ILUMINACIONES
Caspar David Friedrich, cuando la naturaleza es divina
El pintor alemán logró plasmar en ‘Acantilados blancos en Rügen’ la fuerza de un paisaje impregnado de espiritualidad
Desde que descubrí el óleo de Caspar David Friedrich , he pasado horas ensimismado en su contemplación. He leído sobre su vida y su obra, sobre la creación del cuadro, sobre la pintura durante el Romanticismo alemán. Pero resulta un empeño inútil intentar verbalizar la impresión que capta la vista, que se deja llevar por el fondo del mar hipnótico, la magia del entorno y los acantilados que muestra la tela. El cuadro fue pintado en 1818 cuando el autor se hallaba en viaje de bodas con su joven esposa Caroline en la isla báltica de Rügen. Caspar tenía ya 44 años y se encontraba en su plenitud artística. El lienzo mide 90 por 71 centímetros y se conserva en un museo de Winterthur (Suiza) . Estaba paseando con su mujer y un hermano que le acompañaba cuando descubrieron por azar el paisaje que le conmovió.
‘Acantilados blancos en Rügen’ no es el retrato realista de una naturaleza que se abre ante los ojos del artista sino una visión mística e idealizada de un mundo impregnado de valores espirituales. «Friedrich dirige la mirada del espectador hacia una dimensión metafísica», escribe Christopher John Murray, estudioso de su obra. No en vano sus temas principales son los bosques, el mar, los barcos, las ermitas abandonadas, los atardeceres y las nieblas matinales en los que aparecen figuras difuminadas que sirven de contrapunto a esa naturaleza salvaje y, a la vez, acogedora.
Interpretaciones
Caspar Friedrich representa en el cuadro a tres personajes sobre los acantilados de la isla báltica. Uno es el propio pintor, que está de pie y mira al océano. En el centro, coloca a su hermano, agachado para observar el abismo que se abre ante sus pies. Y, a la izquierda, se halla Caroline, su esposa, vestida con un elegante traje rojo. Los tres aparecen de espaldas bajo la sombra de dos árboles que crecen en el roquedal blanco, color característico de la piedra de creta que abunda en Rügen. Frente a ellos, un mar en el que domina el gris en el que apenas se perciben dos insignificantes veleros que se pierden en la inmensidad.
Hay tantas interpretaciones como espectadores de este cuadro. Algunos críticos apuntan que los acantilados representan el mundo de lo visible, la realidad material de la existencia, frente al vasto océano que encarna lo absoluto y la espiritualidad. Esta tesis se sostiene en que Friedrich era una persona muy religiosa, obsesionada por la muerte y el más allá . Pero, como en toda gran creación, el sentido descansa en la mirada de quien recrea la obra.
Este cuadro representa un raro momento de felicidad en su obra. No hay duda de que el matrimonio con Caroline le proporcionó años de equilibrio y plenitud
El pintor había nacido en Pomerania en 1774 en el seno de una familia burguesa de fe luterana. Su padre era fabricante de velas. Friedrich tuvo una infancia atormentada porque su madre falleció cuando era niño. Y también perdió a dos hermanas y un hermano. Vivió atormentado porque estuvo a punto de morir a los 13 años al hundirse la capa de hielo que había bajo sus pies. Se salvó gracias a la intervención de su hermano que perdió la vida en el intento. Siempre se creyó responsable del suceso. Era un personaje kierkegaardiano, atenazado por la angustia existencial y el peso de la fatalidad.
Odio a Napoleón
‘Acantilados blancos de Rügen’ representa un raro momento de felicidad en su obra. No hay duda de que el matrimonio con Caroline le proporcionó años de equilibrio y plenitud. Pero Friedrich murió a los 65 años cuando su éxito había menguado y algunos críticos señalaban que se trataba de un pintor anticuado, que ya no reflejaba las nuevas realidades de la nación alemana. En la última etapa de su existencia, padeció una fuerte depresión y falleció «medio loco», en expresión de un amigo.
De lo que no hay duda es que Caspar Friedrich quería que su arte fuera un medio para expresar la esencia del espíritu alemán frente al racionalismo de la Ilustración . A diferencia de la fascinación que sentía Hegel, odiaba a Napoleón porque veía en él una fuerza anárquica y destructora de las viejas tradiciones. Tras casi un siglo de olvido, Friedrich fue redescubierto por el expresionismo, que conectaba muy bien con su estética.
No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de las similitudes entre sus lienzos y las creaciones de Turner y Constable, los dos pintores ingleses contemporáneos con los que coincide en esa visión exaltada y romántica de la naturaleza. Pero Friedrich añade un toque místico que atraviesa toda su obra. En estos tiempos de modernidad líquida, sus cuadros no sólo nos conmueven, sino que nos retrotraen a un mundo donde el tiempo se detiene por la magia del arte.