CINE

Cine en África: directoras de piedra y martillo

Varias cineastas narran su lucha por dirigir películas en una industria que las ha marginado desde que, en 1972, Safi Faye se convirtiera en la primera realizadora africana

Fotograma de «Même pas mal», de Nadia El Fani

ISRAEL VIANA

«Me atacaron porque soy mujer, tras declararme atea en mi película. Eso es algo que no puedes hacer en un país musulmán como Túnez, pero si encima eres mujer, las agresiones son mucho peores». Cuando Nadia El Fani estrenó « Laïcité Inch’allah! » en abril de 2011, no se imaginó las consecuencias. Solo hacía cuatro meses que había estallado la Primavera Árabe y se suponía que era un periodo de apertura. Sin embargo, un grupo de salafistas destrozó el cine en el que se proyectaba su documental sobre el laicismo, prohibido poco después. Más tarde, una página en Facebook se burló del cáncer que sufría bajo el epígrafe «Para que caigan 10 millones de esputos sobre la cabeza de la cerda calva» y, por último, recibió amenazas de muerte en dicha red social, por teléfono y por carta. «Fue muy duro, pero soy fuerte y sigo luchando contra los islamistas, porque ellos están en contra de nosotras y quieren callarnos. Pero yo nunca voy a dejar de hablar ni de rodar, de eso estoy segura», comenta, vía telefónica, desde el Festival Internacional de Cine de Friburgo , donde ha participado en un encuentro con otras directoras africanas para intercambiar experiencias y analizar los problemas que sufren.

Con seis cortos y cuatro largometrajes desde 1990, El Fani ha conseguido entrar a formar parte de ese pequeño grupo de directoras africanas que han conseguido alcanzar cierto reconocimiento internacional en un continente donde la violencia y la discriminación contra las mujeres están, en muchos países, socialmente aceptadas y, en otros, incluso promovidas por la Ley. «Directoras de piedra y martillo», las califica el profesor de la Universidad de Michigan Kenneth Harrow , en referencia al carácter subversivo que adoptan en sus películas para oponerse al discurso masculino y conservador de la mayoría de las producciones, en una industria que les ha negado el acceso y la visibilidad desde que surgiera el cine africano con la descolonización , a principios de los años 60.

Hasta 1972, de hecho, no apareció en escena la primera directora africana de la historia: la senegalesa Safi Faye, que rodó, con 29 años, «La Passante», un cortometraje en el que narraba sus experiencias como extranjera en París. Se trataba del primer personaje femenino de África visto por una mujer. Y ese mismo año, aunque nacida en Francia de padres de Guadalupe, Sarah Maldoror se convirtió también en la primera mujer en dirigir un largometraje de ficción en el continente: «Sambizanga». Sin embargo, estas dos «madres» del cine africano fueron, durante años, una curiosidad inusual en un negocio absolutamente dominado por los hombres.

«Los islamistas quieren callarnos, pero nunca voy a dejar de hablar ni de rodar», dice Nadia El Fani

Aún en 1992, de los 259 directores incluidos en el « Directorio de cineastas africanos de Shiri », solo ocho eran mujeres. En las guías posteriores centradas únicamente en ellas, las cifras aumentaron. En la filmografía realizada por Ngo-Nguidjol en 1999 sumaron 100. Un año después, el estudio de Beti Ellerson , «Hermanas de la pantalla», enumeró a 123. Y hoy, en pleno siglo XXI, la misma autora contabiliza a 260 directoras, menos de cinco por país.

«Lo único que tienen en común todas ellas, teniendo en cuenta un continente tan vasto y heterogéneo como África, es que viven en sociedades donde están relegadas a la casa, la cocina y el cuidado de los niños, y en las que se considera que el trabajo de director de cine no debe corresponder a una mujer», asegura Claire Diao . Esta periodista de Burkina Faso nacida en Senegal en 1985, y que trabajó en la mítica escuela de Gaston Kaboré , recuerda el calvario que pasó Nadia El Fani y como «no encontró ninguna muestra de solidaridad a su alrededor, ni tan siquiera de los directores». También menciona el caso de la actriz marroquí Loubna Abidar , que el pasado noviembre fue agredida en Marrakech por un grupo de hombres que la acusaban de haber interpretado a una prostituta en « Much Love ». «En el fondo, me insultan por ser una mujer libre», declaró la intérprete antes de abandonar el país.

La cámara, un «arma»

Sucesos como estos empujaron a Pocas Pascoal (Luanda, 1963) a dedicarse al cine, cuando descubrió que «la cámara podía ser un arma con la que hablar de la sociedad, la política o la mujer». Tras 21 años de carrera, la cineasta angoleña tiene una cosa clara: «Hay muchas formas de ser directora en África, pero serlo significa convertirte en una luchadora, una persona con la mentalidad abierta que no tiene miedo a hablar de cualquier tema. Necesitas ser fuerte para estar peleando todo el rato por cosas por las que un director nunca lucha».

