LIBROS

Un canto al cosmopolitismo y a la alta cultura europea

El historiador británico Orlando Figes reconstruye en este ameno y riguroso trabajo la historia del Viejo Continente en sus años de esplendor, a través de la vida de una cantante de origen español

Orlando Figes se nacionalizó alemán tras el Brexit

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Cuando el joven y aún desconocido escritor ruso Iván Turguénev conoció a Pauline Viardot , exitosa cantante de ópera, se enamoró de inmediato. Desde 1843 hasta su muerte, cuarenta años después, su vida giró alrededor de ella. Existía un problema. La diva Pauline, sevillana de nacimiento, de soltera García, estaba casada desde los 18 años con el formidable connaisseur francés Louis Viardot, editor, político, coleccionista de arte y apasionado de España, 21 años mayor y padre de sus cuatro hijos. El triángulo amoroso , que duró toda la vida de sus componentes -Louis e Iván murieron en París casi el mismo tiempo- fue la comidilla de Europa, a causa de sus amigos y conocidos, entre ellos Liszt, Wagner, Flaubert, George Sand , Delacroix, Berlioz, Chopin , Brahms, los Schumann, Víctor Hugo y Dickens .

No hubo balneario donde no se hablara de ello. Además no dejaron de moverse por el continente, siempre bajo el mismo protocolo: alquilaban dos casas muy cercanas y hacían entrañable vida familiar . Como dijo Pauline, que jamás cedió un ápice en su independencia de carácter, «Dios me ha creado para viajar. Está en mi sangre desde antes de que naciera». Esta es una descripción somera de una historia contada de manera magistral por uno de los mejores historiadores británicos actuales, Orlando Figes , que se nacionalizó alemán en 2017, tras el Brexit.

Sin fronteras

Algunos críticos han señalado que Los europeos , un canto indisimulado al cosmopolitismo y la alta cultura del Viejo Continente, representa s u venganza particular contra el retorno del nacionalismo introspectivo . Figes, que tiene una obra extraordinaria, avisa de lo que ocurre cuando se destruye lo que llama en un capítulo, con toda propiedad, «cultura sin fronteras». En este sentido, si el hilo conductor del libro es el ménage à trois de sus protagonistas, lo que queda en el lector, tras pasar la última página, es una sensación de época marcada por ferrocarriles, balnearios y ópera. ¿Hay quien necesite más?

Uno de los mejores capítulos explora el impacto de la revolución industrial

A la vista de lo que cuenta en los ocho capítulos, en todo caso hacen falta casas (grandes) y mucho dinero, heredado o ganado con el sudor de la frente. A este respecto, el origen, como la genética, claro que cuentan. Pauline fue hija del músico y gestor cultural -diríamos hoy- Manuel García, bígamo, irritable, genial y violento , uno de esos individuos muy interesantes a los que no querrías haber conocido por nada del mundo. Jefe de una troupe de estupendas cantantes y promotor de la zarzuela, Manuel murió a los 57 años en 1832, mas enseñó a su prole que «se canta como se respira».

Patatas y huevos

La muerte de su hija María a los 28 años, tras caerse de un caballo en Regents Park -a los 17 se había escapado para casarse con un banquero de Nueva York-, dejó a Paulina obligada a ser la siguiente estrella familiar y convencida de que, s in medios económicos, no hay libertad de elección . A los cuatro años había cantado para el duque de Wellington y a los ocho para Rossini.

Uno de los mejores capítulos, el tercero, «La cultura en la época de su reproductibilidad técnica», explora el impacto de la revolución industrial en el acceso al público, derechos intelectuales y pago a los creadores, que no eran todos ricos de familia y tenían -como ahora- facturas que pagar. Pauline fue una profesional. Cuando murió Chopin, por cantar en el funeral pidió su cachet de dos mil francos (se lo pagaron) y recordó la enseñanza de su padre: «No cantamos a cambio de nada».

Lo que queda es una sensación de época marcada por ferrocarriles y balnearios

De los capítulos restantes, «Europa en 1843»; «Una revolución en escena»; «Europeos en movimiento»; «Europa se divierte»; «La muerte y el canon», destaca el revisionista «La tierra sin música». Está dedicado a la residencia londinense del trío, entre 1870 y 1871. Traza un cuadro atroz de la capital británica. Cuesta creer que, con residencia en el precioso barrio de Marylebone, lo pasaran tan mal.

Los Viardot encontraron que clima, público, música, comida, hoteles y los famosos domingos británicos, eran insoportables. A cambio, los artistas extranjeros cobraban bien . Turguénev se quejó, en especial, de su cocinera: «En este país todo lo que saben preparar es una patata o un huevo». Las páginas dedicadas a su enfrentamiento con el «eslavófilo» Dostoyevski , como cabeza del partido «europeísta», son memorables y evocan la famosa lucha por el «alma rusa». En 1867, este lo visitó en Baden y, tras empeñar las joyas de su esposa y hacer las paces, el ludópata Dostoyevski le pidió un préstamo para seguir jugando -y perdiendo- a la ruleta. Nunca le pagó la deuda.

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