CINE

Caída y auge de Woody Allen

Después de pasar un año entero sin su cine (2018 fue un caso casi único), llega a las salas «Día de lluvia en Nueva York»

El cineasta norteamericano Chema Barroso
Federico Marín Bellón

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No hay nada más trágico que un cómico caído en desgracia, y no me obliguen a explicar el chiste. El mundo se quedó sin su «ración Woody» el año pasado por segunda vez en medio siglo. Habíamos logrado que fuera más noticia una temporada sin su cine que un estreno, pero el movimiento #MeToo también tiene perniciosos efectos secundarios . Remárquese el «también».

El cineasta de Brooklyn puede ser un tipo odiado, vilipendiado e incluso denunciado por supuestos actos de vileza. Es probable que su vida privada cause espanto entre los que están libres de pecado, pero después de varias investigaciones y de un abrasador proceso judicial, es tan inocente como cualquiera puede llegar a serlo. Que a los 83 años se aferre a su oficio para no tirarse desde un rascacielos lo sabremos apreciar con el tiempo.

Comedia romántica

Se estrena en España «Día de lluvia en Nueva York», título número 50 escrito y dirigido por el cansado genio. El goteo ha llegado a varios países, pero no a Estados Unidos, donde Amazon Studios, con la que firmó lo que parecía su «jubilación», le ha devuelto los derechos, si bien mantiene una pelea judicial por 80 millones de papeles verdes. Cuando lo contrataron, por cierto, las acusaciones ya tenían un cuarto de siglo. El boicot y las críticas no han logrado paralizar a Allen . Acaba de terminar en San Sebastián su película número 51, «Rifkin’s Festival», en la que participan intérpretes españoles como Elena Anaya, Sergi López y Natalia Dicenta, jugoso complemento a Christoph Waltz y Gina Gershon.

«Día de lluvia en Nueva York» es una comedia romántica sobre dos amantes de la universidad que pasan un fin de semana calentito. Destaca que Allen no haya visto mermada su capacidad de captar grandes repartos . Aquí cuenta con Jude Law, Elle Fanning, Selena Gomez, Diego Luna y Liev Schreiber, aunque Timothée Chalamet («Call me by your name») y Rebecca Hall decidieron donar su salario, arrepentidos de colaborar con el «monstruo». Como si tampoco conocieran la polémica cuando empezaron a rodar una cinta en la que Vittorio Storaro asume, a los 79 años, la audaz misión de convertirse de nuevo en las gafas de Woody Allen.

Se venía venir

Si es culpable, el cineasta ha sabido enterrar las pruebas con maestría. «He trabajado con cientos de actrices y ni una sola vez se han quejado de mí. Y siempre les he pagado igual que a los hombres. He hecho todo lo que el movimiento #MeToo habría deseado de todo el mundo», dice, incapaz de morderse la ironía ni al hablar de su propia soga, que acaricia con humor negro.

Las películas de Allen, también los libros, han sido disfrutados por varias generaciones que, con el filtro atrofiado, no repararon en las escandalosas ideas que destilaba su humor. El pequeño pelirrojo ya era un tipo corrosivo en los 60. Cuando escribió el guion de «¿Qué tal, pussycat?», antes de sacarse el carnet de conducir películas, era un asiduo de los monólogos . Les recomiendo buscar uno glorioso titulado «The moose» («El alce»), interpretado con una mímica insegura. El texto es para todos los públicos, pero es un estupendo anticipo de los chistes negros, groseros y salvajes que podrían hundir hoy su reputación en cualquier red social, si no estuviera ya inmerso en una guerra mucho más seria.

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