Lo experimentó en el rodaje de su última película, «Por aqui tudo bem» (2011): «Tenía que estar imponiéndome continuamente a mi propio equipo, formado exclusivamente por hombres que no confiaban en mí por ser mujer. Cuando tomaba una decisión, por fácil que fuera, me repetían que no era buena. Mis ideas nunca lo eran para ellos. Era una actitud machista». Nadia El Fani sufrió lo mismo en numerosos rodajes: «Me costaba hacerles entender a los hombres que yo era quien tomaba las decisiones. Cuando rodé mi segundo corto, “ Fifty-fifty, mon amour ”, mi director de fotografía llegó a preguntarle a mi productor si yo realmente era directora. Fue muy duro, porque todos los días era un batalla para mí». También la realizadora mauritana crecida en Senegal Rama Thiaw recorrió ese viacrucis: «Era curioso cómo algunos senegaleses de mi equipo en « La revolución no será televisada » (2016) se fiaban más de la opinión de los técnicos a los que yo había enseñado que de la mía. Para ellos era imposible que yo, una mujer negra, tuviera algo que enseñarles».

En 1992, solo se contabilizaban en África ocho directoras, hoy son 260, menos de cinco por país

Safi Faye ya había demostrado décadas antes la capacidad de ellas para contar (otras) historias. En 1982, por ejemplo, esta última estrenó « Selbe et tant d’Autres », una de las películas más ambiciosas y arriesgadas de su carrera, en la que ofrecía una dura mirada sobre la realidad de las mujeres que tenían que atender las necesidades de toda la familia, mientras los maridos observaban desde la sombra. Un filme que hacía gala de un espíritu crítico que recogieron después, en una industria todavía dominada y dirigida absolutamente por hombres, directoras como Angéle Diabang (Senegal), Anne Laure Folly (Togo), Fanta Regina Nacro (Burkina Faso) o Moufida Tlatli (Túnez), primera cineasta árabe en dirigir un largometraje en el mundo musulmán: « Los silencios del palacio » (1994).

La mayoría de estas realizadoras se dedicaron al cine por el deseo de dar voz a las mujeres olvidadas y discriminadas, representadas por lo general de manera estereotipada por los hombres, y ofrecer una imagen alternativa y más real de ellas mismas. «Los hombres llevan años realizando una ultrarrepresentación de nosotras en sus películas, sin que realmente sepan lo que sentimos. Por eso es importante que cojamos la cámara», defiende Diao, en la misma línea que lo hace Rama Thiaw: «En Senegal seguimos viviendo bajo el colonialismo, también en la cultura, así que tenemos que deconstruir la imagen de las mujeres negras africanas no solo para la gente de fuera, sino para nosotros mismos también. Por eso es importante que creemos nuestras propias imágenes», asegura.

Cine «feminista» rodado por hombres

Algunos directores africanos asumieron esa tarea en sus películas y empezaron a mostrar a mujeres fuertes, luchadoras, progresistas y visionarias. Es lo que se conoce como «cine feminista de autor masculino». Uno de estos cineastas es el director senegalés Ousmane Sembene , que rodó « Emitai » en 1971, una cinta en la que narraba la revuelta de las mujeres contra los soldados del Ejército francés durante la Segunda Guerra Mundial. Dos de sus últimas películas antes de morir en 2007, «Faat Kine» y «Moolaade», se refieren a la emancipación económica de las mujeres y a la mutilación genital femenina, respectivamente. Ambas integradas en una especie de trilogía sobre el «heroísmo diario de la mujer africana». A él se juntaron otros directores como Desire Ecare , de Costa de Marfil, que generó una enorme polémica por la representación osada que realizó de la sexualidad femenina en « Las caras de la mujer » (1985) . En 1989, Cheick Oumar Sissoko estrenó « Finzan », donde mostraba la revuelta de las mujeres de un pueblo contra la ablación. Y Adama Drabo , también de Mali, que rodó « El poder de las faldas » ocho años después, un filme en el que contaba la historia de una mujer de pueblo que usaba los poderes de una máscara mágica para invertir los roles de género en su comunidad. Películas todas ellas en las que se situaba a las mujeres como protagonistas indiscutibles, pero cuya representación seguía estando desligada de la realidad.

Tal y como defiende Nadia El Fani, que siempre quiso tener un personaje que fuera una mujer libre que lucha por vivir, no una víctima, esa tarea de representación de la mujer no debe ser suplantada por los hombres. «Por eso nunca voy a dejar de rodar», insiste. Por eso, tras los ataques, la directora contestó a los islamistas con un nuevo documental, « Même pas mal » (2012), en el que retrataba las dos batallas vividas un año antes: contra los extremistas y contra el cáncer. Su objetivo era mostrar las consecuencias y el miedo que una película pueden desencadenar en la sociedad. «No quiero preocuparme de lo que piensen los demás, porque si lo hago no tendré muchos temas sobre los que filmar en una sociedad como la africana donde no se deja a la mujer hacer cine. Entonces no sería directora, y para serlo, tengo que ser libre».

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