LIBROS
«La carrera por el segundo lugar», aquí está la cabeza de William Gaddis
El «hermano mayor» de Pynchon y DeLillo ve publicados en España sus ensayos y estudios críticos
De no tratarse de William Gaddis (Nueva York, 1922-1998), «La carrera por el segundo lugar» (2002) sería uno de los tan inevitables como por lo general innecesarios rejuntes póstumos que contienen materiales sueltos.
Pero -sorpresa o no tanto, habiendo sido Gaddis quien fue y sigue siendo- lo cierto es que «La carrera…» se lanza a la pista como perfecto disparo de salida para recién llegados y como trofeo en la línea de meta para curtidos atletas en las exigentes lides que siempre propuso este escritor tan excéntrico como central en las letras de su país.
Ganador en dos ocasiones del National Book Award , con fama de misántropo feroz dado al alcohol y a la erosión de sucesivas esposas, e influyente desde sus encandiladoras sombras (junto a Vonnegut , Pynchon y DeLillo ) sobre buena parte de lo que se ha venido haciendo, lo cual incluye a Rick Moody, David Foster Wallace, Joshua Cohen y, por oposición, a Jonathan Franzen , quien no dudó a la hora de condenarlo con un «Mr. Difficult» desde las páginas de «The New Yorker» (acusación a la que Gaddis ya había respondido décadas atrás con un «Bueno, si el trabajo no me resultara difícil lo cierto es que me moriría de aburrimiento»); lo que más sorprende en «La carrera…» es el tono didáctico y amable de sus páginas.
«Citizen Trump»
Abarcando más de cuatro décadas y cuidadosamente ensamblado por el «gaddisólogo» Joseph Tabbi -autor también de «Nobody Grew But the Business: On the Life and Work of William Gaddis»-, se reparte entre cuestiones personales (su obsesiva documentación sobre pianos mecánicos que resultaría en su final novela/réquiem « Ágape se paga »; despachos/propaganda para clientes de su otra vida corporativa en Kodak y General Motors; una puesta al día de su infantil pero implacable magnate de «Jota Erre» durante el crepúsculo de los «yuppies» y el amanecer de «Citizen Trump»); visiones sobre obras ajenas como la de Saul Bellow (novelista tan expansivo como él aunque de modales muy diferentes), Fiódor Dostoievski o el artista plástico Julian Schnabel ; una disección de esa actitud tan norteamericana (y El Tema de Gaddis) que es la épica del fracaso o la vulgaridad del triunfo; y su delicada ironía a la hora de subir al podio a recoger galardones para luego poder volver a desaparecer.
Sólo cabe reprocharle a Sexto Piso (audaz y exquisita editorial que para nuestra fortuna se ha empeñado en traducirlo «in toto»; ojalá se atreva también con el volumen de sus cartas) el no haber hecho uso para la un tanto desangelada portada local del autorretrato que alguna vez se hizo Gaddis y que se puso en la edición original de «La carrera...» Allí aparece el torso de un hombre bien trajeado sosteniendo un trago, delineado con trazo fino y elegante que se interrumpe al llegar a la altura de la cabeza.
No importa: ahora, por fin, aquí está la cabeza de William Gaddis.