Ricardo Menéndez Salmón - Quinta esquina
Celdas, cariátides, cabezas cosidas
La exposición que el Museo Guggenheim Bilbao dedica a Louise Bourgeois nos vuelve a sumergir en el imaginario, a la vez profundamente personal y sobrecogedoramente universal, de esta gran creadora
Parte nada desdeñable de la seducción que la obra de Louise Bourgeois viene provocando en generaciones de espectadores de todo el mundo reside en la potencia estrictamente narrativa de su trabajo . Frente a un arte hermético y oscuro, imposible de aclarar sin una hermenéutica tan docta como a menudo pueril por caprichosa e ininteligible, y frente a otras líneas de representación abiertamente sarcásticas, que han hecho de la parodia su alimento privilegiado, el objeto último de su razón de ser, la producción de Bourgeois cuenta una historia, propone un relato, advierte de una peripecia . Que dicha producción resulte a menudo diáfana en sus propósitos no significa que no dibuje en su trayecto múltiples cursos y que no esconda una notable capacidad para generar significados muy diversos. Al contrario. Como sucede con todo gran artista, en Bourgeois la pluralidad de sentidos reviste a su tarea de una inmediata identidad. Ante su trabajo, uno no puede por menos que admirarse de la coherencia de una experiencia que abarca siete décadas de dedicación. Y así mismo, y ya no como espectador, sino como creador, uno no puede por menos que asombrarse ante la contumacia de las obsesiones que apuntalaron la vida de esta mujer que falleció casi centenaria.
Las veintiocho celdas, espacios o estructuras de la existencia con que Bourgeois ocupa las salas del Museo Guggenheim de Bilbao contienen, como un precipitado radical, el esplendor y abundancia de sus metáforas , las galas de un relato teñido de profundas advertencias biográficas y de no menos espléndidos argumentos sociológicos, la intimidad y la época, el accidente y la esencia, el detalle y el arquetipo dialogando con intensidad. La muestra es un crisol exacto del fenotipo de una creadora atenta como pocas al peso que lo material posee como depósito de símbolos . La polifonía que la tela, el vidrio, el tapiz, el mármol o la madera interpretan en la obra de Bourgeois remite por excelencia a un mundo donde todo posee dos sentidos: uno obvio, que está a la vista, y que viene determinado por lo que los materiales enuncian, por su uso y por su historia, por su mera practicidad y por su relación con esferas como la domesticidad, el trabajo o el mérito, y otro oblicuo, que hay que elucidar con paciencia, y que apunta al retablo de alegorías que cualquier actividad humana y cada objeto en ella presente atesoran .
Arañas, mujeres
El repertorio ya universal del palimpsesto bourgeoisiano puede leerse en la segunda planta del Guggenheim con claridad. Desde las arañas de múltiples tamaños, encarnaciones del cuidado y del afecto, y por antonomasia de la madre protectora , hasta las mujeres convertidas en casas yacentes, rodantes o sedentes, cariátides que han sido fagocitadas por la función que desempeñan, pasando por esa obsesión de la artista, que tan presente estuvo en la exposición que a finales de 2012 pudo disfrutarse en La Casa Encendida de Madrid, la breve pero espléndida « Honni soit qui mal y pense », y en la que descollaban las figuras de niñas y de ancianas, diminutas o enormes, en soledad o en parejas, ceñidas por el hilo y por la aguja, convertidas en muñecos penitentes o en juguetes casi diabólicos, para representar las viejas, ineludibles y tantas veces amargas estancias de lo femenino : la maternidad y la procreación, el sometimiento y la mudez, la explícita violencia de la sangre y la no menos explícita violencia de la política de los géneros.
Las celdas de Bourgeois, reveladoras de los aspectos monacales que, al menos en español, la palabra sugiere, se expresan como cápsulas de tiempo, hitos de una autobiografía, fogonazos de un cronomapa sustantivo , desde las más sencillas e intuitivas, caso de esas estructuras apenas entreabiertas que acojen en su centro, o ligeramante desplazado de él, un taburete o una pequeña silla, muebles enunciadores de una precisa constelación de significado (penitencia, pecado, castigo, culpabilidad, insomnio, madriguera), hasta obras tan complejas como la extraordinaria « Pasaje peligroso » de la sala 206, una jaula de hierro dividida en varios cuerpos que, contemplada con atención, enuncia los cambios intelectuales, emocionales, físicos y éticos de una mujer que, al descubrir las relaciones de poder que anidan dentro de toda familia, reinterpreta el aspecto del mundo y su propio lugar dentro de él .
Ante su trabajo, uno no puede por menos que admirarse de la coherencia de una experiencia que abarca siete décadas
En la sección de «merchandising» de otro Guggenheim , el de Nueva York, recuerdo haber adquirido hace tiempo una camiseta con uno de los más queridos lemas de Bourgeois, escrito por cierto con peculiar ortografía: «Art is a guaranty of sanity» . La conquista de la cordura que el aforismo enuncia es uno de los objetivos más nobles que la creación dispensa. Que esa cordura se conquiste a través de un actividad tan poco predecible como es el arte, supone a la vez una de las más felices paradojas que existen. En las celdas que reconstruyen la vedada habitación de los padres y la caótica habitación de la hija, en las funestas cariátides que como caracoles quiméricos transportan a cuestas el peso simbólico de su amargura y de su opresión , en las cabezas cosidas con hilo de color rojo, azul o blanco en cuyas bocas casi se puede escuchar el grito, la maldición o el lamento, a buen seguro la artista halló, por caminos delicados, un pacto con ese principio de realidad que a todos se nos impone cada día, el fardo abrumador de la codicia de los otros, la indiferencia del mundo y la urgencia de las pasiones. La narrativa transparentada por dichas piezas, la historia de dolor y superación del trauma, de desamparo y reconstrucción de un lugar de refugio que esas teselas existenciales amparan, es una formidable victoria del artista como constructor de otro tipo de relato.