del «cine fuera», sin los evidentes inconvenientes. No es mejor, pero es cómodo y barato . Y nos ha aliviado una pandemia. Hay que volver a escuchar cuantas veces sea posible la respiración del proyector , pero disfrutemos de las posibilidades que ofrecen canales como TCM y Hollywood, las plataformas inabarcables de Filmin y Flix Olé. Antes, todo esto era La 2. Si yo hubiera tenido tanta oferta de pequeño, creo que no habría aprobado ni el Bachillerato.

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