ARTE

Ian Cheng, lo virtual impredecible

La Fundación Sandretto Re Rabaudengo quiere dejar su huella en Madrid. El punto de partida es una exposición de Ian Cheng

«Emmisary on the Squat of Gods» (2015), de Ian Cheng

Carlos Delgado Mayordomo

Empezó a comprar obras en los años noventa y ahora Patrizia Re Rebaudengo posee una de las colecciones más importantes de Europa. Su fundación, ubicada en Turín, alberga más de un millar de piezas de creadores contemporáneos. En 2017, el Ayuntamiento de Madrid anunció un acuerdo para que parte de estas obras recalaran en el centro cultural Matadero. Una decisión polémica tanto por la ausencia de concurso público como por lo dilatado de la concesión -nada menos que 50 años- y que finalmente ha quedado en agua de borrajas. A día de hoy, la fundación negocia la posibilidad de una sede estable donde desarrollar un ambicioso proyecto que incluirá la exhibición de la colección y también programas de apoyo a artistas y comisarios españoles.

Pero la Fundación Sandretto Re Rabaudengo quiere dejar ya su huella en la capital y a ello responde su actual puesta de largo en las salas de la Fundación Fernando de Castro . El punto de partida es una exposición de Ian Cheng (Los Ángeles, 1984), uno de los artistas jóvenes con mayor proyección internacional y cuyo trabajo ha pasado por el MOMA de Nueva York o la Bienal de Venecia; además, la muestra está comisariada por Hans Ulrich Obrist , uno de los nombres más influyentes del mundo de arte.

La cita se concreta en la trilogía «Emissaries» : grandes pantallas que muestran imágenes generadas por ordenador y donde son aplicados modelos de inteligencia artificial. Estamos ante un trabajo basado en la alta tecnología, aquella contra la que se emplearon los pioneros del «net-art» , como JODI o Vuk Cosic . Cheng marca distancias con aquella generación, se adentra en la espectacularidad de lo digital y bebe de fuentes extraídas de la cultura popular y del ocio: por un lado, la simplificación de la forma y los procesos de mutación están vinculados a la poética de las películas de animación japonesas, especialmente de Hayao Miyazaki . Por otro, la organización espacial y temporal de sus trabajos es heredera directa de los videojuegos de simulación, como «SimCity», «The Sims» o «Spore» . Pero «Emissaries» es un universo auto-ejecutable, donde el espectador no se involucra en las decisiones, sino que contempla pasivo las infinitas posibilidades de una historia cuyos núcleos temáticos son la conciencia y la capacidad de adaptación propias de lo humano. Pero este universo impredecible implica también poner al límite la paciencia de nuestra mirada, sobrepasada por la imposibilidad de concreción ante una obra en permanente estado de transformación.

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