LIBROS

Chumy Chúmez, príncipe de humoristas

Bajo el seudónimo de Chumy Chúmez se esconde uno de los humoristas gráficos que trascendió el género en puro ensayo

Chumy Chúmez recibió en 1985 el Premio Mingote
Luis Alberto de Cuenca

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Con selección y edición a cargo de Blanca Redondo y Jesús Egido, aparece en librerías «Humores que matan», una antología de los mejores chistes de Chumy Chúmez, álter ego de José María González Castrillo, nacido en San Sebastián en 1927 y fallecido en Madrid en 2003. Nueve epígrafes se reparten el contenido del libro. Poder, crisis, burguesía, cultura, relaciones de pareja, muerte … son algunas de las palabras clave de esos apartados, en donde se da cita lo mejor de lo mejor que salió del caletre de Chumy, de quien siempre decía el genial Mingote que era un «primus inter pares» en una generación especialmente dotada para el humor gráfico.

Conocí a Chumy . Llegué a visitarlo en su casa en más de una ocasión. Nunca he visto una vivienda tan pulcra, tan esencial, tan exquisitamente ordenada como la del dibujante donostiarra. Daba miedo tanto orden, tanta limpieza, tan exagerada armonía. Era sin duda la morada de un hombre que había dejado escritas frases como esta: «En realidad, el destino del hombre es sacarle un poco de jugo a la nada». Ese tipo de frases que podían cuadrarle perfectamente a pensadores como Cioran , con quien he comparado alguna vez al autor de «Humores que matan», pues los dos tienen algo de «estetas de la desesperación » y los dos son, cada uno a su modo, humoristas hasta la médula.

Solitarios

Uno podría preguntarse por qué gentes como Cioran o Chumy Chúmez, si lo veían todo tan negro, no se dedicaron a cultivar el anonimato en lugar de a hacerse famosos. Prefiero que responda el propio Cioran: «Desconfíen del rencor de los solitarios que dan la espalda al amor, a la ambición, a la sociedad; se vengarán algún día por haber renunciado a todo eso». Chumy no quería vengarse : esa es la única razón por la que su amargura y su rencor ante un mundo triste e injusto se hizo pública y notoria en la prensa, en el cine, en la radio, en la televisión, en un montón de libros magníficos que, desde el pesimismo (o sea, desde el realismo), resucitan para el lector el sabor agridulce de la mejor sátira europea, la que conduce a Rabelais y Quevedo desde Lucilio, Horacio y Juvenal, la que, en el mundo de las artes plásticas, saluda en Hogarth, Goya y Daumier a tres de sus gigantes.

En estas mismas páginas saludé, a finales del siglo pasado, una reimpresión de la obra maestra de Chumy y del «collage» español: «Una biografía». Porque Chumy fue un auténtico mago del «collage», rivalizando con Max Ernst en excelencia y maestría dentro del subgénero. En «Humores que matan» no hay muestras del talento de Chumy como «collagiste», pero sí hay razones suficientes, a partir del insuperable grafismo de sus chistes y en la inteligentísima mala baba contenida en los bocadillos o en los pies de dibujo que los acompañan, para situar a su autor en esa cumbre del humorismo gráfico donde lo situó otro grande de España, el mencionado Antonio Mingote.

Algunos chistes

Les contaré, por último, algunos de los chistes del libro, para que vayan haciendo boca antes de que se lo compren. He elegido la sección «El peso de la Cultura» por deformación profesional. En una de las viñetas aparecen un señor ataviado al estilo de los primeros años del siglo XVII y una vieja de riguroso luto con pañuelo negro en la cabeza que le dice: !¡Claro, claro! ¡Saavedra, el chico de la Saavedra! ¡Pero cómo querías que te conociera por Cervantes!».

En otra, un tipo barbudo y calvo lee un libro, mientras que otro sujeto con bigotito delator comenta: «Es un libro tan bueno que parece que está diciendo ¡quémame!». En un tercer chiste, un individuo de prominente nariz interroga a dos damas burguesas de buen ver: «Y vosotras, ¿qué analfabetismo les vais a dar a vuestros hijos, religioso o laico?». Y, finalmente, un tipo de aspecto bohemio se dirige a un amigo, rodeados ambos de cuadros más o menos abstractos de última generación, y le confiesa: «Estoy desesperado. Entre el sexo, las drogas y lo demás apenas me queda tiempo para la lectura».

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